Cultura

Sergio del Molino: “No se lucha contra la enfermedad, se padece”

El autor de 'La España vacía' publica 'La piel', donde ahonda en nuestra estropeada relación con el cuerpo

  • El escritor Sergio del Molino.

Hay escritores que pertenecen a su tiempo no porque lo reproduzcan al dedillo, sino porque lo interpretan. Su sensibilidad y su forma de mirar extraen la esencia, y justo por eso sus textos pueden resultar hasta premonitorios. Lo hizo Sergio del Molino con aquella España vacía y ha vuelto a hacerlo con La piel  (Alfaguara), un libro escrito con belleza, honestidad y contundencia.

Publicado por Alfaguara, el nuevo libro de Sergio del Molino no se circunscribe a un solo género. Surge de la mezcla de varios: ensayo, diario, novela, relato.  La piel ahonda en nuestra estropeada relación con el cuerpo, el signo de una sociedad obsesionada en domeñarlo, asfixiarlo, podarlo y que descubrió que, a pesar del empeño por la salud y el buen aspecto, una pandemia podía llevárselo por delante.

Estas páginas hablan de una enfermedad de piel, la psoriasis, y a partir de ahí levanta un mapa de la epidermis como territorio de la memoria. El narrador se dirige a su hijo, quiere explicarle su dolor y su angustia. Al tiempo que le habla, describe nuestra relación con el cuerpo, la enfermedad y el lento enloquecimiento que supone sobrellevarla.

Un Stalin firmando sentencias de muerte en una piscina, John Updike hipnotizado por la piel oscura de una mujer ante la que titubea o el Nabokov enloquecido por su piel enferma, y por la sangre que tiñe toda su ropa blanca sirven a Sergio del Molino para construir el andamio que le permitirá hablar también del hedonismo y la vida. No pueden concebirse separadas de la afección.

Del Mollino ha abordado la pérdida desde distintos puntos de vista. Lo hizo en La hora violeta (2013), Lo que a nadie importa y La mirada de los peces. También en el ya mencionado ensayo La España vacía (Turner) y Lugares fuera de sitio, con el que ganó el Premio Espasa de Ensayo 2018.. 

La piel propone una reflexión sobre nuestra relación con el cuerpo, la enfermedad y la muerte, incluso el paso del tiempo y la memoria. ¿Qué sintetiza?

La piel tiene un poder elástico y evocador, incluso para hablar de cuestiones incómodas de las que evitamos. No hablamos de la piel, porque tiene la dualidad de ser superficial, pero apela a lo profundidad a la identidad. Es una puerta para hablar de cosas que son esquivas y que apartamos e incluso diría que seguimos apartando.

Reflexiona sobre cómo percibimos y cómo somos percibidos. La imagen del monstruo físico y espiritual en Stalin, que sufría psoriasis, le permite plantearlo. Nabokov o Updike también.

Existe un juego constante de ocultamiento, de cómo crees que te ven. Hay un componente paranoico que influye mucho en el carácter de cada cual y la vergüenza siempre induce a muchas más imágenes acusatorias de las que realmente hay. Eso condiciona las estrategias de ocultamiento y la forma de enseñarte. En este caso, el libro también tiene sus propias formas de ocultamiento uso los personajes como parapetos para hablar con los mecanismos que se usan en la ficción. Yo me proyecto en esas miradas y me identifico con esas formas de monstruosidad.

Ahora que habla de los mecanismos de ocultación. El libro está dirigido a su hijo. Hay más elaboración técnica en la voz narradora

Hay mucha más tramoya. El hijo es una presencia externa, es el destinatario de los cuentos que no va a recibir. También juega con el vacío, con lo que está fuera de cuadro pero que forma parte del texto, porque el libro habla sobre la relación entre padres e hijos. Es una emoción que también está contenida. Es parte del lamento del padre que siente que se va a incomunicar con su hijo y le deja esos textos para que lo entienda y reconecte con él.

Tanto en La hora violeta, como Lo que a nadie importa o incluso La mirada de los peces ha abordado conflictos vivos, que continúan en proceso.

No lo había pensado, pero sí que es verdad que me preocupo de mi propio pasado en la media en que apela al presente y desdibuja el presente histórico y el presente narrativo. No son conflictos cerrados, porque mi literatura reacciona de una forma muy visceral y urgente a lo que sucede. No intenta un relato cerrado sino abrir puertas y explorar todas las sugerencias que van surgiendo.

Es un libro sensorial, tanto en la descripción de la enfermedad y la muerte como del placer, el Tánatos, como el Eros.

