Opinión

Barcelona, Bilbao y el futuro de Bankia

Tras salir por la puerta de atrás de la gerencia del FMI a finales de 2007, Rodrigo Rato regresó a Madrid para sentarse de golpe en los “consejos asesores” de

  • José Ignacio Goirigolzarri, presidente de Bankia

Tras salir por la puerta de atrás de la gerencia del FMI a finales de 2007, Rodrigo Rato regresó a Madrid para sentarse de golpe en los “consejos asesores” de Santander, Telefónica y Caixa (Botín, Alierta y Fainé, el trío de ases del empresariado patrio durante la Transición). Por aquel entonces se dijo aquí (“¿Era poder o simple pasión por el dinero?”) que solo en un país como España, donde sigue sin abordarse esa elemental separación entre lo público y lo privado que distingue a las democracias avanzadas, era posible imaginar unas canonjías que no solo suponían la exaltación de las “puertas giratorias”, sino que hacían añicos la simple apariencia de autonomía del poder político frente al financiero. El vicepresidente y ministro de Economía de los Gobiernos Aznar era recibido con los brazos abiertos por aquellos a los que había tenido que fijar y vigilar. Vigilar es un decir, porque ya se había encargado él de negar la autonomía de los órganos de control –CNMV, CNC, CNE- en teoría encargados de evitar los desmanes de los grandes grupos. Además de Santander, Telefónica y Caixa (Criteria), Rato se acomodó también en el quicio de la mancebía del banco de inversión Lazard, con un salario cercano a los 3 millones. Todo le parecía poco al señorito. Casi nada para sus merecimientos.

Solo la codicia y el dinero, capaz de hacer a los hombres “arder en púrpura de Tiro y no alcanzar descanso verdadero”, que decía Quevedo, explica el hecho de que, a pesar de tanta y tan bien dotada prebenda, el personaje removiera Roma con Santiago para hacerse con la presidencia de una Caja Madrid a punto de ser engullida, como tantas otras Cajas, por el torbellino de la burbuja inmobiliaria. Gracias al dedo decisorio de Rajoy, Rato alcanzó la presidencia de la madrileña en enero de 2010, desbancando en la pelea por el título a Nacho González, el contendiente a quien apoyaba la lideresa Aguirre. Durante el primer semestre de ese año se tejió una operación financiera cuya concreción hubiera cambiado el mapa bancario español: la fusión de La Caixa y Caja Madrid. Llegó a haber acuerdo, avalado por estudios serios, según los cuales, Criteria reunía las participaciones empresariales de la madrileña y trasladaba su sede social a la capital bajo la presidencia de un Rato que iba a manejar un holding empresarial con activos valorados en 25.000 millones, mientras que La Caixa absorbía a Caja Madrid –a la que inyectaba 6.000 millones para solventar sus problemas de balance- bajo la presidencia de Isidro Fainé y con sede en Barcelona. La operación hubiera sido buena también desde el punto de vista de un eventual arreglo político con el nacionalismo. Cuatro personas estaban en el ajo: Rajoy, Rato, Fainé y Artur Mas, al que terminó convenciendo Isidro. Al final, todo se torció porque Rato Figaredo se echó atrás, empeñado en una deriva que terminaría por llevarlo a la cárcel.

Diez años después, la fusión CaixaBank-Bankia vuelve a estar sobre el tapete. En realidad está sobre la mesa de trabajo de la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño

El asturiano tenía otros planes en la cabeza. En lugar de cola de león prefirió convertirse en cabeza de ratón de un gran grupo formado por la integración, bajo el paraguas de Caja Madrid, de una serie de Cajas todas muy dañadas por el crédito promotor, que esperaba convertir en el primer grupo bancario del país, proyectándose como brazo armado financiero de la derecha a las órdenes de un Mariano Rajoy que ya entonces avizoraba la presidencia del Gobierno tras el fiasco Zapatero. Solo a un osado obsesionado con el dinero, además de lego en materia bancaria, se le pudo ocurrir después fusionar Caja Madrid con Bancaja, una especie de puerto de Arrebatacapas donde el PP valenciano había cometido todo tipo de tropelías gracias a los buenos oficios de José Luis Olivas. Como era de prever, varias Cajas malas dieron como resultado una pésima, Bankia, que a continuación Rato y su cohorte sacaron a Bolsa en un intento de sanear el invento con el dinero de los ahorradores, y con el Banco de España mirando hacia otro lado.

Diez años después de este episodio, la fusión CaixaBank-Bankia vuelve a estar sobre el tapete. En realidad está sobre la mesa de trabajo de la vicepresidenta y ministra de Economía, Nadia Calviño, que ya ha planteado sus cuitas a José Ignacio Goirigolzarri, presidente de la entidad pública y subordinado suyo. Y con el componente político que es de rigor tratándose de un Gobierno como el de Pedro Sánchez, tan vitalmente dependiente del separatismo catalán. Una fusión contemplada como un elemento más del acuerdo entre el actual Ejecutivo y la facción del independentismo que representa ERC. Con el 40% del capital de CaixaBank en manos de la Fundación Bancaria La Caixa que preside Isidro Fainé, si hay alguien con voz y voto en esta eventual fusión sería precisamente el veterano financiero catalán, el último de aquel trío de ases de la Transición que sigue en activo. Y Fainé no parece hacerle ascos a la operación. Sería volver a intentar lo que fracasó hace 10 años con Rajoy y Rato. La presidencia de la fusionada recaería en Goirigolzarri, mientras Gonzalo Gortázar asumiría las funciones de CEO. El sacrificado sería Jordi Gual, actual presidente de CaixaBank, con cuyo desempeño el mayor accionista no parece estar muy satisfecho. “Para Caixa supondría conquistar Madrid”.

