España

La España desgobernada que dio alas al independentismo

Cómo contar un año que se fue por el sumidero. En el que todo siguió igual y nada importante quedó arreglado. Un tiempo que pasamos ansiosos, sobresaltados, con la clase

  • Pedro Sánchez

Cómo contar un año que se fue por el sumidero. En el que todo siguió igual y nada importante quedó arreglado. Un tiempo que pasamos ansiosos, sobresaltados, con la clase política nacional atenta a su ombligo, pensando este país en términos de lucha por el poder. El relato de cada cual por encima del proyecto colectivo. Una España obscenamente presa del órdago catalán, ese docudrama por entregas que hace tiempo derivó en película de terror y que ha deparado notables victorias del independentismo tanto políticas como judiciales. Y conste que no fue porque no acudiéramos a votar como benditos, las veces que hiciera falta, a ver si la cosa se apañaba.

¿Qué contarán los libros de historia de este 2019 que ya agoniza? Pues que sí, que pasaron cosas. Noticias que relató la propaganda, el NO-DO redivivo, que vivimos a sobresaltos, entre espectáculos televisivos y tertulianos vociferantes. Por ejemplo. Se exhumó al dictador en una imagen histórica: ese helicóptero abandonando el Valle de los Caídos hacia el cementerio de Mingorrubio. Se juzgó y condenó el caso de los ERE, el de mayor cuantía de esta cuarentona y achacosa democracia. Creció como la espuma Vox, el espantajo de la ultraderecha agitado por los spin doctors que habitan en los despachos paralelos de La Moncloa. El centro se desmoronó y se cobró la vida política de Albert Rivera, quizás la gran víctima del año que ahora termina. 

La foto fija de hoy dibuja un país sin gobierno, un parlamento recién constituido con nuevos actores -descubrimos que Teruel Existe- y más fragmentado que nunca. Un Congreso que espera su gobierno como quien espera a Godot.

Pero en realidad todo sigue igual porque terminamos 2019 como lo empezamos. Dependiendo de que los independentistas nos den las llaves del coche para poder arrancarlo. Y para que nos den las llaves, esperan que se les regalen los oídos: que sí, que habrá referéndum de independencia; que sí, que habrá generosidad con los condenados por sedición y respirarán aire limpio en cuanto una grieta legal lo permita... En este juego de trileros Madrid-Barcelona sólo hay una cosa por esclarecer: dónde está la bolita.  

Ahora encontramos en el desenlace del proceso que culminará con el gobierno de coalición PSOE-Podemos, con Sánchez como presidente e Iglesias como vicepresidente, apoyado en la inestimable muleta -previo pago de su importe- de los independentistas de ERC y los pequeños grupos que preguntan qué hay de lo mío.

El primer acto político de 2020 será, si nadie rompe la baraja, la proclamación de Sánchez como presidente del Gobierno. Adiós al molesto apellido 'en funciones'. Para ello se necesitaron dos elecciones generales: las del 28 de abril y las de 10 de noviembre. Fue el PSOE en ambas convocatorias la fuerza más votada, pero los resultados globales fueron muy distintos. 

María Jesús Montero, Adriana Lastra y Carmen Calvo (PSOE) a la llegada al Congreso para reunirse con Unidas Podemos.

Una negociación esperpéntica

Las elecciones del 28 de abril, desplome del PP mediante, ofrecieron la oportunidad de un pacto de centro izquierda entre Sánchez y Rivera para formar gobierno. No se dio. Y muchos lo lamentan ahora, dentro y fuera de ambos partidos. La rotunda negativa del líder de Cs a consolidar aquella suma moderada -que le terminó costando la carrera política- y el escaso interés mostrado por Sánchez en explorar esa vía, desembocó en una esperpéntica negociación interruptus entre PSOE y Podemos.

Quizás ustedes recuerden un verano a la brasa con medias ofertas, embustes y engaños propios de una comedia política de enredo con pésimo gusto. No fueron más que meses tirados a la basura, con líderes tan sudorosos como inoperantes, el preludio de las elecciones en otoño. 

Imposible no recordar las tretas varias que se sucedieron para tratar de armar algo parecido a una coalición, las filtraciones a los medios afines, la guerra de nervios. Pablo Iglesias se sentía vicepresidente hasta que pidieron su cabeza para seguir adelante con el trato. Irene Montero, la alternativa, se sentía vicepresidenta hasta que alguien en Podemos no consintió en aceptar ministerios "de segundo nivel". Iglesias no quería ser un florero en el Gobierno de Sánchez y el PSOE, directamente, no quería ver a nadie de la formación morada en el Consejo de Ministros. Aún nadie sabía -o aparentaban no saber- lo que cambiaría todo en cuestión de pocos meses. 

