Si pensamos en comer y en Semana Santa, la torrija se viene enseguida al pensamiento de todos, sean glotones o no, para ilustrar la Pascua y la Cuaresma si hablamos en la mesa. También está el bacalao, claro, y las abstinencias de carne en Viernes Santo, pero negar la evidencia torrijil patria sería absurdo.
Aunque hasta hace no mucho tenía una estación bien delimitada, en los últimos años hemos visto como se ha popularizado su presencia en cafeterías y pastelerías de toda España. Ciencia gastronómica tiene aparentemente poca y tampoco supone una afrenta al bolsillo, por lo que hacer torrijas en casa es bien sencillo y bien rico.
Eso no quita que no ponga a prueba a estómagos y básculas, que viven su particular vía crucis si nuestra devoción y pasión nos lleva más por el lado goloso que por el lado devoto. Sea como sea, esta receta tradicional de pan, huevo, leche, vino, azúcar, especias y un puntito de fritura puede ser más ligera de lo que acostumbramos.
Los milagros, aunque estemos en Semana Santa, se los dejamos a los protagonistas de los pasos, porque las torrijas no van a entrar nunca en una dieta de pérdida de peso. Ello no impide que, aún con el capricho por medio, no nos demos el gustazo y lo hagamos relativamente más ligero.
¿Cómo hacer más ligeras las torrijas?
Vayamos a la lista de la compra básica: pan, leche, huevo, azúcar... quizá miel, quizá vino y luego a jugar a discreción con especias como la canela e incluso el anís antes de pasar por la sartén. ¿Dónde podemos recortar calorías a nuestra sabrosa amiga?
1. El pan
No son pocos los restaurantes y pastelerías que ofrecen torrijas creativas cuya base de pan ha cambiado. Así encontramos a menudo brioches convertidos en este esponjoso postre, pero hemos de tener en cuenta que cuanto más azúcar lleve el bollo o el pan, más calorías vamos a meter a la torrija.
Razón por la que hoy nos vamos a reivindicar el pan que habitualmente comeríamos y que era el que siempre sirvió para hacer torrijas. El aprovechamiento es una de las claves de esta receta y usando este pan ahorramos dinero y ahorramos calorías.
Es habitual que veamos ya pan de torrijas en supermercados o panaderías, pero suelen tener mantequillas, huevo y azúcar, por lo que ya estamos añadiendo calorías antes siquiera de empezar a cocinar. Así que cojamos la barra que tenemos por casa (que sea un buen pan, por favor) y procedamos con él, aunque de entrada ya estemos añadiendo carbohidratos al menú.
2. La leche
Vino y leche son el empapamiento oficial de las torrijas durante generaciones, quizá más comunes las segundas en los últimos años, ya que las hacen más amables para todos los públicos, pero en ambos casos son clásicos de nuestra cocina.
Independientemente de la mezcla, una torrija debe ir bien impregnada de leche o de vino, y es aquí donde podemos también recortar pesadez a nuestra cuaresmal amiga. Evidentemente el vino, generalmente un Moscatel u otros dulces, va a meter azúcar en la ecuación, así que no está muy recomendado si lo que queremos es hacerlas más ligeras.
Si nos vamos a las torrijas infusionadas en leche, sigamos con los mismos preceptos que en nuestra dieta cotidiana baja en grasas: ir a desnatadas y no añadir demasiado azúcar. Evidentemente el sabor no es exactamente igual, ni la textura, pero nos permitirá rebajar el porcentaje total de calorías. Además, si nos ponemos creativos, podríamos apostar por bebidas vegetales a base de almendra, avena o soja para empaparlas.
Quizá no sea lo más purista, pero antes que la verosimilitud a la receta hay que prestar atención a la información nutricional de éstas, ya que es habitual que tengan muchos azúcares añadidos, razón por la que no fijarse solo en las calorías, sino también en el azúcar total del producto, recordando siempre que en cualquier tabla nutricional los ingredientes van en orden descendente de mayor a menor presencia.
