El arranque del nuevo Gobierno, hace una semana, no pudo ser más complicado. Tres ministros, tres, coincidieron en confundir a los ciudadanos con la desviación del déficit. Dos de ellos eran del área económica, Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. El tercero ocupa la cartera de Interior, Jorge Fernández Díaz, que, sorpresivamente y a iniciativa propia, se metió en este charco a pesar de lo lejos que está el asunto de sus competencias.
El guirigay ministerial recordó al de los mejores tiempos del Gobierno socialista, cuando sus ministros también se enzarzaban en lanzar mensajes contradictorios sobre el Plan de Estabilidad remitido a Bruselas y corregido en cuestión de horas, la Ley Sinde, la reforma fiscal o la financiación de los ayuntamientos. Enfrentamientos, autoenmiendas, rectificaciones... Aquello era una montaña rusa a la que se atribuía en buena parte la responsabilidad de la imagen frívola que se transmitía fuera de nuestras fronteras y que se traducía en un castigo de los mercados.
Y volvió a suceder al inicio de esta semana. El ministro de Economía y Competitividad dijo que la desviación del déficit situaría a este por encima del 8 por ciento; el de Hacienda y Administraciones Públicas, señaló, por su parte, que estaría "en torno" al 8 por ciento; y el titular de Interior fue el más osado a la hora de dar una cifra exacta: sería del 8,2. No se puede decir que fueran cifras muy distintas salvo por un pequeño detalle: cada punto de desviación del déficit añade 10.000 millones de euros al ajuste, lo que significa que cada décima supone 1.000 millones. Unas décimas arriba o abajo significan un ajuste más duro o más "light".
No se trató de una estrategia estudiada, como aventuraron algunos. Es más, en el Ministerio de Hacienda las palabras de Guindos levantaron ampollas, por sentir invadidas sus competencias, y éste redactó de su puño y letra una rectificación a sus palabras del día anterior. Sin embargo, una de las grandes incógnitas del organigrama ministerial lo suscita, precisamente, la 'convivencia' entre Economía y Hacienda, ante la ausencia de un vicepresidente económico. Se trata de un punto de fricción que puede deparar más momentos como el del pasado lunes. En cambio, lo de Fernández Díaz fue del todo incomprensible, pero se decidió no ahondar más en en asunto.
"Como los toros al salir de chiqueros"
En Moncloa son conscientes de la situación de incertidumbre y confusión generados, aunque lo justifican bajo el argumento de que se trata de un Gobierno y unos ministros que comenzaban a dar sus primeros pasos."Ahora están hablando todos. Salen como los toros de los chiqueros", señalaron de forma muy gráfica a Vozpópuli fuentes gubernamentales. La ausencia de agenda propia de cada Departamento y de equipo de comunicación en éstos ha contribuido a generar confusión, admiten.
Tanto una cosa como otra se han intentado solventar a lo largo de la semana. El próximo lunes se incorporará el grueso de los responsables de comunicación de cada Ministerio, quienes, a su vez, deberán coordinar mensajes con la Secretaría de Estado de la Comunicación. Además, los gabinetes de cada ministro "deberán sentarse y preparar sus agendas", a ser posible, sin interferir en las competencias de otros ministerios.
Responsabilidad de Sáenz de Santamaría
Pero buena parte de la coordinación del Gobierno recae, sin duda, en su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. A las abultadas competencias de su cargo, se une evitar que cada miembro del Ejecutivo apunte en una dirección distinta. Muy criticada fue en su momento su antecesora en el cargo, la ssocialista María Teresa Fernández de la Vega, por la falta de unidad de mensaje del Gobierno. De la Vega pagó cara la descoordinación hasta el punto de perder la batalla interna frente a otros "pesos pesados" del Gobierno como Alfredo Pérez Rubalcaba. El de Sáenz de Santamaría es, sin duda, uno de los cargos más expuestos del Ejecutivo, para bien y para mal, y no puede correr el riesgo de que se lancen mensajes contradictorios.
"Poco a poco se irán centrando todos. Trataremos de coordinar y de decir las mismas cosas", agregan las fuentes consultadas. Pero si alguien espera que sea el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el que dé un puñetazo en la mesa en caso de que se repita una situación similar, se equivoca. Los que le conocen bien saben que no es ese su estilo.