Los diputados y senadores del PSOE que escuchaban el 31 de mayo a Pedro Sánchez alertarles sobre fuerzas que “van a tratar de crispar hasta límites insospechados” la campaña electoral del 23 de julio, no caían en la cuenta de que mensajes similares sobre confabulaciones enemigas dirigía hace 60 años Francisco Franco a su auditorio en el mismo palacio de las Cortes. Como en la inauguración de la Legislatura de 1961, cuando avisaba de que “vivimos tiempos difíciles” y denunciaba una acción subversiva que se sirve de “las nuevas técnicas de comunicación”. Quien exhumó los restos del “Caudillo de España por la Gracia de Dios” con el tiempo ha usado una dialéctica paralela a la del dictador, empezando por la amenaza que se cierne sobre el pueblo español: en la dictadura, una conspiración judeo-masónica-bolchevique y en el sanchismo, una conjura reaccionaria de las derechas.
“Han utilizado todos los instrumentos que han tenido a su alcance (…) para tratar de derrocar al Gobierno (…) Lo que quieren es que bajemos la cabeza. Y no vamos a bajar la cabeza”. En esos términos se refirió el presidente del Gobierno por primera vez a los “poderes oscuros” dotados de “terminales políticas y mediáticas”, en declaraciones a El País el 3 de julio del año pasado. Una manifestación de resistencia que recuerda la de Donald Trump tras el registro de su mansión de Mar-a-Lago (Florida): “están intentado silenciarnos. Están intentando silenciarme a mí, están intentando silenciarlos a ustedes, pero no seremos silenciados”. Con el paso de los meses Sánchez ha repetido esos señalamientos, añadiendo a “la derecha judicial”, hasta la arenga dirigida a los parlamentarios socialistas tras el 28 M.
La confabulación de poderes ocultos u oscuros que Pedro Sánchez ha tardado cuatro años en detectar, el general Franco los tuvo claros desde que ganó la guerra hasta el día de su muerte. En la última aparición pública de quien se hizo llamar el Generalísimo, el 1 de octubre de 1975, tras la campaña internacional contra los últimos fusilamientos del franquismo, señaló desde el balcón del Palacio de Oriente al “contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”. Palabras no muy diferentes a las pronunciadas al inaugurar un congreso sindical en marzo de 1961: “La mayoría de los ataques que nosotros venimos recibiendo, los sufrimos de la vieja política, del capitalismo, de la masonería”.
Desde las antípodas ideológicas pero con un sentido patrimonial del poder algo parecido, Sánchez Pérez-Castejón avisaba desde Bruselas en diciembre último de otro contubernio: “el intento de atropellar nuestra democracia por parte de la derecha, no solamente por parte de la derecha política, sino también de la derecha judicial, jaleada por la derecha mediática”. Una confabulación agravada seis meses más tarde, según lo dicho por el líder socialista a sus parlamentarios el 31 de mayo: “Que la derecha extrema y la extrema derecha están envalentonadas y que tienen resortes poderosos. Saben a quiénes sirven, tienen más medios, más recursos y, por cierto, ningún pudor para lanzar infundios y para traficar con la mentira”.
En los discursos del Presidente aparece lo que la psicología llama disonancia cognitiva, que viene a ser la contradicción entre lo que el orador dice creer y sus actos. De eso se ocupa un trabajo académico de Filología de la Universidad de Salamanca, titulado La argumentación en el discurso político franquista, que describe que gracias a las técnicas de “disonancia cognitiva, gregarismo, economía cognitiva y concepto de autoridad” el Caudillo se confirió el título de vencedor “aunque no hubiera terminado aún la guerra”.
