Son tiempos de crisis y, por tanto, perfectos para desconfiar de quienes anuncian su intención de salvar al pueblo. Escribió el chiflado genial de Céline en Viaje al fin de la noche una frase que resulta perfecta para desenmascarar a los predicadores de las nuevas religiones ideológicas, como es la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo. “La moral de la Humanidad a mí me la trae floja, como a todo el mundo, por cierto”, expresó el escritor.
Unas páginas después, tiene un arrebato nihilista que resulta ejemplar para deglutir de forma correcta los mensajes interesados de quienes ostentan poder, en este caso, el gubernamental: “Sus acciones, en adelante, dejan de inspirarte ese asqueroso atractivo místico que te debilita y te hace perder tiempo y, entonces, su comedia ya no te resulta más agradable ni más útil en absoluto para tu progreso íntimo”.
Resulta que el Gobierno de España ha revelado este lunes que Calvo se encuentra ingresada en la clínica Ruber Juan Bravo “para ser tratada de una infección respiratoria” y está a la espera del resultado de un 'test del coronavirus. La vicepresidenta llegó al hospital privado 14 días después de participar en la manifestación feminista del 8 de marzo, que no se desconvocó pese a que la evolución de la infección en España era ya preocupante.
El mensaje distribuido por el Ejecutivo para informar del estado de salud de la política andaluza finalizaba con un párrafo que no tiene desperdicio, pues parecía una respuesta a las críticas antes siquiera de recibirlas: “Carmen Calvo, funcionaria de carrera, se encuentra en la clínica Ruber, de Madrid, de acuerdo con los convenios de Muface, la mutualidad pública a la que pertenece”.
Como mutualista de Muface, Calvo tiene la opción de elegir entre la sanidad pública y la privada; y eligió la segunda. Muface es pública, sí. El centro médico donde ha ingresado, no. Como casi siempre, la información oficial incluía un juego de palabras que configuraba una media verdad.
La doble moral
En realidad, no debería suponer ningún problema que personas con el poder adquisitivo de Calvo optaran por la sanidad privada o estuvieran incluso obligadas a disponer de un seguro alternativo, pues eso ayudaría a descongestionar los centros de salud y hospitales públicos y beneficiaría a la población con menos recursos, que no tiene otra alternativa para tratar sus dolencias y enfermedades. El problema es que la demagogia con respecto a este tema ha sido tradicionalmente insoportable, lo que impide siquiera formular argumentos de este tipo.
Llama la atención, en cualquier caso, que los autodenominados 'defensores de lo público' se refugien en lo privado cuando las cosas vienen mal dadas, pues podría llegar a pensarse que los principios que predican no los aplican para consigo mismos. O que porfían del funcionamiento de aquello que gestionan. Las convicciones se quedan en mera palabrería cuando existe la posibilidad de materializarlas, pero se evita hacerlo. En cualquier caso, convendría evitar los requiebros lingüísticos que dan lugar a engaño en los comunicados gubernamentales. Especialmente, si pueden generar confusión.
Sólo queda esperar que la vicepresidenta se recupere cuanto antes de su afección y sea atendida en las mejores condiciones, pues nadie merece lo contrario, ni en lo público ni en lo privado. Sea como fuere, no está de más recordar que Calvo fue de aquellas que apeló a las mujeres a manifestarse -”les va la vida en ello”- el 8 de marzo, cuando había 17 muertos y 589 infectados en España; y cuando se celebraron varios partidos de fútbol, un mitin de Vox y las pre-fallas. Y las calles estaban llenas.
Cabe poner estos datos en negro sobre blanco para restar fuerza a los argumentos de quienes consideran que ser crítico con el Gobierno en estas circunstancias supone, poco menos, que intoxicar a la sociedad, cuando nada hay más lejano a la realidad.