Si la función de un Rey consiste en advertir de los riesgos que el Estado corre, Felipe VI, durante esta primera década de su reinado, ha venido cumpliendo este cometido con tanta explicitud como sentido de la medida.
Diez años dan para mucho, y los que el Rey ha transitado al frente de la Jefatura del Estado han sido de todo menos fáciles, con el desafío soberanista y la pesadilla de la pandemia acechando en los márgenes de un camino jalonado, además, de un puñado de obstáculos adicionales.
Don Felipe, como monarca, ha sido el primero en muchas cosas: también en gestionar problemas y circunstancias sobrevenidos que nunca antes tuvieron que abordar sus predecesores al frente de la Corona porque simplemente no se les presentaron.
Experto a la fuerza en el ejercicio del aguante, el Rey ha afrontado los peores embates con una mezcla de determinación y templanza, como quedó de manifiesto la noche del 3 de octubre de 2017, la más importante en su vida hasta ahora como Jefe del Estado, esa en la que realmente galvanizó a toda una sociedad, como hizo su padre con ocasión de la asonada del 23-F, para consolidar su perfil propio con la Constitución en la mano y mediante un discurso cuyos ecos resonarán para siempre en la Historia de España.
La noche del 3 de octubre de 2017 ha sido la más importante en su vida como Jefe del Estado, esa en la que galvanizó a toda una sociedad para consolidar su perfil propio con la Constitución en la mano
Con las convulsiones todavía en pleno apogeo que generó la celebración del referéndum ilegal, Don Felipe hiló entonces una serie de mensajes cuya exposición, firme pero serena, tuvieron un innegable efecto balsámico sobre una de las situaciones de mayor tensión acontecidas desde la Transición y la propia intentona golpista de 1981. Entre ellos, su defensa de los valores democráticos frente a la veleidad de los sediciosos, la vindicación de "los legítimos poderes del Estado" como garantía del "orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones", la vigencia de "la unidad de España" en medio de la inestabilidad de aquellas jornadas, y hasta la interpelación directa a los catalanes, a quienes trasladó la seguridad de que no estaban solos. Ni lo estarían.
El monarca 'de las primeras veces' ha cubierto una década como Rey cuyo contexto sociopolítico apenas le ha concedido tregua. Sirva, si no, un dato tan elocuente como desalentador: en una década, cinco han sido las rondas de consultas abiertas (sin contar las fallidas) con los partidos del arco parlamentario para proponer candidato a la investidura como presidente del Gobierno. Juan Carlos I afrontó diez en sus cuarenta años de reinado.
El Borbón que no 'borbonea'
En este periodo, las respuestas del Rey 'templado' han ejercido de señal de alerta ante otros muchos peligros que amenazan con diezmar la salud de la democracia española: el deterioro institucional impelido por una práctica gubernamental que impone los intereses personales y de partido sobre los generales; la actividad cáustica de la izquierda radical dirigida a horadar el modelo de Estado del 78, con epicentro en su piedra angular, la propia Corona, la polarización desbocada que se azuza desde instancias políticas, entre otros. Todo, mediante intervenciones medidas hasta el extremo, tiznadas de una neutralidad incuestionable, orientadas a preservar la institución que representa mediante una imagen previsible y, naturalmente, ajustadas de forma escrupulosa al rol que la Constitución le asigna. A favor de este guion juega, además, el hecho de que el Rey Felipe, por una cuestión de carácter y personalidad, no 'borbonea'.
Es probable que esta envoltura aséptica explique en buena medida la mejora de la Corona en la valoración de los españoles, una vez superada la crisis de reputacional de la institución, misión que, sin la iniciativa y el empuje de la propia figura de Felipe VI, habría sido imposible.
La conmoción de la pandemia
La pandemia de coronavirus motivó el segundo discurso del Rey al margen de los tradicionales de Nochebuena. Fue el 18 de marzo de 2020, solo unos días después de que se decretara el estado de alarma. Un mensaje de apenas siete minutos de duración en que el soberano trató de insuflar ánimos a un país acogotado como nunca y en el que apeló a la "unidad" para "superar esta grave situación" con la certeza de que el virus no doblegaría a la sociedad española, sino que, por el contrario, redoblaría la fortaleza de la convivencia hasta arrojar "una sociedad más comprometida, más solidaria, más unida. Una sociedad en pie frente a cualquier adversidad".
En aquel aciago 2020, los Reyes realizaron más de 90 videoconferencias, contactaron con más de un millar de personas, 47 centros sanitarios y hospitalarios, y más de una treintena de organizaciones no lucrativas
El confinamiento fue también de una incesante actividad para los Reyes, volcados, sobre todo por vía telemática, con un sector sanitario que en aquellas fechas trataba de atenuar los terribles efectos del coronavirus sobre los colectivos más vulnerables. Según quedó recogida en la Memoria de Actividades interactiva y audiovisual de aquel 2020, en total realizaron más de 90 videoconferencias, mantuvieron en torno a 160 conversaciones telefónicas y contactaron con más de un millar de personas, 47 centros sanitarios y hospitalarios, y más de una treintena de organizaciones no lucrativas. Un hito con trasunto en su tatarabuelo Alfonso XII, quien, con la única compañía de un ayudante y de forma prácticamente anónima, se desplazó a Aranjuez para recorrer los hospitales donde se atendía a los contagiados de una letal epidemia de cólera que se declaró en el Real Sitio durante el verano de 1885.
El Rey más empático
La catástrofe medioambiental provocada por la erupción del volcán de La Palma trazó una corriente empática con la isla de toda España, a la que el Rey se sumó en primera fila con varios desplazamientos (el primero de ellos en septiembre de 2021) para consolar a los afectados y ofrecerles la seguridad de que no se iban a quedar en la cuneta.
Por último, los mensajes navideños de Felipe VI han contribuido singularmente a definir su reinado: cargas de profundidad detonadas con una impecable moderación. Sin rodeos, ha invocado en todos ellos la Constitución como garante de la unidad y permanencia del Estado, y no ha rehuido las cuestiones más candentes: la crisis desencadenada por la invasión rusa de Ucrania, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones, la pertenencia a la UE como palanca de prosperidad y, por encima de todo, la exigencia de aplicar unos principios morales y éticos asimilables al concepto de ejemplaridad que ha venido empleando desde su discurso de Proclamación el 19 de junio de 2020, del que ahora se cumplen diez años.