Hace 66 millones de años, un asteroide del tamaño de una ciudad pequeña chocó contra la Tierra. El impacto, que junto a otros factores como las enormes erupciones de aquel periodo contribuyó a la desaparición de los dinosaurios, dejó una cicatriz de casi 200 kilómetros de diámetro en el lecho marino. Hoy día, el cráter de Chicxulub, en la península del Yucatán, en México, es el cráter de gran impacto mejor conservado de la Tierra, aunque permanece enterrado bajo varios cientos de metros de rocas. También es el único cráter del planeta que tiene una pequeña cadena montañosa formada por rocas trituradas en su interior, cuyo origen hasta ahora se desconocía.
En un trabajo publicado este miércoles en la revista Nature, el equipo de Jay Melosh ofrece una solución a este enigma después de décadas de investigación. Mediante una plataforma de perforación, los investigadores del International Ocean Discovery Program tomaron muestras a más de un kilómetro de profundidad y analizaron las rocas parcialmente fundidas por el impacto del meteorito. Estos elementos les permiten concluir que la roca se comportó como un líquido durante varios minutos, lo que dio lugar a las estructuras en forma de picos que aparecen en el interior del cráter.
“Por un tiempo, la roca destruida se comporta como un fluido”, explica Melosh. “Ha habido un montón de teorías sobre cuáles son los mecanismos por los que esta fluidización sucede, y ahora sabemos que son las vibraciones realmente fuertes que sacuden la roca constantemente las que bastan para permitir que fluya”. El mecanismo se conoce, en concreto, como fluidización acústica, y es lo que habría hecho que se formaran estos picos distribuidos en forma de anillo que aparecen dentro del cráter cuando se analiza su estructura interna. Analizando los patrones de este cambio en las zonas de fractura y el núcleo del cráter, el equipo internacional ha podido reconstruir la secuencia de cómo el material triturado por el meteorito se puso a fluir durante los instantes posteriores.
“Estos descubrimientos nos ayudan a entender cómo colapsan los cráteres de impacto y cómo enormes masas de roca se comportan como un fluido en otras circunstancias, como los corrimientos de tierra o los terremotos”, señala Melosh. “Ha habido pueblos sepultados por enormes corrimientos de tierra, en los que la gente pensaba que estaba segura pero luego descubrió que la roca fluye como un liquido cuando alguna perturbación pone una masa suficiente de ésta en movimiento”. Así sucedió, por ejemplo, con el colapso del Monte St. Helens en Estados Unidos en 1980, pero ocurre de manera similar en la Luna, Marte y algunos satélites de Júpiter y Saturno. Por este motivo, señalan los autores, los mecanismos estudiados en este cráter terrestre podrían servir para conocer mejor lo que ha sucedido en otros cuerpos del sistema solar.
Referencia: Rock fluidization during peak-ring formation of large impact structures (Nature) DOI 10.1038/s41586-018-0607-z