El pasado 23 de marzo, la pareja formada por Juan Antonio Albiol y Tamara Escarcena irrumpieron a voces en el pleno del Ayuntamiento de Cádiz, protestando por su delicada situación. Su negocio, una zapatería, iba de mal en peor. No podían pagar el alquiler y esperaban, de forma inminente, el corte del suministro eléctrico. Desesperados, con dos hijos pequeños que mantener, se plantaron en el salón de plenos para exigir ayuda. No en vano, el actual alcalde había prometido empleo y vivienda para los gaditanos, la interrupción de los desahucios y de los cortes de electricidad por impago. Ni que decir tiene que la pareja no consiguió su propósito.
El error de Juan Antonio y Tamara no fue creer que los dirigentes, sean alcaldes o presidentes autonómicos, les solucionarían sus problemas, creencia cada vez más extendida en una sociedad víctima de un secular paternalismo, sino desconocer que muchas veces son los políticos quienes nos empujan a meternos en enrevesados líos, en peligrosas arenas movedizas, siempre en su propio beneficio.
Juan Antonio y Tamara se dejaron embaucar por los cantos de sirena de la insistente propaganda oficial y cayeron en la trampa del emprendimiento
La peripecia de esta pareja gaditana es bastante común, desgraciadamente. Ambos parados, con remotas probabilidades de encontrar trabajo en una provincia cuya tasa de desempleo supera el 37%, se dejaron embaucar por los cantos de sirena de la insistente propaganda oficial y cayeron en la trampa del emprendimiento. Creyeron que, independientemente de sus cualidades y conocimientos, podían montar su propio negocio y ganarse la vida dignamente. Capitalizaron la prestación por desempleo y se la jugaron a una carta abriendo una zapatería. Así, ellos por fin tendrían un trabajo y los dirigentes políticos podrían asear algo sus estadísticas. Miel sobre hojuelas… pero sólo en teoría. Lo que nadie les dijo es que, aún en diminuto, no todo el mundo sirve para ser empresario.
Ser emprendedor: el nuevo El Dorado
Las disparadas cifras de desempleo llevaron a los políticos a promover el emprendimiento de forma masiva, ideando incentivos indiscriminados, como la posibilidad de cobrar en una vez toda la prestación por desempleo para abrir una empresa. Sabían que esta estrategia acarrearía innecesarios dramas personales pero también que podrían colgarse medallas adelgazando las cifras de desempleo en el corto plazo. Muchos incautos se arruinarían pero... ya caerían otros en la trampa para reemplazarlos si los incentivos y la propaganda persistían. El espejismo se retroalimentaría ocultando la realidad de un tejido económico cada vez más frágil y capilar, saturado de microempresas, de negocios diminutos, incapaces de consolidarse y crecer. Básicamente, una economía de subsistencia.
Se anunció la existencia de un nuevo y cercano El Dorado, y se multiplicaron las ayudas de todo pelaje, como establecer para los nuevos autónomos una cuota fija de 50 euros durante los 6 primeros meses. En realidad, el descuento importante se circunscribía al primer año; el resto, hasta un máximo de 18 meses, consistiría en un descuento sensiblemente menor. Unos plazos que en la práctica no se corresponden con los que necesita de media una actividad para empezar a ser rentable, suponiendo, claro está, que todo marche sobre ruedas. El emprendedor novato pronto descubriría que, cuando se trabaja por cuenta propia, el espacio-tiempo parece encoger y que lo que creyó margen suficiente, al final no lo es.
El emprendedor suele ser un mártir que muere para redimir los pecados mortales que cometen los políticos
Los señuelos para caer en el cepo del emprendimiento no terminan aquí. También hay ayudas que no sólo inducen a error, también están envenenadas, como las concedidas entre 2007 y 2009 por la Junta de Andalucía, que hoy la Administración exige sean devueltas íntegramente, agarrándose a retorcidos subterfugios administrativos. Lo más grave es que fue la propia Junta, a través de las UTDLT, la responsable del “fraude” por asesorar incorrectamente a los solicitantes. Muchos de los afectados ni siquiera son ya empresarios, porque al igual que Juan Antonio y Tamara, se arruinaron. Ahora tendrán que afrontar la devolución de las ayudas, más los intereses acumulados. Tal como señala Raúl Tristán en su interesante libro, Emprendedores: el virus de la ingenuidad, en España el emprendedor suele ser un mártir que muere para redimir los pecados mortales que cometen los políticos.