Cuando el jefe del Gobierno exhumó los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, decisión para él histórica como símbolo de la negación de la Dictadura, no cabía sospechar la semejanza que adquirirían sus mensajes con los del desenterrado, incluidos los referidos a la forma de afrontar la actitud crítica o el control implacable de los medios de comunicación sobre los gobernantes. El denominado Caudillo se quejaba mirando al extranjero, para denunciar que “más de la mitad de la Prensa y de las radios del mundo vienen recogiendo las consignas que antes han lanzado las emisoras soviéticas, y callan y silencian cuanto puede oponerse a sus designios” (3/6/1961 en las Cortes). El presidente español, por su parte, junto a las frecuentes alusiones a la conspiradora “derecha mediática” ha afinado la puntería advirtiendo que “veremos en programas de máxima audiencia a gentes que solo se representan a ellos mismos pontificar e insultar sin derecho a la contestación ni a la réplica, se van a inventar barbaridades”.
Entre los gobernantes de países de la UE no es habitual descalificar a los medios escritos y audiovisuales con la vehemencia del jefe del Gobierno español. Para encontrar algo parecido hay que remontarse a las denuncias de conjura periodística por parte del ya fallecido Silvio Berlusconi en vísperas de las elecciones italianas de 2001, que llevaron al sociólogo y Premio Príncipe de Asturias Giovanni Sartori a considerar que eso era fruto de “la paranoia del que ve complots por todas partes. En todo caso (…) le defienden los diarios y los políticos con los que mantiene relaciones; si hay conjura, es a su favor.” Más recientemente, el húngaro Viktor Orban ha hecho gala de su autoritarismo castigando a medios opositores con sanciones o cancelaciones administrativas.
En los círculos del populismo bolivariano, y sobre todo del peronismo, se está acuñando el término “mediafare”, a semejanza de “lawfare”, para denominar el acoso o guerra mediática contra las organizaciones que ellos califican como “progresistas”. A España aún no ha llegado ese forzado neologismo pero los círculos políticos que lo han inventado se aglutinan en torno al Grupo de Puebla, al que pertenecen o con el que colaboran políticos del PSOE como Rodríguez Zapatero y la dirigente sanchista Hana Jalloul y del universo Sumar-Podemos, como Yolanda Díaz, Enrique Santiago o Gerardo Pisarello, además del ex juez Baltasar Garzón y la fiscal de Sala Dolores Delgado. Pocos días después de que el presidente Sánchez alertara contra la ola reaccionaria, Zapatero le daba eco en una reunión del Grupo de Puebla con el Grupo Socialdemócrata del Parlamento Europeo, añadiendo que Latinoamérica es “la región más progresista que hay en estos momentos en la Tierra” e instando a mirar a esta región para detener el “avance de las oligarquías y la extrema derecha”.
Ha habido iniciativas del Gobierno de coalición que a los periodistas más veteranos le han evocado los viejos tiempos de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda o el posterior Ministerio de Información y Turismo, en el Régimen de Franco Bahamonde. Tras un desafortunada organización de las primeras ruedas de prensa para dar cuenta de la pandemia, con una especie de censura previa sobre las preguntas, el equipo de la Moncloa ha hecho varios intentos, sin éxito, de intervenir en las libertades de información y expresión amparadas por la Constitución, al socaire de estrategias de seguridad nacional inspiradas por Bruselas.
Así, en noviembre de 2020 el Ministerio de la Presidencia de Calvo Poyato llevó al BOE una Orden Ministerial alumbrando un Procedimiento de actuación contra la desinformación con el nombre de Comisión Permanente contra la Desinformación. Y no hace ni un año, en octubre pasado, se constituyó el Foro contra las Campañas de Desinformación en el ámbito de la Seguridad Nacional, presidido por el general Ballesteros, Director del Departamento de Seguridad Nacional en la Presidencia del Gobierno.
Un tercer objetivo en la diana de los ataques de Sánchez es el poder económico, ya sea financiero o empresarial, en sus perfiles de capitalismo abusador o empresarios ávidos de beneficios. Así lo hacía en su primera época el Generalísimo, marcando distancias el 1 de abril de 1947: “Si el marxismo aparece incapaz de resolver los problemas económico sociales (…) no son ni el liberalismo ni el capitalismo financiero los que han de sucederle” y en 1961 continuaba por ese camino: “Los pueblos quieren caminar y renovarse, pero no aciertan a encontrar el camino. El pretender a estas alturas el predicarles con el espantajo capitalista y liberal es como ofrecerle agua a un ahogado”.
