Cuando se afirma que la protección del derredor es un incordio nada más sencillo que desmantelar el argumento con un pequeño sorbo de memoria. Nuestra capacidad de recordar lo evidente y necesario se ha secado de tal forma que precisa de un buen chaparrón de elemental evocación. Por ejemplo:
Somos agua que piensa y el agua es la primera materia prima de la totalidad de las cosas que hacemos e, insisto, nos hacen. Nada, absolutamente nada, vivo deja de nadar o de que el agua le nade por dentro. Nada ha organizado mejor el territorio que las cuencas fluviales. Nada expresa mejor -y ni siquiera es una metáfora- la mejor idea de la vida que es este volver a empezar que acomete incesantemente el agua y su ciclo. Nada, absolutamente, es más bien público que el líquido de la vida. La primera propiedad del agua es que no debe ser propiedad de nadie.
Acabamos de celebrar el Día mundial del agua, con una mayor presencia en los medios de las aportaciones del sector privado, es decir de los que tienen a su favor la peligrosa privatización parcial del elemento esencial. Me refiero, por supuesto, a su gestión.
Pues bien, ni siquiera ésta debería estar en manos de los que buscan obtener rendimientos económicos directos. Quedan pocas cosas y elementos no sujetos a la propiedad privada. Pero conviene salvar a los últimos supervivientes, sencillamente porque son la base de la supervivencia de casi todo.
Mantener la esencia
Lo más común tiene que ser realmente de todos, controlado democráticamente por todos y destinado al mantenimiento de la esencia. La esencia, insisto, de todo lo crucial: seres vivos, comunidades botánicas y zoológicas, paisajes, cultura rural y urbana; cultivos e industrias; esparcimiento y creación artística. En todo eso el agua asume el papel principal.
El respeto a lo que el agua ha escrito sobre el paisaje no es menos crucial. Las inundaciones nos lo demuestran cada dos por tres en casi todos los rincones del mundo. No hay norma que debería ser más respetada que la de no construir dentro de los dominios que alguna vez tubo el río, sencillamente porque volverá a reclamarlos. La culpa de las riadas no es de normativa ambiental alguna ni, muchísimo menos, imposiciones de ecologistas, los más derrotados casi siempre de la historia. Las confederaciones deben empezar a plantearse sus obligaciones con algo más de emulación de lo que hace el mismo río que administran. Porque lo ríos saben volver a empezar, saben ser camino que anda, saben hacer crecer a la vida y saben confluir con todo, con absolutamente todo lo demás. Los ríos saben beber y dejarse beber mejor que nadie.
Cuando esto se entienda se entenderá también porqué los pictogramas chinos de agua y eternidad son idénticos, salvo que este último, el de la victoria sobre el tiempo, es agua acentuada, con tilde. En fin, o mejor en principio.