Iñaki cruza la ciudad de Madrid en moto y al detenerse en un semáforo de la Castellana, con la ciudad vacía, descubre que puede escuchar el clic de las luces al parpadear. Luis se asoma al ventana y oye por primera vez el canto de los grillos en el centro de Barcelona. María huele la colada del vecino y otros aromas de su barrio madrileño que el humo de los coches había camuflado hasta ahora. José Ignacio ve pasar un corzo por el centro Valladolid. Además de recordar los terribles efectos de la pandemia, el año 2020 quedará en nuestra memoria como el año en que vimos pasar la primavera desde la ventana y en el que empezamos a ver un montón de fenómenos inesperados. Muchos de ellos estaban allí, pero permanecían tapados por nuestra actividad, y otros han empezado a suceder como consecuencia de que la humanidad permanece agazapada, con la esperanza de detener el zarpazo del coronavirus.
Los efectos de este parón son tan enormes que se observan desde el satélite y las estaciones de medición de todo el mundo. Y las consecuencias son a veces muy sorprendentes. Los habitantes del norte de la India, por ejemplo, se levantaron una mañana y descubrieron que podían ver la cordillera del Himalaya en el horizonte, antes tapada por la polución. Las calles de San Francisco están tan vacías que los coyotes han empezado a adentrarse en la ciudad, y la pareja de osos panda del zoo de Hong Kong se ha apareado por primera vez aprovechando su primer momento de intimidad en diez años. Para muchos científicos, esta situación sin precedentes constituye también una oportunidad para poner a prueba sus hipótesis y realizar mediciones que ni siquiera habrían soñado con poder hacer. Es un gigantesco experimento.
Los cielos vacíos
Una de las primeras consecuencias del confinamiento colectivo, que ya se observó con el patrón de actividades en China tras el primer brote de Covid-19 en Wuhan, es el bajón en las emisiones contaminantes. "Estamos viviendo un experimento a escala planetaria, algo que nunca antes ha ocurrido”, asegura el meteorólogo de Meteored José Miguel Viñas (@Divulgameteo). “Ahora mismo con la pandemia por todo el mundo se ha ido parando la actividad humana en la mayor parte de la Tierra, y eso implica sobre todo una reducción drástica en las grandes ciudades de las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) y de algunos otros gases provenientes del tráfico y la actividad industrial”. El efecto más visible es el de la reducción hasta el 80 por ciento del tráfico aéreo, lo que ha reducido la presencia de las estelas de condensación, y con ello sus efectos sobre el equilibrio radiativo del planeta. “En números redondos, en un día normal en la Tierra hay 100.000 vuelos comerciales, y ahora mismo hay 20.000, y muchos de ellos con mercancías y no de pasajeros”, explica Viñas. Ni siquiera el parón del tráfico aéreo por el 11-S o la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull en 2010 se pueden comparar con lo que pasa ahora en tiempo y escala. “La ausencia de estos miles de estelas de condensación va a permitir que escape más radiación al espacio y que el aporte al calentamiento global sea menor del que hay habitualmente cuando circulan 100.000 vuelos todos los días”.
Gracias a las mediciones desde el satélite Sentinel-5P del programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea (ESA), la investigadora de la UPV Elena Sánchez-García ha podido medir las concentraciones de dióxido de nitrógeno en algunas de las principales ciudades españolas. Sus resultados indican que estas emisiones se han reducido una media del 64% (un 83% en Barcelona y un 73% en Madrid, por ejemplo). “Con la situación de confinamiento que estamos viviendo lo que se ha evidenciado es una reducción en el ámbito local de los gases contaminantes y consecuentemente una mejora de la calidad del aire de nuestras ciudades”, explica a Vozpópuli. Para científicos como Xavier Querol, uno de los mayores expertos en contaminación urbana, el patrón es también una oportunidad de medir algunos efectos de los aerosoles secundarios que en otras circunstancias habría sido imposible probar. “Que el tráfico es el principal causante de la contaminación es algo que llevamos años investigando y el que no lo veía es porque no lo quería ver”, explica. “Pero esta situación va a servir como un banco de pruebas bestial, porque podemos ver el efecto de otras fuentes que no están relacionadas con el tráfico y entender mejor procesos secundarios como la generación de ozono troposférico”.
