Explico primero lo de escribir Tierra así: Ttierra. Copio a Jorge Riechman, uno de nuestros grandes poetas y todavía mejor pensador en el campo de la ecología. Suma a sus quehaceres el ser profesor de filosofía moral en la Autónoma de Madrid. La repetición de la letra t resulta de lo más acertado por lo que seguramente la mayoría ya ha colegido. Todos tenemos como hogar a este planeta entero, el que escribimos con mayúscula. Todos tenemos un punto de la Tierra como lugar de procedencia o nacimiento, ese al que solemos referirnos con una minúscula inicial. Acaso sería bueno, ganas de complicar en fin, una tercera t, intermedia cuando además de las dos condiciones ya señaladas y comunes a la totalidad de los humanos, unos pocos, ya, además cultivamos la tierra. He adoptado el mismo procedimiento cuando me refiero a los otros ocho pilares de la vida. Por eso, siempre procuro escribir Ssol, Aaire, Aagua,Vvivacidad, Bbosque, Ppaisaje, Ttiempo y Hhumano. Agradezco, pues, a Riechman su acierto y que haya podido prolongarlo.
En cualquier caso lo que pretendo recordar, aquí y ahora, es que somos muy poco conscientes de ser de la Ttierra y menos todavía de que necesitamos a los que todavía trabajan la tierra. Mucho más, por cierto, que a cualquier otro colectivo humano, profesionalmente considerado.
Los campos cultivados van quedándose solos a un ritmo de unos doscientos mil agricultores menos por día. La mayoría están destinados a engrosar arrabales donde esperan que el imposible empleo industrial o de servicios para todo lo Hhumano les alcance.
Por todo eso acaso no sea del todo baladí recordar que no son más que 40 los millones de tractores que trabajan los suelos del planeta y casi mil, millones claro, los otros vehículos. Que comer se debe comer unas tres veces al día. Que en solo treinta años necesitaremos un 50% más de comida y un 30% más de agua utilizada para conseguirlo. Que apenas quedan tierras aptas para la agricultura a no ser que el indeseable cambio climático abra a los arados las puertas de lo situado en torno al paralelo 50 norte. En suma que siendo de y necesitando a la Ttierra la abandonamos y destrozamos con tenacidad suicida. Por si todo eso fuera poco más del 80 % de las cosechas se consiguen con daños colaterales por el uso de biocidas.
Frente a la absurda deserción de lo que es nuestro único y común hogar solo cabe recuperar, regenerar o inaugurar, acaso lo del borrón y cuenta nueva venga al caso, la hospitalidad como estilo de vida. Ser caseros de nuestra casa.
No podemos seguir olvidando por mucho más tiempo que la vida, la vivaz tenacidad del derredor por seguir preñando todo de continuidad, es la raíz de lo que somos y hacemos. Nuestra condición es la de ser parte de ese impulso y del único lugar donde se produce, es decir nuestra Ttierra. Debemos usarla, no hay más remedio, pero no desgastarla como viene siendo la norma, ni dejándola sola. Se nos quiere olvidar que llegaremos tanto más lejos cuanto más, hospitalarios, como la Ttierra, seamos.