Algo huele a rancio en Telefónica. Lo sabe usted cuando abre el buzón y ve la factura. Cuando suben los precios por sus santas gónadas. Cuando no dan explicaciones. Cuando se contempla el edificio que corona la Gran Vía. Gris, antiguo, de otra época.
Pero también hay otro tufillo más fresco, más moderno. Menor, es cierto, pero nuevo. Va in crescendo. Es adictivo. Como meter la nariz en la nuca de un bebé. El cuerpo pide más.
Hay un tipo con un gorro y un monopatín. Hay otro con traje, gomina y barbilla cubista que se siente mejor de corto y echándose a correr. Hay un nuevo director de comunicación que aparenta más años de los que tiene, pero que sabe pensar mucho y bien. Dos de ellos son educados y honestos -notición en esa casa-. Sobre el tercero, el que corre, no puedo decir mucho, no le conozco tanto, pero la intuición me dice que podría ser algo parecido.
A Pedro Serrahima le dijeron que O2 era una marca demasiado premium para un proyecto como el del nuevo operador, pero consiguió salirse con la suya
Hay un cuarto en discordia desde hace poco. Tiene el pelo cardado como el del animoso estandarte de ese operador que se viste de lunares y que él se inventó. Es de verbo atropellado, difícil. Hablar y pensar no son buenos compañeros cuando coinciden en el tiempo. Es honesto. Pata negra.
Al chaval, que ya transita el medio siglo, le ha costado lanzar O2 bajo esa misma marca. Abogaba por un operador transparente, sincero y sencillo. En Telefónica no querían que se utilizase esta enseña para tal fin. Es una marca demasiado premium para un proyecto como el de Serrahima, decían. Pero consiguió convencer a los que mandan. La mujer del César, además de serlo, ha de parecerlo. Y la marca, según Serrahima, es un traje a medida para el servicio que va a ofrecer. Bajo coste, claridad y buena atención al cliente -que no desatención, como suele ser el caso de los operadores-.
Pedro presentó el operador cuando quiso y como quiso. Como un Pepe. Acaso el que un día fue. Ha lanzado el guante, ahora hay que ver quiénes lo recogen. Lo que es incuestionable es que ha jugado sus cartas como ha querido, y eso, en un barco tan difícil de maniobrar como es el azul no es cosa baladí.
Pasen el domingo sin pensar en el lunes, no me sean agonías. Serán mucho más felices.