Lo ocurrido estos días con Bankia en Bolsa ha sido poco más que una muerte anunciada: algo que se daba por descontado, pero que, además, ha llegado con un componente de humillación para el minoritario incorporado. Todo el mundo sabía que una mega ampliación con capital procedente de los productos híbridos, unida a la inyección del FROB, reducía el valor de la acción hasta prácticamente cero. Muchos pequeños inversores estaban más que resignados, pero la especulación ocurrida en los últimos días ha permitido a los inversores institucionales perder menos que el particular. Una nueva humillación para el pequeño ahorrador afectado que no ha sido prevista, ni mucho menos paliada, por la CNMV ni por el Banco de España. Hemos asistido a un ‘sálvese quien pueda’ en toda regla, con la particularidad de que quien más gritaba tenía el control exclusivo de los botes salvavidas.
El canje tuvo lugar ayer, aunque los inversores institucionales pudieron dar órdenes de venta tres días antes. El pasado jueves, en efecto, muchos dieron salida a sus acciones a un precio levemente inferior al euro por título, ello sabiendo los títulos que tendrían asignados el martes. Pero, ojo, vendieron a precios del jueves. Los particulares, por contra, se encuentran ahora con sus acciones a precios del martes. Si pretendieran los de la semana pasada, el valor tendría que repuntar alrededor del 40%.
Aséptico
En mercado ha dado una aséptica explicación a lo ocurrido con una frase cínica: “el ajuste que tenía que haber sufrido el valor hoy (por ayer martes), una vez ejecutado el canje, lo sufrió el jueves por adelantado”. El resultado es que no todos han corrido la misma suerte. En efecto, los inversores institucionales (los conocidos Morgan Stanley, UBS, Credit Suisse, etcétera) salieron el jueves, mientras los particulares quedaron para la pedrea del martes.
Es obligado decir enseguida que resulta increíble que esto haya podido ocurrir en una entidad nacionalizada, es decir, reflotada con dinero de todos los españoles, que además arrastra la losa de unos preferentistas que, en su mayor parte, son personas, no inversores institucionales, y de unos accionistas que acudieron a la salida a Bolsa impulsados por la sucursal con la que trabajaban bajo una relación de confianza.
Es obvio que se trata de una operación nueva en España y nada sencilla, pero Bankia es una compañía hoy propiedad del Estado (que somos todos), y no es de recibo convertirla en pasto del arbitraje de los especuladores, como tampoco que los inversores institucionales dispongan de más y mejores resortes operativos para protegerse que la sufridísima clientela. El canje debería haber sido equitativo para todo el mundo. No estamos hablando de un valor normal en un mercado abierto, sino de una antigua caja de ahorros nacionalizada, razón de más para que, hasta que finalizaran sus más que complejos mecanismos de recapitalización, el regulador (incluso el Gobierno si hubiera hecho falta) debería haber garantizado un trato equitativo para todo el mundo.
De primera y de segunda
Como ha ocurrido ya en tantas otras ocasiones, una vez más queda de manifiesto que hay inversores de primera y de segunda. Los primeros manejan los mercados y se llevan las ganancias. A los segundos se les endilga el 'papelón' que sobra. Total, son muchos y nunca se quejan.
¿Cómo es posible que los responsables de defender los derechos de los minoritarios y evitar esta clase de abusos hayan permitido tal escándalo? Se supone que tanto en la CNMV como en el caserón de la Plaza de Cibeles esquina Alcalá tienen conocimiento bastante de la operativa de los mercados y de las triquiñuelas al uso, porque, en caso contrario, sería pertinente pedir su cese y exigir responsabilidades a quien o quienes les nombró. Por desgracia, mucho nos tememos que se estén poniendo en marcha soluciones experimentales de salvamento para los bancos, sin haber impuesto condiciones ni previsto consecuencias; simplemente mirando al ‘a ver qué pasa’. En esas circunstancias, pierden los de siempre. Y, de paso, se les humilla.