Si alguien quisiera reconstruir la historia del gin-tonic es probable que sus pasos le terminaran llevando hasta una de las estanterías del herbario del Real Jardín Botánico de Madrid. Aquí se conservan algunas de las cascarillas de cinchona recopiladas por la expedición de Ruiz y Pavón al Virreinato del Perú entre 1777 y 1784, los pedazos de corteza de la quina con los que luego se trataban enfermedades como la malaria. En sus estanterías están también los centenares de plantas que expediciones como la de Malaspina trajeron a España y que en muchas ocasiones describían por primera vez una especie. Un poco más allá, en el archivo del jardín, se guardan las ilustraciones de la expedición de Celestino Mutis, tan valiosas que en la Guerra Civil se desalojaron junto a las obras del Museo del Prado.
"Es como custodiar un tesoro, que además es irremplazable"
"Es como custodiar un tesoro, que además es irremplazable", explica Rosario Noya, jefa de la unidad de herbarios del Real Jardín Botánico mientras abre las páginas de un libro enorme conocido como el "Herbario de Inglaterra". En realidad, explica a Next, se trataba de un señuelo, un libro que montaron dos agentes de Godoy que debían hacerse pasar por botánicos para una misión de espionaje en el norte de África. "Es increíble la cantidad de historias que uno puede encontrar en estas carpetas y cajas", explica nuestra guía mientras nos muestra las instalaciones. El herbario ocupa tres plantas de unos 200 metros cuadrados y los pliegos se almacenan en estanterías corredizas. En cada una de ellas, depositadas en pequeñas carpetas en horizontal, se encuentran las plantas recogidas y catalogadas por los botánicos, un repositorio que pretende albergar cada una de las especies vegetales que pueblan este planeta.
Las cascarillas del árbol de la quina empleadas para elaborar la quinina.
"Un herbario es una colección de plantas secas, prensadas y debidamente catalogadas para permitir su consulta por especialistas para cualquier tipo de trabajo relacionado con la diversidad vegetal", resume Noya. ¿Tiene sentido algo así en el siglo XXI, cuando la información se podría archivar en imágenes y digitalmente? No solo tiene sentido, sino que el herbario no deja de crecer, con unos 30.000 ejemplares nuevos cada año. "Para el estudio de las plantas muchas veces necesitas analizar sus características en profundidad, con lupas binoculares o microscopios", asegura Noya. "Si tienes que diseccionar una pieza floral para ver si en el interior del pétalo tiene unos pelitos o no, eso no lo puedes hacer con una imagen".
El herbario crece a un ritmo de unos 30.000 ejemplares nuevos al año
Sentados en una mesa, Roberto Gamarra y Enma Ortúñez, investigadores de la Universidad Autónoma, son un buen ejemplo del uso del herbario que hacen los especialistas. "Estamos haciendo un estudio de las orquídeas de Guinea Ecuatorial, concretamente de un género", explica Gamarra. "Hemos solicitado un préstamo de materiales de Holanda y estamos haciendo el estudio de esas especies". Gracias a estos préstamos entre herbarios los expertos de un país pueden analizar plantas del otro lado del mundo sin necesidad de desplazarse y comparar muchos ejemplares a la vez.
No se conoce el número exacto, pero se calcula que en el herbario del Real Jardín Botánico se conservan alrededor de un millón de plantas. Los más importantes son los llamados tipos, "los especímenes en los que se basa la descripción de nuevas especies" y los que tienen que consultar los expertos para hacer comprobaciones de manera inequívoca de qué planta están estudiando. En ocasiones los botánicos toman un trozo de estos ejemplares - para dolor de los responsables del herbario - para analizar muestras y compararlas genéticamente, una técnica que está dando muchas sorpresas. Ya no solo la naturaleza, explica Noya, los propios herbarios se han convertido en una de las fuentes de descubrimientos. "Hay artículos que indican que a día de hoy es casi más fácil encontrar nuevas especies en los herbarios que en la naturaleza", asegura. "Porque hay plantas que se recogieron hace muchísimos años en regiones que hoy están arrasadas o muy alteradas".