Ciudades calladas
El cese de la actividad diaria en las ciudades es de tal calibre que se ha registrado en los sismómetros que Jordi Díaz Cusi y otros científicos tienen en las ciudades. “En Barcelona hay una estación permanente, el Instituto Cartográfico de Cataluña tiene también un par de acelerómetros y nosotros hasta quince estaciones, con lo cual lo podemos monitorizar de una manera bastante exhaustiva este fenómeno”, explica. Lo que vemos en un gráfico depende de qué franja de frecuencia estás mirando, indica. Hay una frecuencia en la que lo que ves básicamente es el mar, si hay más o menos oleaje en los océanos, otra franja donde es más sensible al viento y hay una franja entre los 5 y 15 Hz en la que la principal fuente de ruido es la actividad humana y es ahí donde se registra un cambio radical.
“Lo que vemos estos días es que los máximos se han reducido hasta dos terceras partes respecto a un día normal”, explica Díaz. “Y esto viendo también que el nivel de vibración es sensiblemente menor que el que hay durante el mes de agosto”. Esta reducción de las vibraciones de la ciudad producidas por el tráfico, la red de metro o la actividad de las obras, es mayor o menor dependiendo de las zonas, pero es también una circunstancia que permite a los físicos calibrar sus instrumentos y comprobar si estaban interpretando bien algunas señales. “Desde que hay el mundo como lo conocemos, este es claramente el cambio de patrón más grande que hemos registrado, y se ha visto un poco en todas partes”, insiste. “Nos estamos organizando a ver si se puede compilar a nivel de todo el mundo y hacer un artículo más científico para ver cómo se ha visto esto en distintos lugares”.
Cambios en el paisaje sonoro
Otro de los grandes fenómenos es la reducción del ruido diario en las ciudades, que está permitiendo a muchos apreciar sonidos que hasta ahora pasaban desapercibidos. Los sonómetros de las grandes urbes han registrado una disminución considerable del ruido ambiental y muchos científicos y artistas de todo el mundo están grabando el sonido ambiente para documentar este increíble cambio del “paisaje sonoro” urbano. Una de las iniciativas más ambiciosas es el Silent Cities Project (Proyecto de Ciudades Silenciosas), coordinado por varios investigadores para analizar este cambio en la “biofonía” de las ciudades.
“Hasta el momento tenemos registrados 160 participantes de 52 países, entre los que hay científicos, artistas y periodistas”, explica uno de sus coordinadores, Jeremy Froidevaux, a Vozpópuli. “Cada participante está grabando un minuto de sonido cada diez minutos usando sus instrumentos acústicos”, explica. “De estos sonidos, podemos usar un algoritmo que nos indique lo que es ruido y qué corresponde a sonidos de animales como el canto de las aves. Al final de todo queremos estudiar la evolución de esa relación entre sonidos antropogénicos y los de la naturaleza”. Todas estás contribuciones se están haciendo en abierto y se pueden encontrar en un mapa, al igual que las grabaciones desde lugares de todo el mundo que están subiendo cientos de colaboradores a la radio colectiva Aporee. Aquí, dentro del proyecto Corona, se pueden encontrar sonidos de todo el planeta grabados durante el confinamiento, desde la soledad del metro de Manhattan, al sonido de un mercado de Lisboa o el ambiente que se escucha desde una ventana que da al río Manzanares en Madrid.
