El acuerdo comercial entre el Reino Unido y la Unión Europea pone punto y final a este divorcio que ha colapsado por igual la agenda y los ánimos del funcionariado de la capital belga.
“El Brexit es una escuela de paciencia”, apuntaba el negociador jefe europeo, el francés Michel Barnier, hace poco más de un año. Y es la frase que mejor puede resumir este tortuoso proceso plagado de dramas, amenazas y reconciliaciones que hoy, víspera de la Navidad, culmina con final aparentemente feliz.
Para los diplomáticos involucrados ha sido “la negociación más importante” que han afrontado. Así lo reconocían al inicio de las conversaciones, en febrero, cuando todavía no se habían topado con las trampas que el primer ministro británico Boris Johnson les tenía preparadas. La más sonada, la que estuvo a punto de hacer saltar por los aires la relación, fue la presentación en septiembre de un proyecto de ley de aduanas que suponía quebrantar unilateralmente el acuerdo del Brexit.
Me empieza a aburrir este personaje”, reconocían ante unos periodistas, también exhaustos tras las noches en vela que les robaron estas negociaciones
“No hay nada lógico en esto (…). Ni siquiera es británico”, esgrimían fuentes diplomáticas sobre este movimiento. El hartazgo alcanzaba ya el nivel rojo: “Me empieza a aburrir este personaje”, reconocían ante unos periodistas, también exhaustos tras las noches en vela que les robaron estas negociaciones.
Concepto de soberanía
La negociación ha tenido varios escollos: las cuotas pesqueras, la competencia leal y la gobernanza. A resolver estos conceptos se han dedicado buena parte de los esfuerzos, pero en términos generales y más abstractos, la discusión ha girado en torno a lo que implica el concepto de soberanía.
“Hay un malentendido sobre lo que ocurre con la soberanía”, resumía un alto diplomático español. “Cuando alguien te dice que tienes que hacer lo que te diga porque es soberano, hay un problema”, se quejaba.
Cuando alguien te dice que tienes que hacer lo que te diga porque es soberano, hay un problema”, se quejaba un diplomático español
Cuando se convocó el referéndum en el año 2016 se prometió (entre otras tantas genialidades) un control absoluto de las decisiones del Gobierno británico en materia comercial. La idea que resaltaron los partidarios de la salida y por la que hicieron campaña es la de que el Reino Unido sería más fuerte y poderoso si jugaba con sus propias reglas en el mercado global. El famoso “We want our country back” que gritaba a los cuatro vientos el eurófobo Nigel Farage.
Pero el acuerdo final obligará a Londres a comportarse de manera leal con las empresas y negocios europeos, ajustándose a determinados estándares que le impedirán, a priori, hacer dumping a quiénes han sido hasta ahora sus socios. Como decía la ministra de exteriores González-Laya: “La soberanía, en pleno siglo XXI, únicamente se gana regulando”.
La china en el zapato
El acuerdo de retirada del Brexit y las conversaciones sobre la relación futura han demostrado que los calendarios son relativos y que los plazos se apuran hasta el último minuto. O incluso para superarlos, como ha ocurrido con este acuerdo que no ha dado tiempo a finiquitar este año y que tendrá que ser ratificado en 2021.
La negociación del acuerdo comercial era la última fase de esta ruptura. “Aún quedan significativas diferencias”, es quizá la sentencia que más se ha repetido a lo largo de estos últimos meses, tanto del lado británico como del europeo. Un mantra que escondía detrás las interminables horas de reuniones que han protagonizado los negociadores entre cajas de pizzas a domicilio.
Pero una vez esas “diferencias” resueltas, Europa confía en poder volver a recuperar la atención hacia otros temas importantes: la canalización de los millonarios fondos europeos, las relaciones con Estados Unidos o China y la coordinación en la lucha contra la covid-19. Si hay algo de lo que se han quejado, en público y en privado, los embajadores involucrados en las negociaciones, es de que el Brexit era esa "china en el zapato" que ha robado tiempo a otros asuntos clave y que ahora esperan retomar.
Mejor un "no acuerdo" que un "mal acuerdo"
La negociación del acuerdo de Retirada tomó tres años, y la de la relación futura, menos de uno. Era un desafío técnico y logístico cerrar un tratado que, en otros casos como el de Canadá o Mercosur, se tardó siete y veinte años en sellar. La ventaja (quizá la única) con la que contaban es que el Reino Unido no partía de cero en este tablero, pero no por ello las conversaciones han sido más fáciles.
Los constantes tira y afloja en materia de gobernanza y competencia han llevado a pensar a varios diplomáticos que la verdadera intención de Boris Johnson era provocar una salida abrupta
Los constantes tira y afloja en materia de gobernanza y competencia han llevado a pensar a varios diplomáticos que la verdadera intención de Boris Johnson era provocar una salida abrupta para forzar a negociar acuerdos bilaterales con cada Estado Miembro. Pero la Unión Europea, conocida por sus desavenencias en todo tipo de materias, ha sido capaz en este caso de hacer piña en el Brexit y forzar una negociación en bloque.
Y las directrices del lado europeo han sido muy claras: hay que pelear hasta el final, pero nunca sobrepasar las líneas rojas que cada uno se ha marcado, como por ejemplo la pesca para los franceses. Mejor un "no acuerdo" que un "mal acuerdo". Esa ha sido la máxima a este lado del canal, donde se ha asumido que en breve, Londres pasará a convertirse en un nuevo competidor a nivel mundial.
Ni la canciller alemana Angela Merkel ni el francés Emmanuel Macron han querido ponerse al teléfono con el británico para no romper esta unidad de bloque en la negociación que ha encabezado en todo momento la Comisión Europa. Cuando quieren, las capitales se ponen de acuerdo para subirse juntos al tren que, en este caso, les lleve a la salida del túnel de la Mancha.