En el fútbol la ilusión no es una cuestión a tomar en broma. Cada temporada es un lienzo en blanco en el que se proyectan las ilusiones: ser campeón, entrar en Champions, hacer un buen año, no descender… cualquier cosa. Cada equipo vive acorde con sus ambiciones, pero todos piensan en el sueño, cualquiera sea este.
Las primeras desilusiones deberían llegar cuando el balón rueda y el fútbol falla, pero en ocasiones las decepciones son previas, aparecen con los titulares de los periódicos que van contando cosas que generan desazón en el aficionado.
El caso evidente es el del Madrid, el equipo más soñador, pues es el que más acostumbra al cielo y, también, el que suele tener los veranos más movidos. No, este año no, el aficionado blanco mira su plantilla, recuerda el fiasco de la pasada temporada y no entiende nada, pocas cosas cuadran porque la ecuación que explica el éxito no parece resolverse.
El cambio más importante ha sido el del entrenador, y no son muchos los que piensan en Benítez y se emocionan. En primer lugar, hay que mirar el origen de la decisión. Carlo Ancelotti, por algún motivo, había conseguido conectar con el Bernabéu. Era socarrón, simpático, ganó la Décima, propuso un juego divertido, muy del gusto del aficionado. El italiano aportaba muchos de los puntos que el hincha del Madrid exige, por mucho que en el último año no lograse llegar a buen puerto.
El tono aristocrático de Ancelotti cuadraba en el Madrid, él mismo era feliz en la ciudad que, de algún modo, también se parece a sus equipos, es festiva, animada, con un respeto solemne a pasarlo bien.
Florentino Pérez no lo entiende así. Él es el hombre que se viste todos los días con el mismo color de traje, de corbata y de camisa. El que come siempre en el mismo restaurante y guarda unas rutinas estrictas. Un aburrido contable más preocupado por el dato que por el sentimiento. Un calvinista sin credo. Si Pérez hubiese nacido cuarenta años más tarde sería de esos que admiran más el número de kilómetros recorridos y de pases dados que lo que le dictan sus ojos. El fútbol como ciencia y no como deseo.
Su mente matemática no podía resistir un dato negativo. La soberbia, que ahí está, le llevó a no escuchar a su alrededor, a no mirar a todos aquellos que le pedían otra oportunidad para quien había sintonizado con la grada, el club y la ciudad. Con todos menos con él, que es el que manda. Ni siquiera se dio cuenta de que el mercado no tenía mucho que rascar.
Terminó eligiendo a Rafa Benítez, un aldabonazo a los que no solo piensan en el resultado. Llegaba de una etapa poco exitosa en Nápoles, que seguía a una época nada exitosa en el Inter y en el Chelsea. Pero era lo que había. Dice que él no es defensivo, que eso son historias, pero sabe que no es cierto. El problema es que no puede alardear de su idea, esa en la que el cero en la portería propia es el primer objetivo. No en el Madrid.
Florentino no escuchó las muchas voces que le pedían la continuidad de Ancelotti y ni siquiera vio que el mercado de técnicos estaba en mal momento
Benítez es partidario de la productividad y contrario a la belleza. Es de esos hombres que cuando miran el David de Miguel Ángel piensan en los centímetros cúbicos de mármol que se desperdiciaron en hacerlo. Habla de la necesidad de poner dos mediocentros, de la obligación de pensar en la defensa. Niega que en su mundo perfecto el cero tenga un lugar casi sagrado, pero los actos contradicen sus palabras. Vive en lo gris y se camufla, porque ha llegado a un club en el que se valora lo luminoso y lo estético. Ya ha empezado a desplegar su doctrina en la pretemporada, la menos festiva que se recuerda en el Madrid, unos partidos intrascendentes –en esta época del año siempre los son- de una sobriedad que asusta.
Es una cuestión de experiencia de uso. Los aficionados compran costosísimos abonos y se dejan parte de su sueldo en televisión de pago pensando en ganar, sí, pero también en disfrutar cada semana. Esa es la parte con la que Benítez no comulga. En la historia del fútbol se han encontrado decenas de caminos diferentes para ser campeón, el objetivo en todos los casos es el mismo, pero dejar de lado el tiempo recorrido, las horas empleadas en ver fútbol, es obligar al hincha a jugárselo todo a una carta. Ganar, sí, como único motivo. El problema de los resultadistas es que tienen las misma opciones de ganar que los soñadores, pero cuando pierden no pueden siquiera reclamar los momentos vividos.
Benítez no gana una Liga desde los tiempos de Baraja y Albelda, hoy ambos retirados. Está sin títulos desde el Liverpool y, desde entonces, ha pasado por tres equipos. Sí, es un buen entrenador, un obseso del fútbol que hace funcionar el colectivo. Es bastante probable que el Madrid sea un equipo eficiente y eso, en ocasiones, es suficiente para llegar a ser campeón. Tendrá que lidiar, eso sí, con un club único, muy exigente, y con una grada que no admite cualquier cosa. El día en el que el equipo esté ganando 2-0 en casa y salga del campo alguien como Isco o James para que entre Casemiro, habrá pitos. Es casi un movimiento reflejo del madridista, que no entiende de conservadurismo: si el equipo va ganando la exigencia es epatar, no mantenerse.
Los fichajes
Más allá del entrenador, el aficionado del Madrid acostumbra a pensar en los grandes fichajes. Desde fuera no se entiende bien, hablan de derroche y prodigalidad, pero al hincha le gusta. Porque es más fácil soñar cuando se piensa en una estrella. A falta de De Gea, que como portero que es tampoco llevará a la locura al aficionado, todo lo más que ha llegado es Mateo Kovacic. Igual el chico sale bien y en unos meses se demuestra que es un crack, pero hablamos de ahora y de ilusión. Sería cosa de preguntar en el Bernabéu cuántos le conocían. Es probable que el saldo fuese muy negativo para el pobre croata, cuyo mejor aval es que llega avalado por Modric. No es mala cosa, pero tampoco suficiente.
Para entender al aficionado blanco solo hay que ver lo que más ha gustado de esta pretemporada: Marco Asensio. Llegó tarde, pero dejó las trazas de un jugón el descaro de la juventud y la gracia de lo novedoso. Se irá cedido, claro, porque el fordismo no admite estridencias.
Si Benítez consigue hacer concesiones en su libreto puede tener éxito y reconocimiento de la grada
Benítez tendrá que resistir a mil presiones. A su presidente, a la grada, a unos jugadores a los que tendrá que tener de su lado. La personalidad no le falta, ha demostrado con el tiempo fortaleza mental y coherencia con sus ideas, incluso a veces falta de flexibilidad. Nunca antes, eso sí, tuvo una plantilla con tantos quilates. Ese salto de calidad desde los sitios en los que ha estado al Real Madrid requiere también una adaptación. Benítez sabe lo que es el club, es poco probable que le sorprendan los pitos –que los habrá- o la presión. Si consigue hacer concesiones en su libreto, esas que sabe que son imprescindibles para no ser un forastero en la castellana, puede tener éxito.