Porque están unidos. Lo que te produce la enfermedad de la piel es una autoconciencia extrema de tu propio cuerpo. Todo se exagera. Cualquier pequeño placer que pase inadvertido se amplifica. Como no lo disfrutas cuando lo tienes, se convierte en algo exagerado y cualquier pequeña molestia se vuelve insoportable porque la piel está muy excitada. Hay una hipersensibilidad por todo.

En el libro hay dobleces y cuestionamientos. El principal de ellos desmiente la enfermedad como una gesta, una lucha o una guerra.

Son vertientes que me interesan mucho, porque están en el centro de la sociedad actual y además son expresiones del individualismo o la exageración de la meritocracia y que está conectado con el tema de los emprendedores. Si trasladadas esas metáforas al mundo de la enfermedad, se convierten en analogías muy crueles. Además, estoy hablando de una dermatitis, que la gente no ve como algo serio, pero lo es, porque si no se atiende puede traer muchas complicaciones. Es verdad que te sientes culpable de estar prestándole mucha atención a una enfermedad banal cuando hay graves. Aparece ese sentimiento de culpa del tipo ‘eres un pijo del primer mundo que recibe más atención de la merece’, pero es una reflexión legítima.

Lo hemos visto ahora con Pedro Sánchez y la retórica militar que utiliza. Ese ha sido uno de los grandes errores, el plantearnos esto como situación de guerra ha facilitado el aislamiento del enfermo y su invisibilidad, además de una dejación de responsabilidades de la sociedad, que no está consciente que debe cuidar a los enfermos. Exacerba la crueldad natural que tenemos contra ellos y la facilidad para darles la espalda. Por eso me gusta insistir en que las enfermedades no se luchan, se padecen, se sufren y los enfermos necesitan del conjunto de la sociedad, que no es jalear al enfermo sino proporcionarle cuidados.  

El libro plantea un tipo de relación con el cuerpo, la ocultación, la distancia o el asilamiento. Situaciones que la epidemia profundizó.

Nos convertimos en sombras, estamos negándonos el cuerpo y también distanciándonos. Todo lo hacemos de forma digital, que es una forma de trasladar nuestra mente a la tecnología. Es un proceso de deshumanización absoluta, porque el ser humano necesita el cuerpo. No somos una mente que funciona a distancia como ordenador. No existe otra forma de reconocemos si no a través de nuestro cuerpo. Por eso en el libro la imagen es la relación más primaria, dos personas con sus propios cuerpos relacionándose de la forma más mamífera.

Hay apreciaciones emocionales que constatan que la piel recuerda. Por ejemplo, el episodio del beso adolescente que ocurre en la edad del Renacimiento, como usted la llama.

Porque es una etapa tumultuosa. Si la viviésemos en este momento no nos parecería tan arrebatadora. Con esa ambivalencia intento plantear hasta qué punto el lirismo, el sentimiento y la emoción están muy cerca de la risa. Hay que ser muy solmene y estar demasiado preocupado por tu propia solemnidad para no verlo. Es inevitable, yo en seguida me deslizo hacia el humor. Me sale de forma natural.

Este es un libro luminoso, incluso en su desenlace.

Me ha salido un final feliz, no sé cómo lo he hecho. Me esfuerzo mucho para que los aspectos más líricos y más emocionales se expresen con hondura, pero con el contrapunto y la ironía. Lo trabajo mucho, porque la vida es así y técnicamente me preocupa que se equilibre

Este libro, como los anteriores, puede leerse de forma independiente. Sin embargo hay conexiones temáticas: la memoria, los afectos, la enfermedad, la muerte.

Sin duda, hay una estrategia de huevos de pascua por todas partes. Confío en que no molesten. El lector que me haya leído va a reconocer cosas de libros anteriores, pero tampoco me gusta hacerlo demasiado. Es un debate que sirve no solo en literatura, también en los medios de comunicación, por ejemplo, la radio. Está la pregunta sobre si debes escribir como si la gente no te conociera de nada o añadiendo sobrentendidos. Ha de existir un equilibrio, para que el lector no tenga la sensación de que lo han invitado a una fiesta que ya comenzó. Pienso que el lector fiel se merece cierto reconocimiento y agradece reconocer ciertos guiños que el autor retoma. Genera complicidad.

Cuando un autor pertenece a su tiempo no lo reproduce, lo interpreta. Terminó este libro en 2019, la enfermedad como metáfora central se despliega justo ahora.

Seguramente sea suerte, entre tantas miradas sobre le mundo, a veces coincides. Por otra parte, mala suerte porque ojalá esto no hubiese ocurrido y fuera un delirio. Damos palos de ciego. No buscamos premeditadamente esa conexión con el Geist. EN ocasiones, la forma de percibir algo coincide con determinada sociedad no hay forma de explicarlo. Lo normal es que suceda lo contrario, que tus preocupaciones sean vistas como cosas muy raras y extrañas.

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