En cualquier caso, cuando las bañamos en leche, que es el momento más largo de la elaboración, es donde más podemos jugar con otros sabores como el que dan las especias, ya que en esa cocción caben canela, pieles de cítricos, anís estrellado, cardamomo, vainilla e incluso nuez moscada o jengibre molido. Con su concurso nos evitamos meter más grasas y azúcares, aún sin renunciar al sabor.
3. La parte dulce
Azúcar o miel forman parte casi indisoluble del celestial mejunje con el que engordamos la leche donde bañamos las torrijas y, como bien puedes entender, en ambos casos se trata de simple y puro azúcar. En el caso del azúcar hablamos de sacarosa (un disacárido), y no importa que sea moreno, de caña, ecológico o blanquilla refinado, ya que es el mismo tipo de azúcar y las cantidades totales varían mínimamente.
Con la miel la cosa cambia ligeramente, ya que está compuesta principalmente por fructosa y glucosa (alrededor de un 70% del total), que son los monosacáridos que conforman la sacarosa. Su ventaja, aún teniendo en cuenta que son carbohidratos, está en que hay una parte notable de agua (alrededor del 15% del total), por lo que añadirá menos calorías que el azúcar.
¿Hay alternativas?
Pues sí, las hay, pero no es una panacea que vaya a cambiar enormemente nuestro plato. Podríamos usar xilitol (que seguro te suena de anuncios de dentífricos) y que no es otra cosa que el azúcar que se extrae de la corteza del abedul. Solo aporta 2,4kcal por gramo, que ya son menos de las que ofrece el azúcar (4kcal por gramo), y endulza más o menos igual que el azúcar común.
Otros ejemplos de edulcorantes serían el aspartamo, la estevia o la sacarina, que no aportan calorías, pero que también endulzan menos que el azúcar, así que tendríamos que adecuar las cantidades.
4. Pasar por el huevo
Antes de ir a la sartén hay que pasar por el huevo, que también es una buena fuente de proteínas y de grasas, saludables, pero grasas. La opción más práctica, aunque el resultado no es tan espléndido, es el mismo que haríamos si fuéramos culturistas y sus tortillas: más claras y menos yemas.
Es cierto que empapa menos y se adhiere menos a la torrija, razón por la que tampoco deberíamos rebozar torrijas demasiado húmedas, pero es fundamental si no queremos que la torrija se deshaga en el aceite. Hay opciones, claro, que quizá no sean tan puristas pero que verás a continuación.
5. La fritura
El purismo nos lleva a freír la torrija, que aún así podemos hacer más ligera de dos sencillas formas: formar torrijas más finas o más pequeñas, que necesitarán frituras más breves y así evitaremos cargar de grasa el resultado; o apostar directamente por una fritura más corta.
Aunque todo este resultado solo será útil si escurrimos bien las torrijas después del aceite, así que sácalas de la sartén con una espumadera y luego llévalas a papel absorbente para eliminar cualquier exceso. En cuanto a tipo de aceite la diatriba cambia poco, aunque es cierto que el aceite de oliva tiene más grasa que el de girasol, pero el porcentaje que vamos a absorber en una fritura limpia es mínimo.
Eso no quiere decir que no haya alternativas y es que, aunque sea raro, podemos hacer unas torrijas a la plancha. De hecho, con ellas podemos quitar la parte del rebozado en huevo. Solo tendríamos que llevar una sartén bien caliente con unas gotas de aceite o una pizca de mantequilla y marcar allí la torrija, como además tendrá una cantidad importante de azúcar, se caramelizará como cuando hacemos una crema catalana o una crème brûlée.
Otras opciones para hacer torrijas aún más finas pasan por hacerlas al horno, lo cual nos ahorra bastante grasa. Bastaría con tener las torrijas ya infusionadas y meterlas allí, durante unos cuatro o cinco minutos, con el grill encendido y a unos 230 grados. Con ellas colocadas sobre papel sulfurado, para evitar que se peguen, y en una bandeja apta, solo tendremos que darles la vuelta para que se tuesten por el otro lado hasta que estén bien doradas.
No serán como las torrijas de siempre, pero pueden hacer un buen apaño y ahorrarnos unas calorías extra.