España

Oda a la improvisación: retrato de Gobierno mediocre y acorralado

El funeral se inició el lunes, cuando, al filo del mediodía, Mariano Rajoy (MR) apareció en las pantallas de televisión, mal aliñado y peor advertido, para enviar un mensaje de confianza a los españoles...

El funeral se inició el lunes, cuando, al filo del mediodía, Mariano Rajoy (MR) apareció en las pantallas de televisión, mal aliñado y peor advertido, para enviar un mensaje de confianza a los españoles. Había tenido lugar la reunión del comité ejecutivo del PP en Génova, y Martínez Castro, responsable de la comunicación en Moncloa, no era partidaria de la comparecencia del jefe, aunque al final se impuso el criterio de esa estrella de la oratoria moderna que es la señora Cospedal. La prima de riesgo ya había superado los 500 pb y era preciso cortar de raíz la espiral alarmista. Fue peor el remedio que la enfermedad. Sin maquillar, barba hirsuta, traje de indefinible color tirando a marrón, chaqueta desmayada sobre el cuello, camisa blanca de rebajas y corbata peleona, la impresión que causó el señor presidente fue penosa. “No vamos a dejar caer a ninguna CCAA porque si no, se cae el país…” argumentos sin elaborar, sin matizar; discurso de brocha gorda, pobre de solemnidad.

Tampoco Luis de Guindos quiso dar la cara el miércoles, después de que Financial Times sorprendiera a última hora del martes con un mensaje del BCE para el Gobierno de Madrid. “De utilizar deuda pública para recapitalizar Bankia, nada de nada”, advertían en Fráncfort. Ese miércoles, la famosa y casquivana prima se había instalado en la cumbre de los 540 puntos, apenas a 10 de la barrera de una teórica intervención, y había que hacer algo. Y Guindos fue obligado a dar la cara esa tarde en el Congreso, para desmentir a FT con el argumento de que el Ejecutivo no había presentado en Bruselas ni en Fráncfort ningún plan para rescatar Bankia, por lo que malamente podía el BCE oponerse al mismo. Un Guindos tenso y nervioso, parapetado ante las preguntas con el brioso argumento del “me voy de viaje”.

Se iba, sí, a Berlín, a pedir auxilio al ministro Schaeuble. El relato de lo ocurrido esta semana transmite una sensación de improvisación aterradora por parte del Gobierno, en general, y del ministro de Economía, en particular. De ella dio cuenta el propio MR cuando, en la rueda del lunes, la del aparejo de mercadillo, dijo orondo que “aún no está cerrado el procedimiento para llevar a cabo la capitalización de Bankia”. Con tal grado de certidumbre, no es extraño que España haya sufrido la semana más dura desde que el PP llegó al poder, con la prima de marras desbocada. Es esta sensación de improvisación la que seguramente más daño está haciendo a nuestro país. Todo parece cogido con alfileres en Moncloa y alrededores. ¿Cómo entender que un Gobierno serio decida rescatar Bankia de la quiebra sin tener previsto no ya el mecanismo del rescate, sino, y lo que es más importante, la procedencia de los fondos necesarios? ¿De dónde va a sacar Vd. el dinero? Bello panorama.

Hasta el propio Almunia, que no es precisamente Churchill, se muestra escandalizado estos días por la improvisación del Gobierno Rajoy en Bruselas.

En pleno guirigay, desde Economía se filtra a El País la especie de que podría hacerse mediante la inyección de deuda pública, que luego Bankia se encargaría de descontar en la ventanilla del BCE, a lo que dottore Draghi responde a través de FT que naranjas de la China. Pero, oiga, don Luis, ¿Esas cosas no se negocian con discreción en los despachos de la diplomacia? Hasta el propio Almunia, que no es precisamente Churchill, se muestra  escandalizado estos días por la improvisación, rayana en la indigencia, que el Gobierno Rajoy muestra por los vericuetos de Bruselas.

