Hay emociones incuestionables en el ser humano cuando la muerte nos golpe de cerca, el luto y el duelo de un fallecimiento cercano se convierten así en un trance al que hemos de habituarnos y al que respondemos de muy distintas formas. Podríamos hablar de perder a padres o abuelos, a parejas, a amigos e incluso a hijos; duros momentos que nos someten en un estado de tristeza donde el hecho de compartir este dolor, aún sin ser remedio, puede ayudarnos a aliviar el malestar que sentimos.
Dependerá de nosotros cómo gestionemos estas emociones, si las intentamos ocultar o si las manifestamos con vehemencia, y también dependerá de lo traumático de la pérdida, ya que responder ante la muerte súbita de un ser querido es psicológicamente más compleja, por inesperada, que ante muertes por diversas causas.
En ello radica la diferencia con muertes derivadas de enfermedades de larga duración, pero más o menos, cuando hablemos de un círculo cercano entre familia o amistad veremos un denominador común: la aprobación social a nuestra circunstancia.
Tomarse unos días de descanso, más allá de los perentorios permisos laborales -muchos de los cuales solo sirven para poner documentación en regla-; contar con el apoyo presencial y telefónico de nuestro entorno o incluso dejarnos gestionar el dolor, sin tener la obligación de mostrarlo, forman parte del luto habitual. Sobre todo si hablamos de un duelo compartido en la familia o en el grupo de amigos, donde encontraremos el cobijo de personas que pueden estar pasando por el mismo trance a la vez.
Todo ello subyace sobre otro problema, más arraigado en el subconsciente, como es la oportunidad de dar 'el último adiós'. Hemos aprendido mucho de 2020 en cuanto a duelos, marcado por la pandemia del coronavirus, donde han sido muchas las frías despedidas, siguiendo las recomendaciones sanitarias, que han imposibilitado ese último momento, y cuya forma de afrontarlo podemos encontrar aquí.
Han aparecido así de forma más frecuente dos formas de expresar el dolor ante la muerte distintas: el duelo anticipado y el duelo aplazado. El primero, irracional, ante un posible fallecimiento incluso antes de que se produjera; el segundo, también cruel, que imposibilitaba la presencia de velatorios, de grupos amplios en las despedidas, de responsos o en muchos casos incluso de poder ver una última vez a esa persona.
Formas de enfrentarse a la muerte de un ser querido que, sin embargo y cuando tenemos un grado de parentesco alto, son socialmente aceptadas por el hecho de estar compartidas y ser conocidas las afinidades, pero no todas son así.
Qué es el duelo prohibido y cómo gestionarlo
Como decimos, llorar a progenitores, abuelos, hijos o amigos tiene un amplio respaldo social porque el vínculo con ellos es público, pero qué ocurre cuando lloramos a amantes, exparejas o incluso mascotas. Evidentemente, a ninguna de las tres categorías se les exime de que no sintamos el dolor por su pérdida, pero sí entramos en un terreno de lo no reconocido socialmente, ya que en muchos casos hablamos de relaciones ajenas a nuestro círculo de amistades.
Bien sea porque no exista una conexión formal, como podría ser en el caso de los amantes; bien sea por pertenecer a una parte del pasado, que puede ser más o menos reciente, como en el de las exparejas, o en el caso claro de las mascotas, donde existe una prueba clara de dolor ante el fallecimiento pero la aceptación social de ello no se considera equiparable al de una pérdida humana.
Así lo apunta Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC): "Cuando la propia persona cree que su dolor no es pertinente, en un intento de racionalizarlo, o bien cuando su entorno no entiende ese sufrimiento porque, socialmente, no es lo que corresponde", que sería lo que entendemos por duelo prohibido, que puede ser más patente en caso de amantes, ya que "nuestro vínculo con la persona fallecida no estaba reconocido socialmente".
Esos matices se pueden apuntar también a relaciones no solo extramaritales o conyugales, sino también, como explica Enric Soler, tutor del grado de Psicología de la UOC y experto en duelo de alta complejidad, en sociedades donde se condena la homosexualidad, ya sea en el entorno o a niveles más amplios.
Un vacío de dolor desde la infidelidad a las mascotas
"Eso implica que el sobreviviente se enfrentará a un duelo prohibido por su contexto social. De este modo, pierde todas las herramientas de apoyo social, como su reconocimiento en un lugar preferente en los funerales y la posibilidad de recibir apoyo por los más allegados", explica, ya que el fallecimiento de uno de los dos miembros de la pareja invisibiliza a la otra persona.
Pero, ¿cuándo estaremos ante un duelo prohibido? Soler lo sintetiza en que "hay tantos duelos prohibidos como estructuras de vínculos afectivos no reconocidas y legitimadas por la sociedad", ejemplificándolo en ciertos casos como la pérdida de un integrante en una relación sentimental de más de dos personas, en la muerte de un amante o incluso en el duelo perinatal.
"A pesar de estar socialmente legitimado, en muchos casos los progenitores lo viven como un duelo prohibido por el hecho de no haber existido alguien visible a la sociedad que muere prematuramente", añade.
De ahí saltaríamos a lo no humano, a veces también socialmente penalizado, sobre todo si ese contexto social resta valor al vínculo afectivo. "La pérdida de una mascota es un duelo de primera magnitud, pero las personas a las que no les gustan los animales, o no han tenido una mascota, no pueden imaginar el dolor que se siente al perderla", aclara Soler.
Los riesgos de no afrontar un duelo
Nos enfrentamos así a fallecimientos o desapariciones que, en muchos casos, se sufren en la soledad y en el desconocimiento, para lo que los expertos aconsejan no aplazarlos, señalándolos como "una lesión mal curada". De ello vuelve a comentar Soler, que considera que "los duelos no son opcionales. Se pueden postergar, diferir, congelar, aplazar, negar, elaborarlos a medias… Pero no son evitables".
Es decir, nos enfrentamos a tragos amargos que debemos asumir, puntualizando además que "un duelo que no se ha elaborado de forma saludable tiene consecuencias", apuntando a "la mayoría de demandas terapéuticas de todo tipo tienen su origen en un duelo no elaborado desde hace años o décadas".
Para ello, Montserrat Lacalle afirma que "lo saludable es conectar con la pérdida, lo que conlleva una serie de emociones", matizando que "cuando una persona se niega a sentir, es posible que pueda tener la falsa sensación de que está bien", que nos pondría en otro escenario, quizá más adelante, que complique posibles duelos ya que "cuando en el futuro aparezca otra pérdida o cualquier otro tipo de acontecimiento emocionalmente traumático, se activará todo eso que no está resuelto".
En un sentido parecido, ahonda en que "debemos permitirnos llorar, estar tristes o manifestar los sentimientos que tengamos sin cuestionar las propias emociones", incluso en duelos convencionales porque, según comenta Soler, "la sociedad en la que vivimos sigue teniendo dificultades con la muerte, que es el último tabú".
"Resulta difícil elaborar duelos porque vivimos en una sociedad demasiado orientada a la productividad, a la ganancia, y no a la pérdida", considera, ejemplificándolo en que los funerales son cada vez más cortos o que los asistentes usen gafas de sol para esconder las lágrimas. En su opinión, "la forma más saludable de afrontar el duelo es mirando al dolor cara a cara, aceptándolo como propio de la pérdida, con la esperanza de que se convierta en una cicatriz que nos haga más maduros", aunque hablemos de padres, de cónyuges, de amistades, de hijos, de amantes o incluso de nuestro perro.