Mundial 2006, en Alemania. Leipzig. Previa del primer partido de la selección española, ante Ucrania. Raúl apunta a suplente. Aparece en rueda de prensa intencionadamente desaliñado, con barba de cuatro días y semblante compungido. Las preguntas sobre su inesperado y revolucionario rol secundario en el equipo se suceden. Las sortea. Reclamo el micrófono y pregunto directamente al siete: “¿Su actitud en los entrenamientos está siendo la misma desde que se sabe suplente a cuando era titular?”. Raúl parece tocado, baja la mirada, no acierta a contestar. Y entonces Puyol, que asiste al interrogatorio a la izquierda, mira a su compañero, mira al periodista, e interviene: “Sí, es la misma; y lo importante aquí es la selección, no un hombre”. El capitán de España era Raúl, pero en ese instante dejó de serlo: el momento escenificó la sucesión por el brazalete.
Puyol siempre fue así. No pintaba nada en la conversación, pero sintió la necesidad de entrometerse para rescatar de un apuro al compañero. De tomar partido e impartir justicia. La suya, generalmente bienintencionada. Ya fuera para impedir a Thiago y Alves celebrar un gol de manera impropia, para evitar que Piqué le entregara un mechero al árbitro lanzado desde la grada, para ceder a Abidal el privilegio de levantar una Copa de Europa. Puyol ha sido un jugador de gestos. Como este de ayer de anunciar su adiós al Barça con dos años de contrato aún por delante.
Se va un defensa aguerrido y racial, retratado con precisión en esa caricatura del anuncio en la que cabecea una maceta para evitar una tragedia. Nunca dejó una gota de sudor por caer. Limitado en lo técnico pero desbordante en entrega y fe, durante estos años de actividad ha puesto su cuerpo literalmente al servicio del escudo que llevó cosido al pecho. Un derroche que le ha servido para atajar peligro a la desesperada, levantar títulos, marcar el gol de Belauste en las semifinales de la Eurocopa, recibir a la reina cubierto de una toalla y ganarse el respeto de todos. Se va el compromiso, el carácter y la rectitud. Pero como escribe Míchel, a los grandes no se les dice adiós, se les pone de ejemplo.