La carretera de las mil curvas
Hablar del río Navia es hablar de aventura. Desde su nacimiento hasta su desembocadura en el Cantábrico tenemos tramos de carretera para todos los gustos. En Navia de Suarna, el río todavía huele a nuevo. Una colección de carreteras estrechas, donde la velocidad es un suicidio, intentan mantenerse en paralelo al río. Aunque la falta de tráfico facilita la conducción, el penoso estado del asfalto nos obliga a ir con mucha atención.
Liñares, Oviaño o Ernes serán algunos de esos pueblos anónimos que parecen parados en el tiempo. El ‘nuevo’ Camino de Santiago nos va a llevar a un continuo encuentro con peregrinos que buscan senderos poco transitados. Los embalses que se construyeron en Asturias, como el de Grandas de Salime o Doiras, sirven para calmar la fuerza que el río trae desde tierras gallegas.
Cuando llegamos a Boal o Pesoz, la vida se vuelve más calmada, como sucede con las aguas del río. Es el lugar perfecto para hacer algo de deporte. Alquilar un kayak con Kaly en sus instalaciones de Serandinas nos va a llevar un mundo diferente. El río con su poder natural. Águilas que pescan en el río, garzas que marcan con su vuelo los meandros del terreno o buitres que sobrevuelan las zonas más rocosas.
Los ríos que suben hacia las montañas
Que el mirador del Fitu sea una de las pruebas deportivas más afamadas en el circuito de pruebas de Motor de Asturias no es algo casual. La subida desde la costa hasta el mirador es poco más de una decena de kilómetros pero ante todo es la puerta a los Picos de Europa.
La carretera que sale desde la N-634 es una auténtica carretera de emociones. Los ciclistas lo consideran un reto personal, los moteros tienen dos paradas obligadas y los coches saben que alguna vaca puede obligar a una parada para dejarle cruzar. Berberechos que parecen perlas y morcillas ahumadas que santifican un guiso.
Los amantes de la gastronomía saben que después de una decena de curvas imposibles se llega a la Salgar, el Nacho Manzano como auténtico iluminado de la cocina asturiana. Así, sin prisa, reelaborando las recetas de su madre, paseando por el monte, o conduciendo alguno de sus coches, a Nacho se le ocurren esas ideas geniales que luego nos sorprende en la mesa. Esos berberechos que parecen perlas, esas morcillas ahumadas que santifican un guiso o esa sidra que demuestra cómo hay vida para los que no disfrutan con el vino.
Diez curvas más abajo, nos queda otro santuario gastronómico, El Corralón del Indianu, con Jose Antonio Campoviejo y sus tortos, su merluza, sus corderos, y sus bombones de cabrales. Todo queda dicho…
Entre faros y puertos
Las carreteras, que aparentemente no llevan a ninguna parte, gustan de los horarios marginales. Amanecer en un puerto de pescadores o atardecer detrás de la silueta de un faro tiene algo especial. Asturias puede presumir de tener 16 faros en poco más de 250 kilómetros. Desde Tapia de Casierogo, que presume de ser el primero de occidente, se nota una magia especial.
Las carreteras que llevan por la costa son un pequeño laberinto donde la intuición del conductor es casi más efectiva que cualquier navegador. La dramática silueta del Cabo de San Agustín, tiene un buen complemento en el de Cabo Bustos, con los acantilados a sus pies.
A la hora de cenar, vale pena refugiarse en Luarca con ese faro vigilado por la ermita de la Atalaya. Ese puerto pesquero es el mejor guía para poder disfrutar de un buen guiso de bonito encebollado, un pulpo a la plancha o alguno de los dulces de las pastelerías de la zona. Para los románticos es obligado el Cabo Vidio…