Animar indiscriminadamente a todo quisque a crear una empresa constituye una estrategia irresponsable, que puede desembocar en enormes dramas personales. Ser emprendedor es una tarea compleja, sólo al alcance de un porcentaje reducido de personas, especialmente en economías en constante transformación. No hay manuales con la receta del éxito, ni libros de autoayuda para, al menos, no perecer en el intento. Por definición, el emprendimiento está sometido a la incertidumbre, a la inseguridad permanente: requiere un determinado carácter.
Cualidades como el temple, la intuición, la creatividad y una paciencia a toda prueba pueden significar la diferenciaentre la opción de futuro y la quiebra; la continuidad y el fracaso. Algunas aptitudes pueden formarse en el sistema educativo, pero la mayoría son innatas, o adquiridas por otras vías. En especial la característica central de todo emprendedor: su reducida aversión al riesgo, esa capacidad de aprovechar oportunidades con perspectivas inseguras. En el caso español, además, es necesario ser inasequible al desaliento.
De las escuelas de negocios raramente sale algún emprendedor... que no hubiera entrado allí como tal
Máster en... relaciones personales
El conocimiento es una condición necesaria para el emprendedor, pero claramente insuficiente. Por ello, de las escuelas de negocios, de esos masters en gestión de empresas que proliferan como setas, raramente sale algún emprendedor... que no hubiera entrado allí como tal. Quod natura non dat, Salamanca non praestat.
Eso sí, existen determinados masters de élite, extremadamente caros, que a la larga resultan muy rentables. Pero no porque generen capacidad empresarial; el motivo es otro muy distinto. "¿De verdad te merece la pena cursar ese máster; el aprendizaje que recibes compensa semejante desembolso?", fue la pregunta formulada a una amiga. "Ni aprendo mucho ni me importa pero me permite establecer una red de contactos que compensará con creces el dineral que he gastado", respondió con desparpajo.
Y así es. En esas aristocráticas escuelas se puede conocer a hijos de gente muy principal, entablar relaciones con miembros de la élite, estrechar lazos de amistad y camaradería que resultarán muy lucrativos en el futuro. Desgraciadamente, vivimos en un país donde importa muy poco lo que conozcas... y mucho a quien conozcas. Así están las cosas.
Pero el problema es todavía más grave. Mientras se anima a lanzarse a la arena del Circo Romano a los incautos, los auténticos emprendedores deben afrontar enormes trabas legales, administrativas e institucionales, establecidas interesadamente, que dificultan extraordinariamente su labor. No se favorece a quiénes ofrecen productos nuevos, o mejores precios, sino a los que hacen negocios mediante apaños, cambalaches, intercambios de favores con el poder político. El sistema catapulta a la cumbre a ciertos personajes muy bien relacionados que son presentados públicamente como emprendedores o empresarios... sin serlo realmente.
Si hoy el ambiente es hostil para los genuinos emprendedores, imagine el infierno que aguarda a quienes realmente no lo son
No faltan emprendedores; sobran zancadillas
Por más que los gobernantes se empeñen en confundir causa y efecto, la realidad es tozuda: no faltan emprendedores, más bien sobran trabas y barreras. El problema no es la psique, sino el entorno institucional. Quienes verdaderamente poseen inclinación y capacidad para acometer una actividad económica no necesitan ser empujados o convencidos porque emprender es consustancial a su carácter. Lo que requieren es un ambiente adecuado, un marco sin trabas administrativas, sin barreras artificiales, sin privilegios, con impuestos razonablemente bajos y seguridad jurídica. No se trata sólo de simplificar los trámites para crear nuevas empresas; deben, sobre todo, eliminarse los numerosos obstáculos que aparecen una vez iniciada la actividad. Ahí es donde se embosca la telaraña administrativa, el saqueo normativo y la consiguiente corrupción. Si hoy el ambiente es hostil para los genuinos emprendedores, imagine el infierno que aguarda a quienes realmente no lo son.
Incitar al emprendimiento de forma masiva e indiscriminada es en realidad una maldad calculada, cuyos costes futuros serán extraordinarios. El fracaso en masa y su difusión boca a boca podría acabar disuadiendo incluso a aquellos que poseen las cualidades adecuadas para crear empresas, una vacuna que inmunizaría a la sociedad frente al “terrible” virus del emprendimiento. De hecho, ya está sucediendo. Seguramente, Juan Antonio y Tamara hubieran sido unos asalariados muy competentes. Su vida habría sido muy distinta, más plena, si aquellos que de verdad poseían cualidades para emprender, y que podían haberlos contratado, hubieran encontrado un entorno favorable. Pero, desgraciadamente, fueron perseguidos, esquilmados y, finalmente, expulsados de la economía. Y el precio lo estamos pagando todos.