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De 'La línea invisible', 'Diarios de la cuarentena' y la censura previa

Cegados por sus prejuicios, los supuestos críticos de las redes sociales destrozan los productos televisivos antes de que se estrenen. La serie de TVE es bastante floja, pero debe prevalecer la libertad de expresión

Esta es la Semana Santa más casera de nuestras vidas. Parecía lo más apropiado, por tanto, aunar tradición y confinamiento para recomendar algunas cuantas películas que, siendo clásicas o modernas, se centrasen en estos días de pasión que están en nuestros orígenes culturales. Sin embargo, de pronto recordé que ya hace algún tiempo escribí aquí sobre por qué nos gustan las películas bíblicas y además encontré un artículo de la compañera Karina Sainz que, pese a datar de 2013, ya incluye las mejores recomendaciones posibles (sólo se dejó La Pasión, de Mel Gibson) para ver estos días. 

Como el martes se estrenó en TVE Diarios de la cuarentena y pude ver el primer capítulo, decidí escribir al respecto. Pero al entrar en Twitter para buscar un dato sobre la audiencia de dicha serie (un aceptable 8,4% para ser la cadena pública), me topé con que uno de los primeros trending topics era La línea invisible, una ficción de Movistar que versa sobre los orígenes de ETA. Evidentemente la empresa había promocionado la serie para que se hablase de ella. Pero era sorprendente comprobar que había multitud de comentarios en contra.

La mayoría de tuits incluían fortísimos ataques que acusaban a la serie y a su creador, Mariano Barroso, de "blanquear a los terroristas" y otras cosas similares. Me extrañó semejante avalancha de comentarios virulentos porque la serie empezaba a emitirse a las 22.00 horas de este miércoles. Es decir, había miles de personas que clamaban contra un producto cultural que no habían visto. Críticas basadas en apriorismos ideológicos pero no en la realidad. 

Lo que aconteció este miércoles con La línea invisible es parecido a lo que ocurrió unos días antes precisamente con Diarios de la cuarentena. Miles de comentarios que denigran una ficción antes siquiera de ver el tráiler. Aunque sea una costumbre, no deja de sorprender que, cegados por sus prejuicios, los supuestos críticos de las redes sociales destrocen los productos televisivos antes de que se estrenen. Y aún más grave es que se reclame la censura previa de dichos productos.  

En el caso de Diarios de la cuarentena la polémica estaba justificada en alguna medida. Había principalmente dos argumentos contra la serie: uno era la oportunidad de estrenar una comedia sobre el coronavirus cuando han muerto miles y miles de españoles por dicha enfermedad; y otro era que aparecían determinados actores como Carlos Bardem o Gorka Otxoa

El primer argumento nace de una duda razonable que seguramente compartieron muchos de los espectadores que este martes decidieron no ver la serie de TVE porque no tenían el cuerpo para risas. Comprensible, si bien creo que debe prevalecer la libertad de expresión para emitir una serie que se centra en los aspectos más novedosos, y divertidos, de estar confinados. El humor es necesario en estos días dramáticos. En cambio, los ataques ad hominen contra los protagonistas son simplemente otro ejemplo de esa ceguera ideológica que no merece mayor comentario. 

'Diarios de la cuarentena' es una serie bastante floja tirando a mala. Las evidentes carencias técnicas se comprenden porque los actores han grabado en sus propias casas con un móvil y un trípode. El problema es que las prisas por grabar se notaron también en los guiones, que son decisivos en este tipo de comedias de situación

Debates que deberían estar superados aparte, Diarios de la cuarentena es una serie bastante floja tirando a mala. Las evidentes carencias técnicas se comprenden porque los actores han grabado en sus propias casas con un móvil y un trípode. Poco más se podía pedir. El problema es que las prisas por grabar se notaron también en los guiones, que son decisivos en este tipo de comedias de situación (sitcoms dirían los cursis) y que, en este caso, al menos en el primer episodio, no funcionaron.

Había situaciones en las que todos nos podíamos reconocer, sí, pero las conversaciones eran vacuas y previsibles, a veces demasiado anodinas y a veces demasiado exageradas. Artificiales. Con poca gracia, en suma. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a un producto que pretende hacer reír. Quizás en los próximos capítulos mejore en este aspecto clave. De toda la polémica sobre La línea invisible habrá que escribir otro día, después de verla. Porque eso es lo lógico.

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