Cercano a los confines del sur, a 1.500 kilómetros de Buenos Aires, descansa este prodigio argentino, declarado Patrimonio de la Humanidad. Península Valdés es un apéndice de la estepa patagónica, un territorio agreste con caminos de ripio que conducen a bahías, golfos, acantilados y playas, allí donde el Atlántico acoge a hermosas especies de mamíferos marinos que vienen a reproducirse a sus gélidas aguas.
Dicen que es el mejor punto del planeta para toparse con la ballena franca austral.
Cada año, entre junio y diciembre, este cetáceo colosal que puede medir hasta 16 metrosy pesar hasta 50 toneladas irrumpe en el Golfo Nuevo para aparearse y amamantar a sus retoños. Sin embargo, la mejor época para el avistaje es en los meses de septiembre y octubre, cuando unos 500 ejemplares permanecen en la bahía, muy cerquita de la costa, dispuestos a regalar un espectáculo único.
Saltos y golpes de cola
Nunca el hombre pudo sentirse tan pequeño ante la madre naturaleza. Desde la encantadora aldea de Puerto Pirámides, el único núcleo urbano del lugar, zarpan las embarcaciones en busca del gigante del mar. Lo que se encuentra es todo un despliegue acrobático, un alarde de ternura: con saltos, resoplidos y golpes de cola, las ballenas se sumergen con fuertes embates al mar, para volver a asomar en actitud juguetona, arqueando su boca como una sonrisa. Y nada puede emocionar más que contemplarlas nadar junto a sus crías.
Es, tal vez, el momento más emocionante de Península Valdés, pero no el único. Con un poco de suerte, entre febrero y abril, puede tenerse el privilegio de contemplar una orca apresando a un lobo marino en la misma orilla de Punta Norte, como si se estuviera ante un documental.
Lobos y elefantes marinos
Mucho más fácil, sin embargo, es presenciar la bella estampa de los elefantes marinos que dormitan, como grandes rocas, en la playa salvaje de Punta Delgada, batida por un viento feroz. Allí se asiste a sus disputas territoriales, sus gruñidos y sus movimientos lentos, todo envuelto en soledad y silencio.
Después, tras cruzar el istmo Ameghino y llegar a la ciudad de Puerto Madryn, conviene acercarse a Punta Loma, un apostadero de lobos marinos, y algo más lejos, hacia el sur, a la fascinante pingüinera de Punta Tombo. En este solitario enclave habita la mayor colonia continental de pingüinos magallánicos que, en el verano austral, llegan a sumar los 800.000 ejemplares.
Romanticismo animal
Se los encuentra ahí, a los mismos pies, picoteando las botas y posando torpes y divertidos para la foto. Y con ellos el hombre se lleva, además, toda una lección de romanticismo animal: no tanto porque su afectuoso cortejo está lleno de arrumacos y carantoñas sino también, y sobre todo, porque el pingüino magallánico mantiene a la misma pareja de por vida, a pesar de convivir sólo seis meses al año. El resto del tiempo, mientras nadan separados en su largo viaje hacia el norte, todo será echarse de menos.