Pese a lo que pueda parecer, un herbario no es una colección de plantas muy especiales. Más bien se trata de tener una muestra lo más amplia posible. "Un herbario no es una colección de ejemplares únicos, lo que intenta es representar la biodiversidad", indica Noya. "No tenemos un ejemplar de cada especie, tenemos muchos, porque uno que se recogió en Galicia no es igual que uno recogido en Almería". Así, por ejemplo, puede haber especialistas que quieran conocer la flora de un lugar muy concreto, o de los hábitats más insospechados, como las cunetas de las carreteras o los terrenos baldíos. "Tenemos un investigador que viene con frecuencia que hizo un trabajo sobre los descampados de Madrid y descubrió que en pequeñas áreas abandonadas viven unas especies muy interesantes de plantas que estaban en peligro de extinción", relata la responsable del herbario. "Estaban en unos terrenos abandonados en los que se quería construir y aunque él y otros se movilizaron, perdieron la batalla: se terminó construyendo".
Una de las plantas traídas por Ruiz y Pavón tras su expedición
"Un herbario no es una colección de ejemplares únicos”, asegura Noya.
En los sótanos del herbario hay otro archivo histórico, el herbario de Filipinas, que contiene más de 8.000 especies recogidas por Sebastián Vidal y Soler un ingeniero de Montes que trabajó en las islas hacia 1890, cuando aún eran colonia española. Un poco más arriba está el herbario de criptogamia, o lo que es lo mismo, musgos, líquenes, hongos y algas. El lugar es más pequeño porque las muestras ocupan menos espacio, pero el archivo histórico de hongos o las muestras de diatomeas son otra de las joyas del Real Jardín Botánico. Durante nuestra visita, pillamos a Margarita Dueñas, responsable de esta zona del herbario, catalogando unas muestras de líquenes que algunos investigadores españoles han traído de la Antártida. "Son rarísimas", nos dice, "y ésta en concreto es un 'tipo', el material sobre el que se ha descrito esa especie. Se recolectó en el 2014 y la publicación es de 2015: Austrostigmidium mastodiae".
El líquen tipo llegado de la Antártida
Uno de los aspectos más interesantes del herbario es que se siguen utilizando las mismas técnicas que hace trescientos años, porque han demostrado ser las más accesibles y duraderas. En una pequeña estancia del herbario están las prensas y los papeles de periódico en los que se introducen las plantas y se desecan. Seguidamente - como todo el material que entra en el lugar - se meten en el congelador durante una semana (para evitar introducir ningún organismo vivo que destruya la colección). "Seguimos usando la misma técnica de hace cuatro siglos", explica Noya, “porque tiene que ser fácil, barata, que lo pueda hacer mucha gente y prácticamente en cualquier parte". De hecho, una buena parte de las aportaciones al herbario la realizan decenas de voluntarios que recolectan plantas en su tiempo libre y como afición.
Una vez pasado el proceso de desinsectación, llega el momento de montar el pliego. En esta parte del trabajo también colaboran voluntarios y especialistas como Miguel Ángel, que lleva 23 años montando plantas para su conservación en el herbario. "Ahora mismo estoy montando una planta, una crucífera, recogida en Zaragoza", nos cuenta. “Llevo haciendo esto desde 1993, pero bueno, es que llevo en la casa 42 años". Miguel Ángel asegura que el proceso es entretenido y relajante, y suele montar unos 40 pliegos al día, lo que vienen a ser unas 8.000 plantas al año. "Cuando yo entré aquí íbamos por 450.000", recuerda, "y ahora vamos por 903.000. Así que imagina".
Miguel Ángel lleva 23 años montando pliegos en el herbario
A fecha de hoy los datos del herbario están digitalizados ya al 85% y el Real Jardín Botánico está a punto de lanzar una web - disponible ya de modo interno - en la que cualquier especialista del mundo pueda buscar una especie y conocer en qué lugar se encuentra, qué características tiene, cuántos ejemplares hay e incluso acceder a imágenes de las mismas. Todo este trabajo - junto con el de universidades y centros de investigación - ha servido también para construir el proyecto Flora ibérica en el que se está clasificando toda la flora silvestre que crece de manera espontánea en la península ibérica y que nos permitirá homologarnos con el resto de países europeos en materia de clasificación botánica. Una tarea de clasificación que empezó en el siglo XVIII y que nunca estará cerrada del todo.