Destinos

De parques nacionales a parques temáticos

Poco esconde tanto como nuestra red de espacios protegidos. Tanto en el sentido real del término como en el metafórico. Nuestros 1.700 enclaves amparados más o menos sólidamente por la ley suponen que una octava parte del país queda a salvo de las degradaciones más irreversibles. Por eso, en tales perdederos uno puede encontrarse con altivas lontananzas, bosques que te abrazan, aguas que cantan a su propia libertad y faunas que pueblan tu admiración.

  • Parque Nacional de la Caldera de Taburiente (flickr | ahisgett - imagen con licencia CC BY 2.0).

Si te fijas un poco llegas a percibir que el sosiego es parte del derredor, entre otros muchos motivos porque nada ni nadie quiere convertir el tiempo en cosa alguna que no sea más vida. Algo que logran, entre otros muchos, las 80.000 especies diferentes de otros seres vivos con los que compartimos espacio e historia. Pero - y acaso esto sea todavía más estimulante- allí a menudo encuentras el suficiente silencio como para que te animes a preguntarte a ti mismo si merece la pena el abrumador peso y relevancia que, en nuestra sociedad, tiene todo lo contrario. Estoy, por supuesto, refiriéndome al ruido, la prisa, la inmediatez y la materia muerta.

En momentos en que, tanto y en tantos, se ha incrustado la necesidad de relajación, apenas se entiende que todavía sea una rotunda minoría la que se sosiega con la terapia más sencilla, eficaz, claramente suficiente y tan barata que linda con la gratuidad. Pues bien, todo eso se esconde donde algunos nos escondemos, entre otras cosas para encontrarnos con algo de sentido para nuestras vidas.

Los espacios protegidos cumplen otras muchas funciones mucho mejor conocidas y aceptadas.  Entre las mismas destacan la conservación de la multiplicidad vital, la investigación científica, el mal llamado "turismo" de naturaleza, no pocos aspectos del patrimonio cultural y el mantenimiento de muchas formas de subsistencia del mundo agrario y ganadero...

Los parques, imprescindibles

Casi nadie se acuerda de la que algunos consideramos la más importante, sobre todo corriendo las tendencias actuales a quitarle casi todas sus funciones a lo público. De hecho, para la continuidad de la vida los parques naturales y nacionales resultan imprescindibles, pero no menos para que esta sociedad se sienta partícipe de los destinos de todo lo que palpita. Una participación moral a través de saberse propietaria, común por supuesto, de una porción del país. Que algo sea de todos llama a la coherencia social, especialmente si se trata de realidad física tan contundente como territorios concretos.

Sin embargo ,sucede todo lo contrario y la horrenda estela que los actuales responsables de medio ambiente están dejando tras de sí alcanza de lleno a la conservación de la Natura en general. De hecho, y por desgracia, puede afirmarse que en nuestra red de espacios legalmente protegidos se esconden avalanchas de ilegalidades, de agresiones silenciadas, de caciquismos de todo tipo y, si sale adelante la nueva ley, de un rotundo principio de privatización de un bien público más. Todo ello en línea con lo que ya sucede en la línea de costa.

Como el resto de lo público, nuestros parques nacionales también están en la lista de los condenados. Por eso un nutrido grupo de personas que conocen muy bien los problemas, los éxitos y los fracasos de la gestión de estos enclaves han presentado un magnífico documento, prácticamente un manifiesto, para llamar nuestra atención e impedir que se siga adelante con el adelgazamiento de los fines que logran los parques nacionales, cada día menos nacionales y camino de ser solo parques temáticos.

Serena llamada, pues, a la rectificación para que la vivacidad siga teniendo oportunidades serias en nuestros mejores paisajes.

Gracias y que lo que nos queda sin degradar os atalante.

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