Este lugar tiene alma. La Pousada de Bouro demuestra cómo invertir en arquitectura es un valor seguro. Saber entender su belleza y algunas de sus incomodidades es un juego maravilloso entre alojado y alojamiento. O lo que es lo mismo, entre hotel y cliente.
Tanto fuera como por dentro, el antiguo convento conserva su estructura original, que ha sido respetada por la rehabilitación de los años 90. El edificio permaneció abandonado después de que en 1834, Joaquim Antonio de Aguiar decretara la extinción de las órdenes religiosas. Pero el olvido no hizo mella en gran parte del convento, de hecho en algunas salas se conservan algunos elementos de distintas épocas. La sillería de la sala del Capítulo, el armario de la sacristía, la talla dorada de la iglesia, los murales de azulejos de los siglos XVII y XVIII… son algunos de los pocos detalles que hablan de la personalidad de la obra. El resto de los espacios están dominados por la visión del genial arquitecto. Tenemos los objetos justos, sin estridencias, ni exageraciones.
Un claustro único
Si se llega con ideas preconcebidas vamos a disfrutar poco. Lo que debía ser la presunta pobreza de un claustro medieval, se muestra con la sencillez propia del minimalismo de nuestros días. Canales corriendo por dentro de las salas, piedra y cuero, grandes espacios acristalados contra la fuerza de maderas centenarias y cristal, metal y piedra en composiciones muy cercanas a las tendencias ikebanistas. Arte abstracto en algunas paredes y blanco inmaculado en otras, como signo de las zonas sociales.
Sus habitaciones, 32 en total, son casi una necesidad. Aquí no hay ni dorados, ni brillos porque la riqueza es otra. El mobiliario es el preciso; las formas, limpias; las líneas, puras; y todo lo que crea estos espacios es una deliciosa armonía de luces tamizadas y claroscuros pétreos. En la sala de billar, en los salones, en el comedor, incluso en el exterior, en la terraza y en la zona de la piscina, el minimalismo y el buen gusto son los protagonistas. Un buen guiso de lamprea o unas papas de Sarrabulho son buena excusa para visitar el comedor en la cena.
Paseos por el Miño
Los alrededores nos pueden entretener varios días. La Pousada Santa Maria do Bouro está situada a medio camino de Braga y del Parque Nacional de Penede Gerês y, por su situación excepcional, sirve como una excelente base para conocer la zona del Miño.
Braga, a sólo 15 kilómetros del hotel, es la capital religiosa de Portugal. Sus numerosas iglesias llaman poderosamente la atención de todos los que pasean por la ciudad, aunque la catedral roba gran parte del protagonismo. Fue levantada sobre los restos de una antigua mezquita allá por el siglo XI. Para completar el contraste, nada mejor que dar un paseo por el Parque Nacional de Peneda Gerês. Fue uno de los primeros espacios protegidos en Portugal, en 1971. En él habitan cabras montesas, lobos, zorros, águilas reales, hurones y nutrias. El paisaje es una auténtica delicia, con el rumor de riachuelos, cascadas espectaculares, pinos, robles y un sinnúmero de pequeñas especies de musgos y líquenes.