Opinión

Argelia y los sentimientos

¿De verdad este era el mejor momento para mover ficha en la extenuante y larguísima partida de los marroquíes, de los argelinos y de los saharauis?

  • Brahim Ghali.

Empieza a quedar claro que el gobierno de Pedro Sánchez se ha equivocado en su cambio de actitud sobre el antiguo Sahara español y sobre sus relaciones con esos dos maravillosos, entrañables, leales, amistosos y sobre todo ¡sinceros! vecinos que son Marruecos y Argelia.

Toda acción, en política internacional, se parece un poco a una partida de ajedrez. Hay que mover las piezas procurando sacar ventaja, de eso se trata. Pero cualquier buen ajedrecista sabe que ese juego es mucho más que una sucesión de cálculos fríos que se basan en la búsqueda de una posición dominante, en el planteamiento de trampas para que el adversario caiga en ellas y cometa errores. En el ajedrez es fundamental conocer –hasta donde ello sea posible, si es que lo es– la forma de ser del contrincante, su carácter, su impulsividad o su frialdad; lo que podríamos llamar sus sentimientos. Si uno no conoce eso, o no le da la importancia que tiene, es más fácil que pierda. Es ahí donde el Gobierno español se ha equivocado. Ha minusvalorado los sentimientos del gobierno argelino.

Pero ¿qué Gobierno? Bien, pues ahí es donde empiezan los problemas. Al desentenderse de los saharauis, Sánchez y los suyos se han puesto en manos de Marruecos. Pero Marruecos es una dictadura. Una monarquía absoluta con un leve barniz institucional que no sirve, en realidad, para gran cosa, porque quien manda es el Rey. Un rey que tiene algunos trabajos importantes. El primero, conseguir no morirse y que no lo maten, algo que con el monarca anterior, Hassan II, se intentó varias veces. El segundo, enriquecerse él y sobre todo conseguir que quienes le apoyan, que son muchos, se enriquezcan también. En esto, que es fundamental para su estabilidad, Mohamed VI ha demostrado una pericia asombrosa. Lo importante es que, al final, todo depende de él.

A ese grupo se le llama Le Pouvoir, el poder. Está articulado en torno al FLN, el Frente de Liberación Nacional, el viejo partido que manda en el país desde hace 60 años

Pero Argelia es otra cosa. Si leen ustedes el impresionante libro de Óscar Sainz de la Maza, El siglo que acabó en sangre (ed. Sílex), que no me cansaré de recomendarles, verán que Argelia ocupa tres capítulos seguidos, seguramente los más espeluznantes de toda la obra. Y queda claro que, desde la traumática independencia de Francia (marzo de 1962), se creó en el país una especie de casta, un numeroso y oscuro grupo de notables, la mayoría de ellos militares, que se van sucediendo uno tras otro y que también lo deciden todo, incluido el tipo más o menos irrelevante que va a ejercer la presidencia. A ese grupo se le llama Le Pouvoir, el poder. Está articulado en torno al FLN, el Frente de Liberación Nacional, el viejo partido que manda en el país desde hace 60 años.

Sí, ha habido intentos de instaurar en el país una democracia de verdad. Han fracasado todos, sobre todo cuando los que iban a ganar las elecciones (en realidad las ganaron) eran los islamistas, como pasó en 1991 con el FIS. Le Pouvoir cortó aquello por lo sano, no faltaba más.

¿Cuál es la diferencia? Que en Marruecos manda uno. Pero en Argelia manda Le Pouvoir, que son unos cuantos.  No es lo mismo.

Sánchez, con ese cambio de táctica, lo que ha hecho es comprar tiempo. Durante algunos años, seguramente no muchos, Marruecos dejará de tocar las narices en nuestras dos ciudades autónomas. Eso es todo

Los sentimientos, sin embargo, son importantísimos en esta partida. Marruecos y Argelia son enemigos irreconciliables desde hace décadas. Argelia lleva casi medio siglo apoyando y sosteniendo a los saharauis del Frente Polisario no porque los argelinos estén llenos de buenos deseos, de solidaridad y de amor por la liberación de los oprimidos, sino porque quiere extender su influencia hacia el Atlántico y, esto sobre todo, para patearle la zona escrotal a Marruecos. Los saharauis, en realidad, no le importan a nadie. Son peones en esta partida. Y encima son bastante caros.

El gobierno de Sánchez ha calculado mal. Ha pensado que, después de medio siglo, ya era posible fingir que se creía lo que dice el rey de Marruecos: que el país vecino renunciaría a su afán de “tragarse” Ceuta y Melilla (una renuncia que no sucederá jamás, eso lo saben hasta los niños) y también aparentar que se creía lo de la “autonomía” que el Rey dice que va a conceder al Sahara, que es otra cosa que no ocurrirá nunca en la realidad. Sánchez, con ese cambio de táctica, lo que ha hecho es comprar tiempo. Durante algunos años, seguramente no muchos, Marruecos dejará de tocar las narices en nuestras dos ciudades autónomas. Eso es todo. No es gran cosa.

Y ha pensado que, después de taaantos años, casi medio siglo, Argelia quizá refunfuñaría un poco al principio, pero se conformaría y mantendría sus viejas y provechosas relaciones con España. Al fin y al cabo, Argelia es un monocultuivo (exporta casi solamente gas) y el 14% de ese gas se lo vende a España. Eso es muchísimo dinero y Le Pouvoir lo sabe, porque se enriquece con él. A los argelinos les saldría muy caro enfadarse con España por una querella de hace 50 años. Eso calculó nuestro gobierno.

Nosotros ya hemos empezado a pagar mucho más caro el gas que llega de Argelia, sin el cual no podemos vivir; es de esperar que la llegada de inmigrantes irregulares desde Argelia se multiplique

No ha salido bien. ElEejecutivo español minusvaloró los sentimientos de Le Pouvoir. Eso no debe hacerse nunca. Los argelinos se han sentido traicionados, se han convencido de que España les ponía los cuernos con su peor enemigo, y eso no se perdona. Se han enfadado muchísimo, hasta el punto de dar por muerto el viejo acuerdo de amistad que firmó con ellos Aznar hace veinte años. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, sigue diciendo que Argelia es un socio y un vecino cordial y fiable. Pronto veremos hasta qué punto es fiable lo que dice José Manuel Albares. En política –y también en ajedrez– es muy, muy peligroso confundir los deseos con la realidad.

En el peor momento imaginable, con la guerra de Putin taponando los gasoductos europeos, nosotros ya hemos empezado a pagar mucho más caro el gas que llega de Argelia, sin el cual no podemos vivir; es de esperar que la llegada de inmigrantes irregulares desde Argelia se multiplique, porque de ese país (lo mismo que desde Marruecos) no sale una patera sin el permiso de las autoridades, que se lucran con ello; y ya veremos qué pasa con la actividad del terrorismo yihadista “de exportación”. Argelia, desde hace medio siglo, ha padecido la peste del yihadismo con más virulencia y más horror que la mayoría de los países, como demuestra el indispensable libro de Óscar Sainz.

Y todo por no tener en cuenta los sentimientos, el afán de venganza, el odio de nuestros “cordiales y fiables” vecinos. Nunca es prudente darle una patada a un avispero, pero ¿de verdad este era el mejor momento para mover ficha en la extenuante y larguísima partida de los marroquíes, de los argelinos y de los saharauis? ¿De verdad lo era, señor presidente del gobierno?

Crucemos los dedos. También los de los pies. En realidad no podemos hacer mucho más.

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