La aprobación de los PGE

Cuestión esencial a considerar es el tempo de la operación, y es que nada podrá hacerse hasta la segunda mitad del año en curso, desde luego nunca antes de que la aprobación de los PGE permita a Sánchez y a la ministra Calviño, con al menos dos años de Gobierno por delante, meterse en libros de caballerías de una fusión muy complicada en cualquier caso. “Como gestor no veo esa operación”, asegura un banquero en ejercicio. “La superposición de redes, clientes y negocios sería importante y obligaría a cerrar un montón de oficinas. El cliente de Bankia, por otro lado, es de poco valor añadido, lo que explica el pobre comportamiento de la entidad, y los accionistas de CaixaBank no aceptarían fácilmente la presencia del sector público en su accionariado, aunque la existencia de uno tan importante como la Fundación, partidaria en su caso, podría aliviar ese rechazo. Se supone, además, que Sánchez y/o Calviño deberían resolver antes las tensiones provocadas por la presencia de Podemos, partidario de hacer de Bankia un banco público, en el Ejecutivo. Demasiados problemas para tan pocas sinergias”.

“Calviño sabe que en Bankia tiene un buen equipo gestor que al final de año volverá a dar al Estado un dividendo y que ahora mismo tiene cosas mucho más importantes de que ocuparse, con un déficit fuera de control y una economía en desaceleración. Encontrar una salida a Bankia, en cualquier caso, es una decisión que no tendrá que tomar hasta finales de 2021”, asegura un directivo de banca de negocios.

Bankia aparece como estrella invitada en todas las posibles parejas de baile. Incluso con el BBVA, una especulación que tiene su fundamento en las condiciones que el PNV habría puesto a Sánchez para darle su apoyo

Sea como fuere, la venta de la entidad está descartada porque supondría contabilizar unas pérdidas importantes respecto a los 24.424 millones que requirió el rescate de la entidad, lo que contribuiría a complicar aún más la citada situación del déficit. La solución es una operación corporativa, una de esas fusiones que el presidente del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), gestor del 61,4% del grupo BFA-Bankia que actualmente posee el Estado, Jaime Ponce, tiene perfectamente detalladas, con sus pros y sus contras, en su libreta secreta. En enero de 2019, Ponce aseguraba que “honestamente no sabemos qué vamos a recuperar de los 24.000 millones inyectados al grupo”, añadiendo que la “cotización en Bolsa desincentiva los planes de desinversión a corto plazo”.

Esa es una de las razones que baraja Calviño para poner en marcha cuanto antes una operación corporativa para Bankia: el temor a que el valor pueda evolucionar a peor en el inmediato futuro. Si el 1 de febrero del año pasado el banco valía en Bolsa 7.612 millones (2,48 euros acción), justo un año después vale 5.000 millones (1,64 euros), lo que supone una caída de casi el 35%. Solo en lo que va de año ha cedido un 12% en Bolsa. Conviene aclarar que la situación de Bankia no es muy diferente a la del resto de protagonistas de un sector que en un entorno de tipos de interés como el actual no gana dinero, o no lo hace como antaño solía. Los resultados anuales que los grandes han publicado esta semana así lo atestiguan, con caídas del beneficio del 17% (Santander), 28% (CaixaBank) y 35% (BBVA). Todas las entidades han maximizado ya el ajuste de costes (como ayer contaba aquí David Cabrera, la banca cerró 2019 con 1.900 oficinas y 5.542 empleados menos), han tocado hueso, y ahí ya no hay nada que rascar. Y la pregunta que se hacen en todas las salas de Consejo es la misma: ¿Cómo seguir ganando dinero para retribuir al accionista? Los del Sabadell (0,81 euros la acción) le aprietan las clavijas a Josep Oliu y le exigen una operación corporativa, de modo que el buen hombre no tiene más remedio que ponerse en evidencia ante Goiri, justamente la operación más difícil de imaginar de todas por cuanto, como demostrara Rato con Caja Madrid-Bancaja, dos bancos malos jamás podrán parir un buen banco.

Almuerzo en la cumbre

Todos suspiran por una buena boda que les permita generar beneficios vía ahorro de costes, todos se miran de reojo, pero nadie da el paso al frente. De momento. Bankia aparece como estrella invitada en todas las posibles parejas de baile. Incluso con el BBVA, una especulación que tiene su fundamento en las condiciones que el PNV habría puesto a Sánchez para darle su apoyo: devolver el BBVA, antiguo BBV, al redil del País Vasco, fusión con Bankia mediante, bajo la presidencia de Goiri. El imposible revival de un mito, el de Neguri, que es hoy apenas el eco lejano de aquella burguesía industrial y financiera desaparecida hace décadas entre la bruma de las mediocres terceras y cuartas generaciones. La especulación tiene, sin embargo, una base real potente: la pieza separada que el juez García-Castellón mantiene abierta en su juzgado, con el BBVA imputado como persona jurídica en el escándalo Villarejo. Su presidente, Carlos Torres, ha querido esta semana mandar un mensaje contundente a Calviño: “No hay ninguna posibilidad de que yo tenga algo que ver con el caso Villarejo”, algo que tendrá que decidir el juez, oídas las explicaciones de Francisco González (FG). A punto de levantarse el secreto del sumario, Torres ha invitado a almorzar en privado a Pedro Luis Uriarte, el que fuera vicepresidente y CEO del BBV y más tarde del BBVA, un tipo de prestigio cercano al PNV, más tarde defenestrado por FG junto a Emilio Ybarra tras el episodio de las cuentas secretas en Jersey. Se vienen emociones fuertes.   

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