Ese mismo miércoles, con los pasillos del Congreso convertidos en un velatorio, el grupo parlamentario popular celebraba una reunión a puerta cerrada a la que había prometido su asistencia Rajoy. Había expectación. Más bien había necesidad de que el jefe del Gobierno trasmitiera a los reunidos un mensaje de tranquilidad y esperanza. Pero el presidente hizo mutis por el foro. Sencillamente no se presentó. Espantada. El cabreo de los diputados populares era notorio. Y sí, De Guindos salió pitando hacia Fráncfort para entrevista con el hombre en la silla de ruedas. El argumentario español es conocido: hemos hechos los deberes –verdad a medias, en el mejor de los casos- y ahora le toca al BCE, donde manda Alemania, echar su cuarto a espadas. La respuesta de herr Schaeuble es sabida: ¡nein! Los alemanes no están dispuestos a aflojar la mordaza hasta que los indisciplinados españoles, con su patética clase política a la cabeza, no den muestras de querer poner orden de verdad en la verbena de derroche en la que han vivido en las últimas décadas.

España se iba por el sumidero sin remedio

Días tremendos, plagados de mensajes cruzados y contradictorios. Durao Barroso, nuestro amable vecino portugués, responde el miércoles a las llamadas de auxilio de Madrid asegurando que el popularmente llamado Fondo de Rescate europeo (EFSF) podría ser utilizado directamente por los bancos con problemas sin necesidad de pasar por los Gobiernos respectivos, pero el responsable de Asuntos Económicos de la CE, Olli Rehn, le sale al paso diciendo que de eso nada. Sentimiento de desolación generalizada. España se iba por el sumidero sin remedio, ante la indiferencia de sus socios comunitarios.

Para confirmar los peores presagios, esa misma tarde/noche se supo que mientras Guindos volaba a Alemania, la señora Sáenz de Santamaría se embarcaba rumbo a América para entrevistarse con la directora gerente del FMI y con el secretario del Tesoro USA. El objetivo era obvio: lograr de ambas partes presión bastante para forzar a la señora Merkel a abrir la mano del BCE con España. Pretender, sin embargo, apagar el incendio español enviando a EE.UU. a una mujer que no habla inglés y que sabe lo justo, por ser piadosos, de economía y finanzas suena, cuando menos, chocante. El cuerpo de bomberos de Moncloa se afanó pronto en apagar el incendio, asegurando que las entrevistas estaban apalabradas hacía tiempo. Intento fallido, que solo sirvió para confirmar el pánico general.

El último día de mayo, nuestra célebre prima se desayunó de nuevo en el 540 pb, aunque a media mañana, milagro, empezó a ceder posiciones. Con De Guindos incapaz de conseguir siquiera una foto con Schaeuble, Rajoy se vio obligado a hacer una nueva llamada de socorro a Merkel a primera hora del jueves. La canciller alemana respondió, generosa, con una intervención de apoyo a España que logró atenuar la presión de los mercados. Tal es el grado de indigencia del Gobierno español. MR se dice dispuesto a resistir como sea: “El presidente cuenta que las ha pasado muy canutas en política y que esto no le coge de nuevas”, asegura una fuente de Moncloa, “de modo que no piensa arrojar la toalla. En su opinión la suerte de España se decidirá el 17 de junio en Grecia. Si de las generales griegas sale un Gobierno responsable, capaz de hacer frente a los compromisos asumidos con la UE, las bolsas repuntarán al alza con fuerza y la prima de riesgo cederá. Si lo de Gracia sale mal, no nos quedará más remedio que pedir el rescate”.

Sobre el escenario madrileño ha aparecido Goirigozarri convertido en un Emilio Botin, tal que si llevara 40 años en Bankia y la entidad fuera suya.

