No extraña que figuras como Lord Byron cayeran rendidos a la región, convirtiéndola en residencia habitual. En Sintra y alrededores es imposible aburrirse. A poco más de 30 kilómetros nos encontramos en un núcleo urbano como Lisboa, con todas las ventajas que ello conlleva para el urbanita irredento, pero a apenas un cuarto de hora de carretera nos encontramos rodeados por bosques de cuento de hadas y por el mar abierto, con rocosas y apartadas calas secretas para pasar páginas y páginas en “nuestra” novela perfecta. Cada uno puede aquí montar su sueño, porque todo tiene un punto de irreal.
Esta ciudad palaciega portuguesa parece un reflejo de la historia.
Entre la frondosa vegetación vislumbramos los castillos y jardines de Sintra, en los que asoman influencias árabes y germánicas fruto del rico pasado histórico de la región. La ciudad palaciega parece un reflejo de la historia, cuyos distintos episodios se reflejan en los elementos moriscos, góticos, renacentistas y finalmente románticos de su arquitectura aristocrática.
Impresionantes palacios de encanto trasnochado
El Palacio Nacional, ubicado dentro del núcleo urbano, ya nos anuncia lo que vamos a ver a continuación. Sus salas siguen sorprendiendo por su recargada decoración. Aquí todo es válido. Lo recargado se admite, y se integra porque se quiere llamar la atención y se logra, porque todo el mundo queda impresionado.
El Palacio da Pena transmite una sensación de locura.
Desde el exterior, El Palacio da Pena transmite una sensación de locura. Neomanuelino, neogótico o neo-transnochado… Da igual, porque aquí se buscaba llamar la atención y se logra con creces. El poderoso tono amarillo más intenso en el amanecer o el insultante “rosa” clarete de algunas de sus torres son un capricho de un rey Fernando II, que quería demostrar que gusto un medievalismo trasnochado. Eso es la decadencia, una lucha con los tiempos modernos.
Sus alrededores colaboran con creces. Jardines sin claros límites, esculturas tomadas por el musgo y restos de obras inacabadas ayudan a crear esa sensación de irrealidad. Las serpenteantes carreteras de Sintra enlazan una maravilla con otra, desafiando la incredulidad del visitante. Cada uno puede ver lo que quiera, porque la colección de símbolos y mitos son infinitos.
Villas y naturaleza
Villas como la Quinta da Regaleira, con su propio jardín de simbología espiritual, o la imaginería morisca y medieval del derruido Castillo de los Moros, que impone en su fascinante y neblinosa desolación. Todo, sin embargo, parece culminar en un lugar mágico y apartado como es el citado Palacio de la Pena.
Pero junto a esa Sintra imperial, testigo de giros históricos trascendentales, convive el centro urbano de estrechas y vivas calles comerciales, de un vistoso historicismo que invita a disfrutar de la gastronomía portuguesa. Esos platos de bacalao, esas sopas de pescado o su exquisita pastelería, sobre todo esa queijada que recompensa al estómago tras tanta caminata. Muchos rincones urbanos, donde se puede padecer el exceso de turistas si no elegimos el día adecuado.
Las cercanías de Sintra son su gran valor añadido, como el faro de Roca.
Sintra vive sometida a los pies de una naturaleza viva, fantástica, que pese a su inmenso poder ha logrado convivir de alguna manera con la obra del hombre. Ya sea a través de sus indomables playas, perfectas tanto para el relax como para cabalgar en las olas, o con sus verdes y húmedos bosques.
Las cercanías son el valor añadido. Una visita al Parque Natural de Sintra-Cascais y al cabo de Roca, con faro incluido, o alojarse en la Quinta del Rio Touro son cosas que tienen un precio muy bajo comparado con el placer que supone el poder disfrutar de esos momentos. Esos bares de Azóia, donde el tiempo todavía se mide por ratos y donde en función de día se toma un tipo de bacalao, tienen un sabor que ayuda a ver Sintra con otros ojos.