Los resultados electorales de anoche fueron una combinación bastante singular de inmovilismo y cambio. Cambio porque el Partido Popular, ganador claro de los comicios, salió considerablemente reforzado, subiendo 4,3 puntos y casi 800.000 votos. Inmovilismo porque a pesar del fuerte impulso de los ganadores, la arimética que dictará la configuración de mayorías en el nuevo parlamento sigue tan confusa como siempre.
Mariano Rajoy y el PP siguen sin alcanzar la cifra mágica de 176 que les permitiría conseguir la investidura en primera votación
Vale la pena volver a la suma de escaños. Tras las elecciones de diciembre pasado, la suma de los dos partidos de derechas (no entraremos en detalles sobre cómo de derechas son el PP y Ciudadanos) era de 163 escaños. Si añadíamos los partidos conservadores nacionalistas más o menos aceptables (léase PNV y Coalición Canaria), la suma eran 170. Hoy los partidos conservadores suman 163, ó 175 si añadimos a los dos nacionalistas. Aunque es una mejora, Mariano Rajoy y el PP siguen sin alcanzar la cifra mágica de 176 que les permitiría conseguir la investidura en primera votación.
En el lado de la izquierda las cosas apenas han cambiado: la suma de PSOE y Unidos Podemos ha bajado de 161 a 156. El PSOE ha perdido escaños a pesar de sacar un mayor porcentaje de voto mientras que Podemos e Izquierda Unida han mantenido su representación conjunta incluso tras perder más de un millón de apoyos, gracias a las veleidades de la ley electoral, pero a efectos prácticos el resultado es el mismo. De nuevo, sólo serían capaces de alcanzar una mayoría absoluta con la participación de todos los partidos nacionalistas, incluyendo a separatistas. Un gobierno progresista está hoy igual de lejos que estaba en la legislatura pasada.
Dado que no hay mayorías absolutas siguiendo los bloques ideológicos tradicionales de derecha e izquierda, estamos de nuevo en un escenario que exigirá acuerdos transversales. El PSOE lo intentó estos últimos meses con un acuerdo con Ciudadanos sorprendentemente detallado y reflexivo, pero se topó con la resistencia numantina de Podemos. Esta vez el único acuerdo con posibilidad de sobrevivir una segunda votación es entre el partido de Iglesias y los socialistas, siempre que cuenten con la abstención de Ciudadanos y seis diputados nacionalistas (PNV y los canarios).
El PP, para conseguir la investidura en segunda vuelta, necesita la abstención de al menos un partido. Es difícil imaginar que ERC o Bildu les den esa satisfacción, igual que Unidos Podemos. Les quedarían o bien Convergència, en una maniobra política que sería francamente inexplicable, o el PSOE, que se ha pasado toda la campaña rechazando la idea de investir a Rajoy presidente. Dicho en otras palabras: el escaño 176, ese último diputado que ha perdido Ciudadanos en Madrid, Galicia o Andalucía, han hecho que el camino del PP para llegar a la Moncloa sea considerablemente más difícil.
A efectos prácticos, la clave de la formación de gobierno está en primer lugar en manos de Ciudadanos. Son ellos los que pueden decidir permitir con su abstención un gobierno de izquierdas en minoría. Albert Rivera ha dicho, una y otra vez, que no quiere que Mariano Rajoy repita como presidente. Si realmente quiere que eso sea cierto puede hacerlo sin tener que mover un dedo. No hay gobierno del PP posible sin ellos.
Ese último diputado que ha perdido Ciudadanos hace que el camino del PP para llegar a la Moncloa sea más difícil
Lo que lleva, obviamente, a Mariano Rajoy. El PP puede sacrificarle y ofrecer otro candidato a la presidencia para asegurarse el apoyo de Ciudadanos. La cuestión es que el PP seguiría necesitando un milagro en forma de apoyo convergente o la abstención del PSOE de Pedro Sánchez, que tras el (relativo) éxito de ayer y sus repetidas negativas a una gran coalición es probable que se niegue.
Albert Rivera obviamente es consciente de esta arimética, y sabe que el PSOE teme una gran coalición más que cualquier cosa en este mundo. Ha hablado con Sánchez repetidamente durante los últimos meses, y seguramente no tardará en recibir una llamada recalcándole que los socialistas no dejarán que el PP vuelva a Moncloa. Negarle la abstención a una coalición de izquierdas, por tanto, equivaldría a un adelanto electoral, y Rivera sabe que otras elecciones acabarían definitivamente con Ciudadanos como partido viable. Si el PSOE da una señal creíble de que prefieren una repetición electoral a una gran coalición, no tendrán más remedio que seguirles la corriente. O dicho en otras palabras, que Ciudadanos permita la formación de un gobierno de izquierdas.
Por supuesto, este escenario exige que todos los partidos implicados actúen como adultos, y nadie se dedique a vetar acuerdos o desertar por peleas internas. Algunas facciones dentro de los socialistas realmente quieren una gran coalición a toda costa, y pueden acabar forzando una fractura durante las negociaciones. Una cuerdo con Podemos levantará suspicacias, aunque el pobre resultado del partido en Andalucía seguramente acallará las críticas más ruidosas. Unidos Podemos es una criatura complicada en sí misma, y más con los restos de una cada vez más inútil Izquierda Unida en su interior. No es descartable que el partido se fracture en algún momento, y más teniendo en cuenta que necesitan de la abstención de algún partido nacionalista (posiblemente PNV y Coalición Canaria) y no tendrían ningún margen de error.
Es posible que estas elecciones, que han debilitado a la izquierda, acaben con las dos formaciones conservadoras en la oposición
De forma paradójica, es posible que estas elecciones que han debilitado a la izquierda, reforzado a la derecha y penalizado a los dos partidos que buscaron un acuerdo acaben con la formación de un gobierno progresista y las dos formaciones conservadoras en la oposición. Si esto sucede, tendría algo de justicia poética: nadie ha hecho más que el PP para alienar a los partidos nacionalistas en los últimos años. La ironía que sea la retirada de CDC, el partido que más han combatido, lo que les niegue la Moncloa es especialmente deliciosa.