Moncloa intenta atajar por todos los medios el debate soterrado abierto en torno a una posible sustitución de Mariano Rajoy en el hipotético caso de que éste se viera obligado a dimitir por el escándalo Bárcenas. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, cuyo nombre para sustituir a Rajoy surge entre las filas del PP cuando se plantea dicha posibilidad, quiso cercenar el pasado viernes cualquier información en este sentido al afirmar tajante que el inquilinio de la Moncloa "va a cumplir su mandato", de modo que, "como no hay necesidad de sustitución, no vamos a hablar de sustitutos". Pero la información publicada por este medio fue el detonante de las preguntas que en dicho sentido se formularon a la todopoderosa mano derecha de Rajoy en el Gobierno.
Junto a ella se sentaba ayer en la sala de las ruedas de prensa de Moncloa otro personaje fundamental, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. Ambos venían a reproducir la imagen con la que Vozpópuli ilustraba la información "Los ojos del PP se vuelven hacia Santamaría y Gallardón por si Rajoy se viera forzado a dimitir". En ella se veía a las dos personas que no pocos en el PP ven como los que mejor podrían asegurar al continuidad del Gobierno popular en una situación cuasi de emergencia que se llevara a Rajoy por delante, una como presidenta del Gobierno y el otro como su vicepresidente y portavoz gubernamental.
No cabe duda de que la vicepresidenta es una de las figuras más emergentes del Ejecutivo desde el momento en que el inquilino de la Moncloa ha decidido poner en sus manos los principales resortes del poder del país. Ni siquiera personas como Alfonso Guerra, vicepresidente con Felipe González entre 1982 y 1991, acumularon en su momento tanta capacidad de mando y otro tanto puede decirse del "general secretario", esto es, Francisco Álvarez-Cascos, durante al primera legislatura de Aznar. Pero el estilo de Santamaría es otro. Ejerce ese poder de mando, pero lo hace sin intentar pisar muchos callos, lo que le ha valido el reconocimiento de sus compañeros de Consejo de Ministros.
Trabajadora tenaz, exigente hasta la extenuación, aprende todos los asuntos como si tuviera que presentarse de nuevo a las oposiciones a abogada del Estado, esa profesión que tanto le gusta a Rajoy y que también es su "número dos" del partido, María Dolores de Cospedal. No ha cometido grandes errores, el mayor, aquella deprimente rueda de prensa del 26 de abril junto a Cristóbal Montoro y Luis de Guindos en la que ofrecieron una imagen de derrota tal que parecía clausurada la legislatura. También ha habido indisimulables problemas de coordinación que han puesto de manifiesto las luchas intestinas del Gobierno, como las que mantienen entre sí los anteriormente citados, o el ministro José Manuel Soria con Montoro a cuenta de la reforma energética. Pero, en general, su balance es solvente y sin aristas.
Necesitaría de un pacto interno entre el Gobierno, Génova y las baronías territoriales para alzarse, no con la sucesión en Moncloa, sino con la candidatura popular
La gran cuestión es si ella juega a suceder al que ha sido su gran mentor político, el propio Mariano Rajoy, con quien empezó como asesora y al que ha seguido los pasos conforme éste le iba dando nuevas responsabilidades: un cargo en el partido, un puesto en la lista por Madrid, la portavocía del Grupo Popular y, ahora, la vicepresidencia del Gobierno, ministerio de la Presidencia y portavoz del Ejecutivo. A ello se une el control de los servicios de inteligencia a través del CNI, la coordinación económica en la comisión delegada de asuntos económicos y la interlocución con el PSOE --mantiene excelentes relaciones con Elena Valenciano-- y con el resto de los partidos de la posición, especialmente con los nacionalistas, con los que tiene un trato más que fluido. Hasta hace no relativamente mucho, Santamaría enlazaba su futuro político al de Rajoy, pero las circunstancias podría exigir de ella una responsabilidad mayor por la que se sobreviviera a su actual jefe de filas.
Fuentes próximas a la vicepresidenta aseguran que no juega a nada, que sólo le mueve la lealtad a su mentor y estar a la altura de las responsabilidades que éste le ha encomendado. De hecho, llegó a la política por puro accidente, sin más vocación que la de servicio al Estado, aseveran. Pero podría asegurar una sucesión ordenada ante la hipótesis de una dimisión, la de Rajoy, que descarta de plano. Hasta el cantante Ramoncín apostó el otro día por ella al afirmar que es "joven, inteligente y no sale en los papeles de Bárcenas".
Pero si bien en el Gobierno y en el partido se piensa que sería una buena y prudente gestora, que ya desarrolla su propia agenda internacional, la figura de la vicepresidenta plantea una duda aún no testada. ¿Sería buena candidata electoral en un escenario postRajoy? No necesariamente las dos cosas van unidas. Sáenz de Santamaría no ha tenido ocasión de demostrar si tiene o no tirón electoral. No ha encabezado una lista ni ha sido candidata a nada. A ello se une que, hoy por hoy carece de poder orgánico territorial propio en el partido, ni en su tierra de origen, Castilla y León, ni en su tierra de adopción, Madrid. Sin duda, necesitaría de un pacto interno entre el Gobierno, Génova y las baronías territoriales para alzarse, no con la sucesión en Moncloa, sino con la candidatura popular a las elecciones generales.
El pasado viernes, ante las preguntas de la prensa sobre si se veía como sucesora dijo que es Rajoy quien da la confianza a sus ministros "y no nosotros a él". Y hasta ahí, pudo leer.