Análisis

Romper lo irrompible

Conviene, pues, dejar de lado toda la épica nacionalista, las banderas ondeando al viento y las apelaciones a la libertad de un pueblo catalán, que, dicho sea de paso, nunca ha sido sojuzgado, sino que ha formado parte de España por propia voluntad desde el principio.

  • Los cabezas de Junts pel Sí celebran los resultados electorales

Por mucho que quienes abogan por la independencia aludan a una fuerte identidad nacional catalana, que según su correlato habría sido sojuzgada durante siglos por la malvada nación española, todo apunta a que este factor poco ha influido en el resultado de las elecciones de este 27 de septiembre. Lo cierto, mal que les pese a los más fanáticos, es que nunca ha habido en Cataluña una verdadera aflicción identitaria, ni siquiera la hubo durante el franquismo, y menos aún la podría haber en el presente, por más que se alimente sin descanso el sentimiento de agravio. Y no existe tal aflicción identitaria, no puede haberla, entre otras razones, porque la sociedad catalana es extraordinariamente heterogénea. Si acaso lo que puede haber es una cierta impostura transmitida por contagio, fruto de emociones pasajeras más propias de los multitudinarios conciertos pop que de naciones milenarias.

Conviene, pues, dejar de lado toda la épica nacionalista, las banderas ondeando al viento y las apelaciones a la libertad de un pueblo catalán, que, dicho sea de paso, nunca ha sido sojuzgado, sino que ha formado parte de España por propia voluntad desde el principio. Nada tiene que ver la causa de la libertad con todo este embrollo, ni mucho menos. No frivolicemos ni degrademos gratuitamente algo tan sagrado como la libertad. El partido del 27S se ha disputado dentro de los estrictos márgenes de una crisis económica que dura ya demasiado, y que por fuerza tenía que devenir en crisis política. Crisis esta última ante la cual los gobernantes no han sabido, o no han querido, tomar las decisiones correctas, porque hacerlo llevaba aparejados costes demasiado elevados para ellos y sus partidos. Aunque a la fuerza ahorcan.

Es evidente que en muchos votantes ha calado la idea de que su situación económica y política, lejos de mejorar, seguirá empeorando dentro de España

Por lo tanto, estas elecciones autonómicas, que, a lo que parece, se han de leer en clave plebiscitaria, han girado en torno a la pregunta de si con la independencia los catalanes tendrían algo que ganar o no. Así parecen haberlo entendido no solo los independentistas, sino la mayoría de los candidatos que han defendido la unidad, a juzgar por como se han dejado la piel explicando por activa y por pasiva los enormes riesgos que conllevaría para Cataluña su separación de España.

Sin embargo, todo hay que decirlo, a pesar del derroche de racionalidad de los unionistas, bien sea por la abrumadora propaganda a favor de la independencia o bien por otros motivos, es evidente que en muchos votantes ha calado la idea de que su situación económica y política, lejos de mejorar, seguirá empeorando dentro de España. Que fuera les irá mejor y que, así visto, la independencia no representa un riesgo demasiado alto. Lo cual indica que para muchos catalanes, como también para muchos otros españoles que no residen en Cataluña, existe el sentimiento de que son los perdedores de esta crisis, y que lo más probable es que lo sigan siendo indefinidamente dentro del actual statu quo. Y es esta convicción, y no una genuina aflicción identitaria, lo que les predispone a asumir mayores riesgos.

Hecha esta necesaria salvedad, y teniendo en cuenta que los independentistas han echado el resto, todo indica que el separatismo ha tocado techo (hace ya más de dos décadas que la suma de votos nacionalistas no alcanza el 50%), y que solo la instrumentalización de la crisis política y económica, transformada para la ocasión en el motor auxiliar de un nacionalismo en franco agotamiento, mantiene vivo el problema. Conviene, pues, que quienes estén en disposición de concurrir a las Generales tomen nota, y entiendan que solo la reforma del sistema político podrá poner límites permanentes a los delirios secesionistas y, también, a los populismos, que como si fueran una hidra tienen infinitas cabezas. Los españoles bien merecen una democracia con todas las garantías que les permita mirar el futuro con esperanza.

Por lo demás, solo resta reseñar, además del desfonde de Podemos, el batacazo del PP y el ascenso de Ciudadanos, el estrepitoso fracaso de esos dos padres de la patria catalana, Mas y Junqueras, que de un tiempo a esta parte no hacen más que perder peso político y votos, vayan juntos, separados o revueltos. Afortunadamente para los españoles, catalanes incluidos, hacen falta personajes de mucho más fuste para romper lo irrompible; es decir, hace falta mucho más que la algarabía de las banderas y el merchandising para romper una nación que, con todas sus virtudes y defectos, es la de todos.

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