Bilbao era todavía una ciudad industrial que empezaba su transformación y el símbolo de todo aquello era la construcción del Museo Guggenheim. Una obra ambiciosa y moderna junto a la ría sobre la que pivotaría la metamorfosis de la urbe. Era la década de los noventa y ETA quiso hacer saltar por los aires aquel cambio como muestra un documento firmado por la dirigente terrorista Soledad Iparraguirre, Anboto. “Tiradlo todo patas arriba”, fue la inequívoca orden que remitió a uno de sus comandos.
El escrito al que ha tenido acceso Vozpópuli apareció en un piso situado en el número 4 de la calle Kresaltxu, en Getxo (Vizcaya). Era el escondite del comando Lambroa de ETA y hasta ese lugar se desplazaron el 25 de octubre de 1994 agentes de la Ertzaintza para detener a sus integrantes: Ignacio Gonzalo Casal, Andoni Muñoz de Vivar, Iñigo Otazua Urresti y Ángel Figueroa Fernández.
Lambroa en euskera significa bruma. Formaban un comando de legales, los miembros de ETA que no estaban fichados por las fuerzas de seguridad. Según las crónicas de la época, dos de ellos habían sido interventores en las elecciones para Herri Batasuna y el grupo tenía documentación para atentar contra policías y militares. Solo necesitaban la orden de la cúpula de la organización para actuar. Llegó antes la policía.
En el registro de aquella vivienda del barrio de Romo, en Getxo, apareció un papel. Estaba escrito en euskera y firmado por Anboto y arrancaba con un “Hola, Lambroa ¿Qué tal?”. La policía autonómica vasca lo almacenó bajo el nombre de “Evidencia nº 7”. Cuando procedieron a la traducción, descubrieron que entre diversas indicaciones internas sobre futuras reuniones y otros detalles operativos, ETA ponía sus ojos en el Museo Guggenheim de Bilbao.
"Es nuestro objetivo"
La orden textual que la Ertzaintza recogió traducida en su informe ya hablaba incluso de la envergadura del atentado: “Por otra parte, os tengo que comentar que el Guggenheim es nuestro objetivo y os pedimos a vosotros el que empecéis a mirar la forma de tirarlo todo patas arriba. Contestar en la comunicación de noviembre. Para ello se necesitará bastante explosivo, y tendremos que organizar una entrega especial”.
Antes de despedirse con un “a ver si todo os sale bien”, Anboto les daba a los miembros del comando una última indicación: “Os tenemos que comentar también que el clorato (material para hacer explosivos) no hay que picarlo, que se puede poner tal como está, por lo tanto menos trabajo”. Aquel año ETA mató a 13 personas. La desarticulación del comando Lambroa en octubre de 1994 desbarató los planes inmediatos de ETA contra el Guggenheim, pero la banda volvió a intentarlo apenas tres años después.
En este caso la orden la recibió el comando Katu, entre los que estaban por Eneko Gogeaskoetxea y Kepa Arronategui. Ambos se desplazaron a las inmediaciones del museo el 13 de octubre de 1997 en una furgoneta con matrículas falsas y cargada de explosivos. Apenas faltaban cinco días para la inauguración oficial con la presencia de los reyes de España y el presidente del Gobierno José María Aznar, entre otras altas personalidades del Estado. La instrucción que tenían los terroristas era matar al monarca.
Matar al rey
Según la sentencia de la Audiencia Nacional que condenó a Gogeaskoetxea en 2016, el plan pasaba por introducir varias granadas autopropulsadas Mecar de calibre 83, que serían activadas por radio control. Iban en varios tubos de PVC introducidos a su vez en unas jardineras. ETA pretendía disparar contra las escaleras principales del Guggenheim. “Dadas las características de estas granadas, habrían perforado las paredes del museo, accediendo a su interior”, sostiene el relato de hechos probados de la sentencia.
Pero la furgoneta con los explosivos llamó la atención de un ertzaina, que se acercó a inspeccionar el vehículo. Casi sin tiempo de reaccionar, Gogeaskoetxea abrió fuego contra él y le mató. El asesino se fugó y no fue arrestado hasta 2011 en Reino Unido. Su compañero fue arrestado ese día por la Policía Municipal y desde entonces sigue en prisión. Tal y como avanzó este periódico, la Audiencia Nacional tramita desde hace días su posible ingreso en un centro psiquiátrico.
Por su parte, Soledad Iparraguirre, la etarra que ordenó poner el Guggenheim “patas arriba”, ingresó hace días en la cárcel madrileña de Soto del Real. Francia entregó a la etarra a España y la Audiencia Nacional ya le ha procesada por 12 causas, entre ellas la orden de matar al rey. El agente asesinado se llamaba José María Aguirre y su intervención frustró de nuevo los planes de ETA para atentar contra el museo. Tenía 35 años, dejó mujer y un hijo. Hoy la plaza que da acceso a la pinacoteca lleva su nombre.