Un conductor serbio de 43 años circulaba la semana pasada por la AP-7 al volante de un camión congelador con la intención de cruzar la frontera y adentrarse en territorio francés esa misma tarde. Al darle el alto una patrulla de los Mossos d’Esquadra en Vilafranca del Penedès (Barcelona), los agentes descubrieron que el camionero transportaba entre los congelados cerca de 83 kilos de marihuana envasada en bolsas y lista para ser consumida en otro país europeo. A los policías no les sorprendió el hallazgo.
El camionero serbio entró en prisión, la marihuana fue destruida y los congelados fueron a parar a una entidad benéfica sin ánimo de lucro. Los Mossos creen que el conductor se dedica a transportar una mercancía producida en Cataluña por grupos criminales organizados dedicados al narcotráfico que han encontrado en la marihuana una fuente de ingresos superior a los beneficios que dan la cocaína, el hachís o la heroína.
“Estamos ya acostumbrados a detectar alijos de grandes cantidades de marihuana en Cataluña”, explican fuentes policiales. “Es un gran negocio que lleva años funcionando, y que en los últimos tiempos no para de crecer”.
Región productora y exportadora
Cataluña era desde hace décadas un lugar de paso de drogas: de sur a norte, pasando por la AP-7. Desde hace unos años, es una región productora y exportadora de marihuana, la droga recreativa más consumida en el planeta.
Cultivadores locales y organizaciones criminales de todo el mundo realizan una media de cuatro cosechas al año en espacios interiores repartidos por toda la geografía catalana. Producen una marihuana de alta calidad que después transportan a países europeos en los que se acaba consumiendo.
El precio de un gramo de marihuana en las calles de Cataluña es de entre cinco y diez euros; algo más en las asociaciones cannábicas. El precio de un kilo de marihuana comercial es de unos 3.000 euros. Al cruzar la frontera, el precio se dispara: los fumadores nórdicos, por ejemplo, pueden llegar a pagar el doble que los españoles por un producto idéntico.
Alta demanda europea
La demanda europea de marihuana hecha en Cataluña es altísima. Por tanto, la producción se ha disparado. Las grandes plantaciones catalanas están rodeadas por un halo de secretismo y clandestinidad con el que los narcotraficantes tratan de frenar a los investigadores de los Mossos d’Esquadra y el resto de cuerpos policiales.
Chalets en urbanizaciones recónditas y naves industriales en polígonos son algunos de los emplazamientos favoritos de los grandes productores de hierba en territorio catalán. Los narcotraficantes recurren al perfil del jardinero, una persona con escasa jerarquía que se limita a cuidar las plantas y a protegerlas de posibles robos las 24 horas del día.
“Los narcotraficantes temen más a otros narcotraficantes que a la Policía”, explica a este periódico un agente del Cuerpo Nacional de Policía que no puede cuantificar cuantos enfrentamientos armados ha habido en los últimos años en Cataluña a causa de la marihuana entre miembros de clanes rivales. “Las mafias extranjeras no tienen problema en dispararse para dirimir luchas por el territorio”, indica.
Narcos: de la cocaína a la marihuana
Según los datos proporcionados por la Policía de la Generalitat, la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía, más de 200.000 plantas fueron decomisadas en Cataluña en 2018. Una treintena de grupos mafiosos dedicados al cultivo de marihuana fueron desmantelados en la comunidad autónoma el año pasado.
Uno de ellos es un clan familiar de El Prat de Llobregat especializado ahora en la producción de marihuana tras décadas dedicado a la venta de cocaína, según fuentes judiciales.
Como ellos, son muchos los narcotraficantes extranjeros -irlandeses, chinos, serbios que, atraídos por un clima conveniente y un código penal y una sociedad permisivas, se han pasado al negocio de la marihuana en Cataluña porque les da un mayor beneficio que otras sustancias.
En un laboratorio casero
R es un pequeño productor de marihuana casero que destina una habitación de su hogar al autocultivo y accede a mostrarlo a este periódico. “Llevo unos cuatro años de jardinero y sólo lo hago para no tener que comprar maría en la calle o en asociaciones cannábicas”, explica en su vivienda, situada en las afueras de Barcelona.
Al abrirse la puerta del laboratorio casero, por la estancia se esparce un intenso olor dulce y queda la vista un pequeño invernadero con una decena de plantas de tamaños diversos. Están situadas bajo lámparas y ventiladores, junto a otras herramientas para el autocultivo. "La inversión inicial se recupera tras unas pocas cosechas", apunta R.
En el habitáculo se gastan unos mil vatios durante unas 12 horas al día, según R. Es el equivalente a tener todas las bombillas encendidas a la vez en un piso pequeño. Y a tener un permanente sol artificial. Todo por acelerar el proceso de crecimiento de las plantas.
El aumento de la factura de la luz es "la parte menos divertida del cultivo de interior”, subraya R, un fumador de porros cuya actividad poco tiene que ver con el volumen de negocio que mueve el jardín catalán de la marihuana. “Desde hace años, hay un boom. Se habla más ahora, pero el fenómeno existe desde hace una década. Somos la capital europea del cultivo de marihuana”.
La mayor feria cannábica
Spannabis, una feria de la marihuana y el cáñamo que va más allá de la parafernalia ‘fumeta’, se celebra en Cornellà de Llobregat (Barcelona), donde reciben desde hace 16 años a 3.000 profesionales y a centenares de empresas: la mitad son extranjeras y hay lista de espera para participar en ella.
Los Mossos han detectado la presencia de inversores de fondos estadounidenses como visitantes en Spannabis, salón considerado el Mobile World Congress del negocio de la marihuana. El sector genera en Estados Unidos un volumen de negocio legal gigantesco. Se estima que en 2025 moverá 50.000 millones de euros en todo el mundo.
La industria del cannabis tiene unos 200 millones de clientes en todo el planeta. Spannabis es la mayor feria cannábica de España y una de las más consolidadas a nivel mundial. “Aquí no se vende marihuana”, recuerdan cada año desde la organización. Pero eso no impide que acudan a Cornellà 30.000 asistentes en busca de información y productos relacionados con el autocultivo.
Clubes cannábicos: en el limbo legal
Por el salón de la marihuana pasan médicos, editores de revistas, pacientes, terapeutas, escritores, cineastas, cultivadores ganadores del primer premio en concursos, investigadores y abogados especialistas en derecho penal y salud pública que asesoran jurídicamente a asociaciones cannábicas como las más de 600 que hay en Cataluña -la mayoría, en Barcelona- y que se hallan en un limbo legal.
En la mayor feria de la marihuana, recuerdan sus impulsores, hace años que detectaron que Cataluña es uno de los epicentros del consumo y de la producción de marihuana en Europa.