Científicos y artistas de todo el mundo están documentando este increíble cambio del “paisaje sonoro”
Una de las cuestiones más interesantes es conocer cómo está afectando este cese de actividad humana a las especies animales. Algunas personas aseguran que estos días los pájaros cantan más, algo que desde la organización SEO/Birdlife atribuyen a que simplemente prestamos más atención a lo que sucede a nuestro alrededor y además hay menos ruido. También hay quien cree que, al haber menos actividad humana que entorpezca sus comunicaciones, el canto de algunos los pájaros ha bajado de volumen. El biólogo Menno Schilthuizen, autor del libro “Darwin en la ciudad” y experto en la evolución de especies urbanas, no tiene pruebas de que hayan variado su tono, pero sí tiene la impresión de que algunas aves están empezando a cantar más tarde. En cualquier caso, cree que algunas aves cantoras, que son más versátiles, sí podrían cambiar su volumen si hay menos ruido. “Estas aves pueden cambiar su repertorio y tienen un feedback auditivo constante”, explica en conversación desde Leiden, en Holanda. “Otras especies como los pájaros carpinteros o las palomas, que no son cantoras, tienen más arraigado su sistema de canto y no pueden cambiarlo tan fácilmente”.
“Algunas aves son más persistentes pidiendo comida, porque su nicho ha desaparecido, que somos nosotros”
El aspecto más interesante respecto a la influencia del parón humano en la actividad de las aves es, para Schilthuizen, el que se refiere al alimento. “Sí que estoy apreciando un cambio en el comportamiento de las aves que dependen de la gente para alimentarse”, asegura. “Hay gaviotas que dependen de las sobras que quedan en los mercados y ahora no tienen nada que comer, no sé si abandonarán la ciudad para buscar comida fuera. Las gaviotas aún tienen algo residual de su instinto de buscar comida en la naturaleza, pero las palomas están completamente adaptadas a la ciudad y noto que cuando salgo a comprar me rodean y se acercan mucho más que antes y son muy persistentes, pidiendo comida, porque su nicho ha desaparecido, que somos nosotros”. Además de los cielos limpios, en las ciudades de Holanda también se está notando el efecto del parón humano en los canales. “Esto también se ha visto en Venecia”, explica el biólogo. “Las embarcaciones con turistas han dejado de agitar los sedimentos y en Amsterdam hemos empezado a ver que el agua en los canales está muy clara. Y eso sin duda afecta a los peces, pero también a los pájaros, porque ahora pueden ver a los peces de repente y empezar a pescarlos. Así que creo que esas gaviotas que no pueden conseguir comida en el mercado van a empezar a coger peces porque ahora los pueden ver mucho mejor”.
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De momento, todo esto son observaciones anecdóticas, pero ya hay equipos midiendo estos cambios para ver si pueden tener algún peso en adaptaciones evolutivas futuras de estas especies. “Es similar a cuando en la naturaleza hay un mal año de cosechas y no hay frutos que comer y la población colapsa”, explica el experto. Entre los pinzones de Darwin, por ejemplo, hay observaciones de evolución muy rápida si tienes un año muy seco y no hay frutos pequeños y a menudo en el año siguiente ya ves el resultado de la selección natural y sobreviven los pinzones con picos más grandes y fuertes. Y lo mismo podría pasar con estos animales urbanos, porque no hay comida humana disponible, solo los pocos individuos que puedan encontrar otro tipo de comida sobrevivirán y pasarán esos genes a la siguiente generación, así que es posible que veamos ese efecto a nivel evolutivo en los próximos años si esto se extiende durante mucho tiempo”.
El ejemplo de Chernóbil
El otro gran fenómeno que se está registrando estos días en ciudades de todo el mundo es la incursión de animales salvajes en territorio urbano. Jabalíes, corzos y hasta algún oso han sido vistos merodeando en lugares en los que hasta ahora no penetraban pero en los que ya no encuentran humanos. En algunos aeropuertos las aves han empezado a anidar en las alas de los aviones que llevan semanas inmovilizados y en las pistas de esquí de Siera Nevada galopan los caballos salvajes. “Mi interpretación es que algunas especies que normalmente no entran en las ciudades y viven alrededor empezarán a entrar en ellas porque están más tranquilas, eso tiene todo el sentido”, explica Schilthuizen.
