Llegó apadrinado por el fenecido Alberto Ruiz-Gallardón a la Fiscalía General del Estado a finales de 2011 con fama de intelectual e independiente, amante del cine negro y del western. Tres años después, cuando le ha llegado el momento de desenfundar ante un asunto de Estado, uno de sus subordinados, el fiscal jefe de Cataluña, se ha reído a carcajadas dejándole en ridículo a él y al Gobierno.
Si se hubiera respetado desde el primer momento la jerarquía, la prudencia con la que Mariano Rajoy decidió gestionar desde su atalaya el 9N habría sido compensada desde la Fiscalía con una querella inmediata contra Arturo el Rebelde, desobediente a la suspensión cautelar del referéndum ordenada en dos ocasiones por el Tribunal Constitucional. Pero José María Romero de Tejada le hizo una cuchufleta a Eduardo Torres-Dulce y éste, al final, va a tener que actuar solo ante el peligro exhibiendo todas sus vergüenzas y debilitando así la imagen de una institución, una más, que parece obrar con rubor cuando se trata de defender al propio Estado.
Es el riesgo que se corre cuando se elude actuar en caliente ante un desafío tan mayúsculo gestionado desde el Gobierno como si fuera un mero espectador. Y eso que fue una consulta a lo Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, que si realmente se hubiera celebrado con la pompa que en su origen preparaba la Generalitat, el desestimiento del que acusa a Rajoy el ala dura del PP, se habría convertido en atronador.
Una derrota amarga para Torres-Dulce y también para un Gobierno que reacciona tarde y achicado ante un presidente autonómico al que todos sus subordinados, a él sí, se le ponen firmes.