Manuela Carmena y José Luis Martínez-Almeida en el Ayuntamiento de Madrid

El PP desaloja a Carmena

Mayo trajo otra papeleta: urnas municipales, autonómicas y europeas. Se reconfiguró el poder local y el PP reconquistó el Ayuntamiento de Madrid y sostuvo la Comunidad, con ayuda de Ciudadanos y la muleta de Vox, formación que se consolidó a nivel municipal. Manuela Carmena se convirtió en ponente de ética política y personalizó el desplome de una manera de entender la política.

En el universo de Podemos y Más País, solo resistieron Ada Colau en la Alcaldía de Barcelona y José Maria González Kichi en la de Cádiz. Todo lo demás quedó prácticamente borrado del mapa. Aguantaron, eso sí, los barones socialistas, desde donde se cocinan recelos a la política nacional de Sánchez: García-Page en Castilla-La Mancha, Fernández Vara en Extremadura y Lambán en Aragón. 

Una escisión de Tsunami Democràtic reivindica la "batalla de Urquinaona"

Barcelona quiso ser Hong Kong

No es ninguna novedad. Que le pregunten a Ortega y Gasset. O a Azaña. De nuevo todo ha sido Cataluña y todo ha sido procés. Los antes conocidos como políticos presos pasaron a la condición de condenados por sedición tras la sentencia del Tribunal Supremo que confirmó la "ensoñación" separatista. Fue la sentencia del año y llegó a mediados de octubre. Y el juez Marchena, como ya hemos contado en Vozpópuli a propósito de las figuras del año, fue la efigie de un texto que no sentenció rebelión para disgusto de ultramontanos y que se quedó en la categoría de sedición, insatisfactoria asimismo para aplacar las iras de los independentistas menos leídos. 

Los días posteriores a la sentencia del Supremo formaran parte de la imaginería separatista. De las manifestaciones pacíficas de la gent de pau a las barricadas y los adoquines que volaban de las aceras de Barcelona a las cabezas de los antidisturbios. Se incendió Barcelona, se hongkongizó para las fotos de los medios internacionales, y el entonces gobierno, en una reacción espesa y tardía, habló de problema "de convivencia". Semanas después, y elecciones mediante, terminaría hablando de "conflicto político" en Cataluña porque estaba en juego nada menos que el Gobierno de la nación y su primer acto: la investidura de Pedro Sánchez. 

El helicóptero que traslada los restos de Franco se lleva el féretro del Valle de los Caídos

Franco: adiós al Valle de los caídos

Toda vez que por el lado de la negociación política todas las maniobras del verano se encaminaban al fracaso, y por tanto a elecciones en otoño, el Gobierno aceleró lo que algunos consideraron el acto inicial de la campaña electoral. El 24 de octubre, apenas quince días antes de las elecciones del 10-N, los restos mortales del dictador Francisco Franco abandonaban para siempre la sepultura del Valle de los Caídos. Fue el punto final de una larga batalla política y legal iniciada en 2007, es decir, en tiempos del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. 

La exhumación del dictador y su traslado al cementerio de Mingorrubio, donde ahora reposa, contaban con el aval tanto del Congreso como del Tribunal Supremo, después de una intensa pelea de la familia Franco contra lo que consideraban toda una "profanación". PP y Ciudadanos vivieron el trago de perfil, Vox aprovechó para rebañar varios sacos de votos y el Gobierno y sus alrededores se adueñaron del prime time.

El acto, en absoluto íntimo, fue retransmitido con tremenda parafernalia mediática que desembocó en guerra política. Vox consideraba un "show mediático" lo que para el Gobierno era un día histórico de "reparación" y "justicia". Finalmente, más allá del día que desempolvó algunos ultras que salieron del desván -en Mingorrubio se presentó el mismísimo Tejero- y del teatro de operaciones -helicóptero, seguridad, unidades móviles para una cobertura propia de los Juegos Olímpicos- nada pasó, más que el Valle de los Caídos sigue en el mismo lugar, ahora que no le interesa a nadie. 

