Barcelona huele como el ala izquierda del ángel exterminador, diría Melville. Las hordas de tea y cascote regresan a sus guaridas de la zona alta de la ciudad. Las risas salvajes de los niñatos enmascarados aún resuenan entre las defensas de unos cuerpos de seguridad abandonados a su suerte. Cataluña ha dado un paso más hacia el abismo infernal.
Pedro Sánchez, el más rápido en el envite de la pose y la foto, ha orientado su Falcon hacia la región malherida. Después de una larga semana silente y oculto, Pedro en funciones ha consumado un par de gestos marca de la casa. Le ha colgado el teléfono tres veces a Torra (quins-collons!) y se ha plantado en Barcelona, con ese aplomo que da la soberbia, para pedirle a los jefes policiales "moderación".
Refuerzos y pelotas de goma
Lo de Torra es un detalle tramposo e inútil. Ayer lo abrazaba en La Moncloa, hoy le niega la palabra y mañana quién sabe, quizás hasta lo indulte. Pretende mostrarse distante con el partido al que le debe el puesto, con el que gobierna en 40 localidades y con quien se reparte los jugosos dineros de la Diputación barcelonesa. Ahora toca ufanarse de patriota, envolverse en la bandera y hacerle ascos a los lazos amarillos.
El segundo gesto con el que arrancó la semana suena a burla miserable. Después de seis eternas noches combatiendo a las hordas que brotaban como llamas de cien mil hornos, con un agente gravísimo y trescientos más heridos, lo que necesitaban los policías no eran precisamente consejos necios. Lo que necesitaban era más bien una carretada de refuerzos, (mil guardias civiles, a medio kilómetro sin poder intervenir), más medios (rebuscaban desesperados por los suelos pelotas de goma ya usadas) y más decisión para acabar con el motín.
En La Moncloa piensan que arrastrar los restos de Franco hasta el Pardo arrastrará también votos de la izquierda hacia sus filas
Ahora se trata de alejarse de las piras de Vía Layetana y acercarse al mausoleo de Cuelgamuros. Las fumarolas de Barcelona chamuscan las expectativas socialistas. Los huesos del dictador las protegen. Eso piensan en Moncloa, donde se diseñó la fecha electoral con la mente en los dos jalones. El de la sentencia del procés no les ha funcionado. El ministro Marlaska está hundido en el descrédito y sólo Iceta y su hipócrita equidistancia ha sacado algo en limpio de cara a un futuro tripartido.
La representación del Valle de los Caídos está repleta de inconvenientes. Tan manoseados están los huesos del general que esta pantomima electoralista quizás produzca más rechazo que adhesiones. En La Moncloa están preocupados por la caída en los sondeos y la resistencia contra natura de Podemos, que lejos de declinar, resiste. Piensan que arrastrar los restos de Franco hasta el Pardo arrastrará también votos de izquierda hacia sus filas.
El gran vuelco
Quedan tres semanas para las urnas. Sánchez juega con ventaja. Se ha visto este lunes en Barcelona. A Casado no se le ha dejado entrar en la Jefatura Superior de Policía. Ni siquiera acercarse a saludar a los agentes. Sánchez, que contraprogramó en el desplazamiento al líder del PP, no ha concedido más imágenes que las del pool oficial. Con los medios bajo control, con el aparato informativo bajo su mando, con casi todas la teles en su órbita, con la Moncloa trabajando para el presidente, a Casado se le van a poner las cosas muy complicadas.
Las encuestas, cierto, bendicen al PP con la promesa de pulverizar la barrera psicológica de los cien escaños. Incluso ya hay quien habla de victoria del bloque de centroderecha si Ciudadanos recupera el tono y resiste. En el PSOE ya nadie habla de los 140 diputados, como hace un mes, sino de conservar los 123. O sea, virgencita...
Casado ha acertado en el tono, firme y sin aspavientos. El partido le responde, sin tirones internos ni barones gritones. El guión le beneficiaba. Cataluña era la ruina de Sánchez. El escenario, ya sin hordas ni hogueras, va a cambiar. También el argumento informativo. Serán los veinte días más largos de Casado. A resistir y sudar.