Los errores mostrados por este Gobierno en la gestión de la reforma financiera y, muy particularmente, en la crisis de Bankia, se antojan garrafales. De pronto y como por arte de birlibirloque, sobre el escenario madrileño ha aparecido el señor Goirigozarri convertido en una réplica de Emilio Botin, tal que si llevara 40 años al frente de Bankia y la entidad fuera suya, cuando no pasa de ser un empleado público más, ciertamente cualificado, a las órdenes del Gobierno que lo ha colocado. Resulta, por eso, asombroso que, con los mercados de capitales cerrados a cal y canto, se le haya permitido “inflar” la cifra de las ayudas públicas a Bankia hasta esos increíbles 19.000 millones, siguiendo la técnica empleada en su día por Alfredo Sáenz en el saneamiento de Banesto. Pero el error no es de Goiri, naturalmente, que pretende asegurarse el éxito de salida; la equivocación es de su patrón, a la sazón ministro de Economía.

La legión de grandes profesionales que, rozando los sesenta, fueron protagonistas de reconversiones bancarias dolorosas en el pasado, no salen de su asombro: “se trataba de arreglar el estropicio de una veintena de Cajas, señor De Guindos, no del desembarco de Normandía”, asegura uno muy cualificado. “Contamos con la tecnología y los protocolos necesarios para hacerlo. Lo que usted ha hecho, por contra, ha sido contaminar todo el sector con la sombra de la sospecha, al tratar a todas las entidades, sanas o enfermas, con el mismo rasero. Un error de bulto que puede costarnos caro”. Un respetado financiero hoy en la reserva opina, por su parte, que “lo que ha cabreado a los mercados no ha sido la cifra, los 19.000 millones de marras, con ser escandalosa, no, sino el baile de cifras, eso de que en horas una misma entidad pueda pasar de contabilizar beneficios a estar abrumada por las pérdidas. Eso ha hecho pensar a los inversores de medio mundo que España es un país de cuyas cifras no te puedes fiar, porque se cambian a conveniencia de la noche a la mañana. Un país no fiable. Infumable. Una nueva Grecia”.

De Guindos es partidario del rescate, no de la intervención

De Guindos es partidario del rescate de los bancos mediante el uso de los fondos del EFSF; lo importante, en su opinión, es evitar a toda costa la intervención del país por los “hombres de negro” (CE, BCE y FMI), la troica que se instalaría en Madrid para gobernar el ajuste de caballo, entonces sí, que le sería administrado a España. El corolario de lo expuesto exhala la amarga sensación de que el Gobierno ha perdido el control y navega al pairo, pidiendo ayuda como un menesteroso a la puerta de una iglesia. La forma en que este Gobierno se ha quemado en unas semanas, ardiendo como la yesca en la hoguera de la improvisación y la mediocridad, no deja de resultar asombrosa.

España se asoma al abismo con la peor clase política en el puente de mando. Rato despachándose a gusto con una carta sin firma que alguien deposita sobre el escritorio de los consejeros de Caja Madrid; De Guindos y Montoro a la greña, a cuenta de los hispabonos; Fernández Ordóñez largando de lo lindo, mientras se cura las heridas por las esquinas; Carlos Dívar insistiendo en que pasar los fines de semana en Marbella con cargo al erario público no es pecado… un vicepresidente, dos ministros, un gobernador del BdE y un presidente del Supremo comportándose de manera innoble, sin un ápice de gallardía. Retrato de país desestructurado, moralmente roto, éticamente viciado. Clases dirigentes muy por debajo del prototipo de español medio. Todo como a punto de explotar.

No lo hará, empero, porque Alemanía, que ha venido empujando hasta el borde mismo del precipicio, impedirá que en el último minuto nos despeñemos. Primero, porque tras la victoria de Hollande en Francia, a Merkel le viene bien contar con el Gobierno Rajoy como aliado. Segundo, porque si se hunde España, la flota asaltante dirigirá a continuación sus cañones contra Italia y así sucesivamente hasta acabar con el euro. Es la doctrina que, en última instancia, vende el Ejecutivo. Quieran los Dioses que acierte, aunque cada día son más las voces que afirman que tal vez fuera mejor la intervención: solo la disciplina germana podría meter en cintura a una clase política como la que padecemos.  

 

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