El actual ocupante de la Moncloa destapó su aversión al capital hace un año confesando en ‘El País’ (3/7/2022): “(…) yo hablaría de un dinero que atrae mucho poder y que siempre tiene una intención clara: la de debilitar y socavar el Estado del bienestar para hacer negocio”. O el pasado enero señalando en el Senado “un plan diseñado por ciertas élites económicas con el propósito de maximizar sus beneficios (…) ejecutado por una derecha política que (…) lo que hace con empeño y con esmero es debilitar el Estado del Bienestar”.
Durante el franquismo destacó por su populismo y demagogia el falangista, admirador del régimen nazi y cofundador de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), José Antonio Girón de Velasco. Como ministro de Trabajo en los años 40 y 50 del pasado siglo, soltaba encendidas arengas sobre las relaciones capital y trabajo. Soflamas del estilo de: “Es preciso acabar de una vez con el inmoderado afán de lucro y, sin herir intereses legítimos, aquilatar hasta el último extremo los precios y los márgenes de ganancia” o “no habremos llegado a la España Libre en lo económico hasta que no consigamos emancipar a la Nación de la opresión de ese frente invisible que tiene en sus manos todos los resortes del poderío” (‘José Antonio Girón. Escritos y discursos’. Madrid 1943).
No se habían vuelto a escuchar en boca de gobernantes españoles expresiones de ese cariz hasta que Pedro Sánchez se preguntó en el Senado (31/01/2023): “Si una empresa gana 600 millones de euros al año más que el año anterior (…) ¿por qué esa ganancia va a parar sólo a manos de unos pocos?, ¿por qué se recompensa al consejero delegado?, ¿al consejo de administración?, ¿al director financiero? Pero no se recompensa a los dependientes o dependientas, a los transportistas, a los administrativos o a los reponedores”. Sin olvidar lo que dijo tras las recciones a los impuestos a la banca y las energéticas: “He escuchado a algunos dirigentes de bancos, a la señora Botín, al señor Galán, en fin, creo que si protestan es que vamos en la buena dirección”.
Con la introducción del concepto España en los mensajes sanchistas tras la derrota electoral del 28 de mayo, el Presidente se ha acercado a un lenguaje en el límite de patriota y patriotero, del que dio muestra en un evento de ‘elDiario.es’ (05/06/2023): “En amor a España no nos ganan, podrán empatarnos, pero no nos ganan” al tratarse de un amor “que sube salarios, salva Doñana o lidera a nivel mundial las energías renovables”. Palabras que suenan, salvando las distancias, a otras del general Franco en 1966: “Hemos creado una España en condiciones de despegar hacia vuelos más altos (…) una España nueva, abierta a las corrientes del siglo”, decía el dictador, añadiendo: “El nivel de vida ha subido, la educación ha alcanzado niveles insospechados, los españoles han visto elevarse sus oportunidades personales, familiares y nacionales”.
De la citada arenga a los parlamentarios socialistas el 31 de mayo, aparte del eslogan sobre la “extrema derecha y la derecha extrema” y la amenaza de ola reaccionaria, destaca que a lo largo de 34 minutos de disertación pronunció 38 veces el nombre de España y en tres ocasiones “las Españas”. Desde entonces la referencia a España es permanente en el perfil @sanchezcastejon, con diez apariciones de “La mejor España” en los ocho primeros días de junio, hasta convertirlo en el hastag #LaMejorEspaña.
DANIROCIO
ojo a ver si Franco ha enviado a este Mesias para meternos en solfa que parece que estamos perdiendo las buenas costumbres y volver al buen camino,no hay que perderlo de vista porque ya le esta saliendo bigotillo de dictadorzuelo
Pepepelotas
Se pensaba que desenterrar a Franco no le iba a causar consecuencias, se ha reencarnado solo en parte ya que aquel tenía principios, mejores o peores, este ni eso.
maullador
En realidad son muy similares, solo los diferencia el traje más moderno de Sánchez.,por lo demás son clavaos.