Discutir el dogma separatista puede costar muy caro en esta Cataluña sonriente y amable del proceso. Que se lo pregunten a Francisco Oya, profesor del instituto Joan Boscá, expedientado por la Generalitat, que le ha prohibido impartir clases de bachillerato. Osó discutir la superioridad de la “raza” catalana. Lo dicho, todo son sonrisas, tortas y pan pintado.
Del Doctor Robert a Peius Gener pasando por Prat de la Riba para llegar a Torra
El grave delito del que se acusa al profesor Oya es de lesa patria. Se atrevió a poner en tela de juicio el libro de texto redactado por Agustí Alcoberro, dirigente de la Asamblea Nacional Catalana. Dicho libro – recordemos que los estudiantes lo emplean como manual en la asignatura de Geografía e Historia – ofrece la habitual e idílica versión de la historia catalana. Es decir, la post verdad elaborada pacientemente a lo largo de todos estos años, esa versión almibarada que presenta el devenir de Cataluña como una lucha entre malos, los españoles, y buenos, los catalanes.
Don Francisco, destacado líder sindical amén de esforzado luchador en favor del bilingüismo en la escuela - de ahí nace el odio que produce en determinados sectores de la comunidad educativa - creyó que, como maestro, su obligación era ofrecer a sus alumnos algún material complementario para que estos pudieran conocer otra versión de los hechos. Lo más normal en pedagogía, a saber, el principio de comparación hegeliano: tesis, antítesis y síntesis.
Pero como en esta tierra catalana la verdad es solo una y no treinta y una, algunos alumnos y sus respectivos padres – de las CUP, para ser más precisos – pusieron el grito en el cielo. ¿Qué era eso de darles a sus hijos información acerca de los orígenes racistas del catalanismo conservador? ¿A qué venía darles a conocer datos sobre la existencia de lo que escribieron en su día Pompeyo Gener, Peius, o el que fuera alcalde de Barcelona, Doctor Robert, o el siempre tan alabado presidente de la Mancomunitat, Enric Prat de la Riba? Efectivamente, a los alumnos no les hacía falta, por vía de ejemplo, leer lo que Gener, un auténtico embustero, sablista, vividor y persona harto dudosa, escribía allá por 1887 en su libro “Herejías”. Citamos textualmente al autor que se hizo imprimir tarjetas con el pomposo título de Savant Catalán: “En España, la población puede dividirse en dos razas, a saber, la aria, bien sea celta, grecolatina o goda que va del Ebro al Pirineo, y la que ocupa del Ebro al Estrecho, que en su mayor parte es semita, pre semita y aún mongólica, o sea, gitana. Nosotros (se refiere a los catalanes) que somos indogermánicos de corazón no podemos tolerar la superioridad de tales elementos pertenecientes a esas razas inferiores”. De ahí a la descripción que hizo Jordi Pujol acerca del hombre andaluz, al que calificaba de desestructurado y gandul, no hay ninguna diferencia.
Craso error el del profesor Oya, que ponía ante los ojos de los adoctrinados la auténtica y horrible realidad que subyace en el separatismo. Como verán, los tuits o los artículos de Torra no son cosa ni de ahora ni emanados de su magín. Beben en lo más profundo del racismo catalanista, igual que el nacionalismo vasco lo hace con los textos de Sabino Arana, con la única diferencia de que, al menos, el PNV tiene la prudencia de no reeditarlos, porque allí se encuentran las mismas expresiones acerca de razas superiores e inferiores. Tanto el Doctor Robert como Arana medían con escrupuloso fervor los cráneos de nativos y foráneos, deseando encontrar las diferencias raciales, igual que lo harían años después los científicos racistas de la Ahnenerbe en el Tercer Reich, llegando los nazis a solicitar a los responsables de los campos de exterminio un suministro abundante de “cráneos de comisarios bolcheviques judíos” (sic) para demostrar que pertenecían a una especie diferente a la alemana.
Pompeyo Gener, aquel fantasmal sujeto que acabó sus días en la clínica de La Alianza gracias a la mano caritativa de Don Manuel Ribé, hombre de derechas y a la sazón jefe de protocolo y de la Guardia Urbana del ayuntamiento de Barcelona, que vio en sus postreros momentos de lucidez como Don Alfonso XII, de visita casual en aquel lugar, le acariciaba la cabeza y se interesaba por su salud, dándole ánimos, ese Gener racista, estafador, mentiroso impenitente, gorrón y filósofo de mediocre crédito – lo único destacable de su obra es “La muerte y el diablo” y acaso ni eso – no puede ser conocido ni refutado por nadie, faltaría más.