Si hay alguien que conoce de primera mano lo que sucede en las ciudades cuando los humanos se retiran es Germán Orizaola, investigador de la Universidad de Oviedo que desde 2016 ha investigado en la zona de exclusión de Chernóbil, un lugar en el que la ausencia de personas desde hace 34 años ha facilitado un enorme aumento de la biodiversidad . “La zona de exclusión es muy grande y muy diversa, tiene cerca de 50 km de radio”, explica Orizaola. “Pero un factor que está ausente de forma muy clara somos nosotros. Allí había 350.000 personas y ahora apenas hay nadie, y eso es un factor muy importante. Hay un cambio ecológico muy importante en esa zona”.
A la hora de hacer comparaciones, Chernóbil es un gran experimento sobre los efectos de abandonar las ciudades o el espacio público . “Ahora hemos abandonado la actividad durante un mes”, explica el experto, “Chernóbil es eso llevado al extremo. La ciudad principal ahora es prácticamente un bosque. Uno de mis recuerdos es ir por la avenida principal, la avenida Lenin, de seis carriles, e ir rozando con los árboles con El todoterreno. Es el extremo de abandonar una zona del todo, y el bosque y los animales salvajes recuperando ese espacio que antes estaba ocupado por nosotros”. En su opinión, Chernóbil es un ejemplo de los resiliente que es la naturaleza, de lo rápido que se recupera si la dejamos. “Y también es un ejemplo de que, por mucho que digamos, no somos necesarios para que se conserven los ecosistemas ni la fauna, la naturaleza se las apaña perfectamente sin nosotros”.
¿Una lección por aprender?
Para los científicos atmosféricos, el hecho de que hayamos dejado de contaminar un tiempo puede ser solo un espejismo temporal. De hecho, la inercia de los gases de efecto invernadero es muy grande, debido a que se mantienen muchos años circulando, y el observatorio de Mauna Loa, en Hawái, acaba de registrar las concentraciones máximas de CO2. “Cuando volvamos a la normalidad, si todo lo hacemos de igual forma, volveremos a generar las mismas emisiones de NO2”, asegura Elena Sánchez-García. Lo que podemos hacer es concienciarnos, aprender y cambiar algunas cosas de nuestros hábitos diarios y que así entre todos podamos contribuir a mejorar nuestro medio ambiente”. Para Xavier Querol, existe además el riesgo de que cuando regrese la relativa normalidad la gente prefiera coger el coche privado antes que el transporte público, para no contagiarse, y haya un efecto rebote. “Cuando se reactive la actividad”, apunta, “imagina el cemento que no se ha producido o los metales que no sean fundido. De momento China ha anunciado la construcción de decenas de centrales de carbón, con la excusa de que tuvo tres meses de inactividad”.
“Somos resistentes, un accidente como Chernóbil lo superamos. Y una epidemia como esta, también"
Respecto a la naturaleza, Orizaola cree que puede ser una oportunidad para ser más conscientes de la importancia del medio ambiente y de nuestra vulnerabilidad. Los anfibios que él estudia han sufrido una epidemia de hongos quitridios que los ha puesto contra las cuerdas. “El origen, además, es muy similar”, recuerda. “Ambas epidemias vienen de Asia, los dos brotes están relacionados con el comercio de especies que han sido extirpadas del mundo natural. Y es una epidemia que de manera silenciosa, y sin saber muy bien cómo, en muy poco tiempo está en todas partes”. Conectado con Chernóbil, concluye, debemos quedarnos con la idea de que la naturaleza es muy resistente. “Y nosotros también”, recuerda. “Somos fuertes, somos resistentes. Un accidente como Chernóbil lo superamos. Y una epidemia como esta de coronavirus la superaremos también, pero ojalá aprendamos las lecciones”.