Si usted quiere saber el ritmo cardíaco de una persona puede ponerle la mano en la muñeca o utilizar un fonendoscopio, pero si lo que trata es de saber a qué velocidad trabaja el corazón de una ballena azul la cosa se complica. Para auscultar el órgano de bombeo del animal más grande que jamás ha existido en nuestro planeta, el equipo de Jeremy Goldbogen, de la Universidad de Stanford, ha tenido que ingeniárselas para acoplar un dispositivo de medición al cuerpo de una ballena azul mediante ventosas y esperar a que todo fuera bien.
Gracias a una mezcla de pericia y suerte, el equipo de Goldbogen consiguió que colocar el aparato bajo la aleta izquierda y obtener valiosas mediciones del ritmo cardíaco de una ballena de la bahía de Monterrey durante 8 horas y media de inmersiones y ascensiones en busca de comida. En un trabajo publicado este lunes en la revista PNAS, los autores detallan los datos obtenidos de este ejemplar macho, de unas 70 toneladas, que realizó inmersiones de una media de 16,5 minutos y descansos en superficie entre 1 y 4 minutos.
El corazón de una ballena azul de 70 toneladas y unos 20 metros de largo pesa alrededor de 300 kilos y empuja unos 80 litros de sangre en cada latido. Y, según los datos registrados por los investigadores, está funcionando al límite de su capacidad, lo que explicaría por qué estas criaturas no han seguido aumentando de tamaño ilimitadamente. En concreto, el registro muestra que cuando la ballena se sumerge para buscar presas su ritmo cardíaco se ralentiza hasta situarse en una media entre 4 y 8 latidos por minuto, con un mínimo de hasta 2 latidos por minuto. Cuando se alimentaba en el fondo del océano, a una profundidad de unos 184 metros, el ritmo se duplicaba por unos instantes y luego volvía a la normalidad durante el ascenso. Finalmente, era en el periodo de descanso en la superficie donde más se aceleraba, con entre 25 y 37 latidos por minuto, cuando el animal aprovechaba para respirar y reponer los niveles de oxígeno tras la batida.
Lo interesante de los resultados es que el ritmo más lento es más bajo de lo que se esperaba y el ritmo más alto más acelerado de lo que predecían los modelos. La capacidad para reducir el ritmo cardíaco hasta un ritmo tan bajo se debe, según los especialistas, a la flexibilidad de la arteria aorta que se contrae parcialmente para mantener un flujo adicional de sangre entre latido y latido. Aún así, los autores esperan hacer nuevas mediciones y adquirir más datos durante el registro cardiaco para comprender mejor su metabolismo.
“Los animales que operan en los extremos fisiológicos pueden ayudarnos a entender mejor los límites biológicos del tamaño”, concluye Goldbogen. “También pueden ser particularmente sensibles a cambios sutiles en en el ambiente que pueden afectar a su acceso al alimento. Por ello, estos estudios pueden tener implicaciones importantes para la conservación y manejo de especies amenazas como las ballenas azules”.
Referencia: Extreme bradycardia and tachycardia in the world’s largest animal (PNAS)