El separatismo siempre ha sido cosa de dar helado todos los días y no se hable más.
Son racistas y en Europa lo saben
El desdichado caso del profesor Oya ni es casual ni sorprende a nadie que sepa lo que está ocurriendo en la Cataluña de hoy. Que los separatistas pretendan ocultarlo es lógico. Pero en Europa lo saben, vean si no lo que han dicho acerca de los artículos incendiarios de Torra desde el Alde a los socialistas, que han manifestado su repugnancia ante lo que consideran, con razón, textos xenófobos.
Lo realmente indignante es la pasividad de separatistas e incluso constitucionalistas ante este rebrote racista. Quizás muchos adoptarán en el futuro la misma actitud que revela la que fuera secretaria del Doctor Goebbels, Brunhilde Pomsel, en su libro de memorias recopilado por Thore D. Hansen “Mi vida con Goebbels”, recientemente publicado en castellano por Lince. Dice Frau Pomsel “En general, no teníamos la menor idea de lo que nos esperaba con Hitler al timón”. Vaya. Pero ella estaba afiliada al partido nazi, trabajó primero en la radio estatal alemana y luego en el Promi, el ministerio de propaganda, era taquígrafa, pasaban por sus manos miles de documentos, aunque ella alegue no saber nada ni de los campos de la muerte ni de la desaparición de los judíos. Estremece leerla cuando afirma que, en el momento en que su amiga judía de toda la vida Eva Löwenthal desapareció, “Pensamos que se le habían llevado para repoblar las granjas desocupadas que el Reich tenía en el Este”. Por si tal embuste no bastase, añade “Tampoco es que investigásemos mucho, no hay que sufrir innecesariamente”. He ahí la banalidad del mal que describió Hanna Arendt.
Para que tamaña torsión de la realidad y de lo moralmente correcto se haya producido no basta solamente con la propaganda sistemática
Es casi obligatorio comparar ambas actitudes, la de aquellos buenos alemanes que ni sabían ni querían saber y la de los buenos catalanes, a los que les basta con las consignas fabricadas a diario para mantenerlos en su Cataluña feliz y democrática en la que los malos son la policía, la guardia civil, los traidores, los partidos constitucionalistas, los profesores que se rebelan ante la dictadura del pensamiento totalitario o los periodistas disidentes. Los buenos son, claro está, los del lacito amarillo, los presos por delitos, los fugados cobardes, los políticos supremacistas, los violentos, los CDR, los de TV3 o Catalunya Radio, los que insultan a diario en las redes sociales. Para que tamaña torsión de la realidad y de lo moralmente correcto se haya producido no basta solamente con la propaganda sistemática que desde el pujolismo hasta ahora ha sido constantemente bombardeada al cuerpo social catalán desde los medios de la Generalitat o en las escuelas. Hay un componente social que estaba más que predispuesto a sentirse halagado en su ego, que quería sentirse superior al resto de sus conciudadanos, que deseaba un mundo donde existiese una línea divisoria entre los herrenvolk y el resto.
Por eso el profesor Oya ha sido expedientado, porque desea una escuela bilingüe, donde pueda ejercerse la libertad de cátedra y el maestro cumpla la primera misión de todo enseñante, a saber, la de inculcar en sus alumnos el deseo de saber, de discutir, de profundizar.
Hablaba servidor el otro día del concepto que acuñó Jean François Leòtard a propósito del fascismo elegante. No viene representado ni por camisas, ni correajes, ni la parafernalia que estamos acostumbrados a ver en los documentales que nos hablan de cómo el mundo caminaba hacia la hecatombe en la década de los años treinta. El fascismo actual nos lo venden personas con traje y corbata, modales exquisitos y consignas falsamente democráticas. Pero la ideología es la misma, aniquilar todo tipo de oposición intelectual, sojuzgar a todo aquel que no comulgue con el pensamiento oficial estigmatizándolo socialmente e imponer por la vía que sea la desobediencia a las leyes, al marco democrático, al principio de igualdad entre todos los seres humanos hayan nacido donde sea y hablen el idioma que sea.
Recuerden: uno de los primeros sectores a por el que fueron los nazis fue precisamente el de la educación. También, hay que decirlo, fue donde encontraron un mayor apoyo junto al de los funcionarios. De hecho, se bromeaba a propósito del profesorado en aquellos años diciendo que hasta que el último maestro no hubiese obtenido su Cruz de Hierro no se acabaría la guerra.
Qué poco hemos aprendido de la historia.