Casado no saludó a Garrido. Carmena, sentada junto a Monasterio, que no miraba a Errejón. Ayuso evitaba a Ortega Smith. La fiesta de la Comunidad de Madrid fue el banderazo de salida de la campaña electoral de autonómicas y municipales. Saltaban chispas en el gran patio de la Real Casa de Correos. Todos contra todos. Las heridas del 28-A todavía están sin cauterizar. Y había muchos voluntarios para echar vinagre en los costurones. Era como una cena navideña en la que la suegra refunfuña y los cuñados no se hablan.
Todo era singular y extraño en la celebración del Dos de Mayo. Aires de campaña, 'puñaladas' al viento, y hasta el anfitrión, un desconocido, un tal Pedro Rollán, que pasaba por allí cuando estalló el lío del 'desertor'. Por no estar, ni siquiera estaba Ana Pastor, que no se pierde una. La expresidenta del Congreso a buen seguro tenía asuntos que tramar en Galicia. Sánchez tampoco envió ni un ministro al acto, en contra de a costumbre. Otro desplante.
Raphael, desde una ardiente emoción, invocaba a ese Madrid abierto, que a todos acoge y a todos abraza. Ignacio Echevarría, el héroe del monopatín de Londres, recibía una catarata de aplausos in memoriam. Fueron dos de los galardonados con la medalla de la oro de la Comunidad, que también distinguió a gente relevante, alguna escritora, presentadora de televisión, actriz... Sororidad en la Comunidad. Más de mil invitados, un canapé por cada tres. Codazos a discreción entre pisotones, mantillas y ecos de zarzuela.
Pablo Casado aterrizó frente al edificio de Sol entre aplausos y gritos de 'presidente, presidente'. Aún lleva en el rostro la sonrisa del perdedor. Le acompañaban sus candidatos, Almeida y Ayuso, listos para competir. "Los que van a morir'", comentó un gracioso. En este festejo castizo, siempre hay graciosos. La parada castrense, que ahora llaman 'Desfile cívico-militar" para no ofender, ponía el necesario punto de solemnidad en la populosa mañana de un Madrid soleado, bullicioso y cañí.
La patada a Abascal
Fue Esperanza Aguirre quien acercó la cerilla al fuego para calentar la jornada. "Casado le ha dado una patada a Abascal en mi culo", ha dicho. La 'lideresa' no comulga con el giro al centro. Ni tampoco le agrada que se insulte a Vox. Recibió en su día a Casado con estrepitosa alegría. Ahora lo tritura. El aludido ignoró el comentario: "Vaya, nunca es noticia cuando otros nos insultan". Coincidieron ambos, eso sí, en cargarle a Rajoy la culpa del trastazo del domingo. Con él empezó el declive, vinieron a decir.
Ángel Garrido, sentado junto a Aguirre en su condición de expresidentes, fue de los menos saludados del convite. Sus compañeros hasta hace unos días, le dirigían miradas asesinas. Sus nuevas amistades de Ciudadanos le dispensaban una afectuosidad ortopédica. Deambulaba por el salón de la que fue su casa, encogido y en solitario, como Rivera por el plató después del debate.
Rocío Monasterio, irrumpió en edificio flanqueada por Ortega Smith e Ivan Espinosa de los Monteros, que oficiaban de guardaespaldas de la aspirante a presidenta. Ortega siempre tiene cara de estar a punto de ofenderse de forma definitiva. Espinosa, de que va a soltar un chiste.
Gabilondo, que parece de gracia personal y de enemigos confesos, recibía parabienes. Confía en que del tirón de Sánchez le caigan algunas migajas para presidir el Gobierno de la Comunidad. Es el único candidato que no parece un candidato. Su sitio, más bien, estaría junto al cardenal Osoro y el padre Ángel. Ignacio Aguado, el hombre de Ciudadanos para Comunidad, pasó, una vez más, casi inadvertido.