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su comparecencia este lunes en la sede del partido

10-N: Cs se desangra, Vox emerge

Con la memoria del traslado de Franco aún fresca, los españoles volvieron, fatigosamente, a las urnas para desbloquear el bloqueo. La cita, el 10 de noviembre. Fue la campaña de Pedro Sánchez. Toda suya. El mayor despliegue mediático de un presidente jamás visto: entrevistas por tierra, mar y aire. Declaraciones para la historia ("ni yo ni el 95% de los españoles podrían dormir tranquilos con Podemos en el Consejo de ministros"), errores de bulto (aquella soberana metedura de para a propósito de la independencia de la fiscalía) y promesas electorales al aire para tentar al votante moderado (entre otras, se erigió en el hombre que se iba a ocupar personalmente de traer a Puigdemont ante la justicia española).

De poco sirvió. Porque Pedro Sánchez no sólo no consiguió mayor fortaleza parlamentaria como pronosticaban sus gurús, sino que retrocedió y se vio obligado a intentar formar gobierno con Podemos en condiciones mas precarias que meses antes. Ciudadanos se desplomó (48 horas después Albert Rivera dejaba la vida publica), Pablo Casado (¿lo recuerdan?) subió lo justo para que nadie pidiera cabezas en el PP y Vox creció como la espuma hasta erigirse en tercera fuerza política en el Parlamento. Alguien debió felicitarse, porque pensó que contra la ultraderecha se gobierna mejor. 

Manuel Chaves y José Antonio Griñán, en el juicio del 'caso de los ERE'

La justicia sentencia los ERE

El contundente mazazo judicial para el PSOE a propósito de la sentencia de los ERE vino a alterar el panorama politico apenas nueve días después de las elecciones. La antigua cúpula del PSOE andaluz, liderada por Manuel Chaves y José Antonio Griñán, terminó condenada por permitir un sistema corrupto de ayudas a empresas a lo largo de una década. Una contundente y esperada sentencia de 1.821 folios que se llevó por delante a 19 de los 21 altos cargos de la junta de Andalucía juzgados en este macroproceso, del que aún quedan más de 100 piezas por juzgar.

Pero, lo que es la batalla por el relato, la sentencia no llegó a salpicar al PSOE, que trabajó muy cuidadosamente en desvincularse del pasado, en lanzarle la patata caliente al socialismo andaluz ("No es un caso del PSOE", zanjó Ábalos) y a comparar a través de sus terminales mediáticos la corrupción de los ERE con la de Gürtel, con el factor diferencial de que en el sistema corrupto de Chaves y Griñán no hubo enriquecimiento personal. 

El ruido y la furia lanzado desde la actual Junta de Andalucía no alcanzaron a Pedro Sánchez, que se refugió en el silencio hasta que le preguntaron por ello en tierras europeas. Ni a los llamados a ser sus socios de gobierno: Podemos saltó por encima del asunto, muy lejos de su fiereza en el papel de garantes de la limpieza democrática. ¿Y por que? porque en los fogones políticos se estaba cocinando una coalición, sellada con el fuerte abrazo de dos personas que desconfían el uno del otro.

El pacto del 'abrazo' entre Sánchez e Iglesias

Camino al 'gobierno de Junqueras'

Una semana después de la sentencia de los ERE legó el pacto del abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Dos personajes políticos que han hecho de la supervivencia su sello de identidad. Fue un matrimonio casi por sorpresa, con los medios citados apenas una hora antes de la firma del documento, y "sin vetos", lo que suponía de inmediato el regreso eventual del líder de Podemos al sillón de la vicepresidencia. 

Y así, bienvenidos al presente. A finales de diciembre. Después de lograr más o menos el respaldo de los grupúsculos del congreso, y del siempre solícito PNV, todos los esfuerzos, desde el mes de noviembre hasta hoy, están concentrados en conseguir la abstención de ERC. El precio. Reconocer que en Cataluña existe un "conflicto político", juguetear con la Constitución hablando de "seguridad juridica", una mesa entre Gobiernos con el consiguiente regreso a Pedralbes... Y la Abogacía del Estado, que en eso está ahora, presionada para pedir la libertad al menos temporal de Oriol Junqueras tras la sentencia del Tribunal Europeo de Justicia que reconocía su inmunidad como europarlamentario. El preso en Lledoners con la llave maestra de la legislatura y un independentismo crecido ante la España desgobernada que pasó 2019 dando vueltas sobre sí misma. Esto es: tirando 365 días a la basura.

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