Los siete mil ochocientos millones de hablantes con los que cuenta la humanidad deben hacernos reflexionar más que las seis o siete mil lenguas que se acomodan en ellos con la naturalidad de la vista, el olfato, el tacto o los sentimientos... La capacidad de hablar es intrínseca, parte nuestra, alma y cuerpo. Las lenguas nos pertenecen con la misma naturalidad que el desarrollo. Lo de la gramática, el léxico, la ortografía, la retórica, y otros añadidos son artificios. Muy interesantes, pero al fin y al cabo aportaciones culturales secundarias.
Se suele insistir en el número de hablantes de una lengua, mientras los individuos, tomados de uno en uno, se silencian. Nos dicen qué lengua está a la cabeza, y nos recuerdan que la nuestra es la segunda. Y no es falso, pero lo que realmente importa es el servicio que presta, las posibilidades que ofrece, la facilidad con que acerca a las situaciones en que tengo que introducirme o quiero introducirme, las recompensas, las puertas que abre y muchas otras ventajas. ¿A quién podría interesarle, sin conocer su proyecto de vida, dedicar horas y horas a estudiar la lengua más hablada del mundo si no la necesita para nada? Se confunden las bondades de los idiomas.
Interesa, según pienso, en el fenómeno lingüístico, estudiar cómo se instalan los automatismos para atender las necesidades de comunicación. Mi colega y amigo Farid Mabrouk necesita cuatro lenguas. El tamazight para su familia, el árabe-dariya para la gente, el francés para la cultura y el español para su trabajo como profesor en la Universidad de Agadir. Las tres primeras equivalen a maternas, heredadas gratis en tres ambientes distintos, la familia, la sociedad y la cultura. Para la cuarta tuvo que pagarse la carrera de Filología que cursó en Sevilla. La maneja con habilidad, pero no deja de ser su idioma añadido. Farid es, permítaseme el palabro, tetralingue.
Decenas de millones de europeos y americanos necesitan a diario dos lenguas, ambas maternas, ambas heredadas, ambas propias
Otros africanos son trilingües. En Togo el ewé y el kabilé son respectivamente las lenguas de las dos principales tribus, pero la única oficial es el francés. La mescolanza exige con frecuencia el uso diario de las dos autóctonas más le lengua cultural. En Sudáfrica el trilingüismo incluye al afrikáans y al inglés, más una de las ocho lenguas autóctonas oficiales, entre ellas el zulú y el josa.
Mucha gente ignora que decenas de millones de europeos y americanos necesitan a diario dos lenguas, ambas maternas, ambas heredadas, ambas propias. Cientos de millones de personas reciben en el mundo dos idiomas en el legado que podenos llamar materno. El náhuatl, el quechua, el guaraní, el bretón, el euskera y el catalán no tienen vida autónoma porque se vienen acomodando en sus hablantes al mismo tiempo, desde hace siglos, con el español o con el francés. Carecen de locutores monolingües y, si los tuvieran, se trataría de individuos socialmente aislados. Nadie habla solo guaraní o náhuatl o catalán, necesita el español. Ni solo bretón o alsaciano, necesita el francés. Tampoco existen hablantes monolingües de tártaro, necesitan el ruso. Tártaro y ruso se reparten los contextos de comunicación: en familia, tártaro; en la calle, ruso; en las universidades, ruso. Estos hablantes reciben dos lenguas, la familiar y la social, ambas se instalan como propias y las hablan con similar destreza. Para no confundir, mejor llamarlos ambilingües, es decir propietarios de dos códigos, de dos idiomas.
Son únicas estas lenguas para casi toda la población que la hereda porque cubren la comunicación familiar, social, cultural, laboral, intelectual y de ocio
Y también está poco difundida una idea que pone luz a la sociolingüística: el monolingüismo o la condición de hablante de una sola lengua. ¿Quiénes son los hablantes monolingües en el mundo? Muchos menos de los que sospechamos. Las lenguas que han llegado a nuestros días con capacidad para cubrir en solitario cualquier situación comunicativa son, además del inglés, el español, francés, alemán, portugués, italiano, ruso, chino y algunas más, pero no muchas más. Son únicas estas lenguas para casi toda la población que la hereda porque cubren la comunicación familiar, social, cultural, laboral, intelectual y de ocio. Llegan ahí como resultado de los cambios históricos, políticos y sociales, y de la elección de los hablantes en busca del código más útil.
La condición de hablante bilingüe no pertenece a la adquisición natural de las lenguas, sino al artificio de hacerse con ellas mediante el esfuerzo. La lengua estudiada no forma parte de la identidad del individuo ni de los hábitos articulatorios como la heredada. Buena parte de los habitantes del planeta eligen el inglés si han de añadir un idioma a su patrimonio de una o dos lenguas nativas. En otros tiempos eligieron el francés, en otros el latín, y en otros el griego. Le sigue, y va en ascenso, el español. El resto de las lenguas, digamos hasta el medio centenar, que se enseñan como extranjeras en el mundo, se reparten porcentajes inferiores si contamos a quienes las eligen libremente y omitimos a los estudiantes obligados por las autoridades académicas.
Es una miseria social cortar las alas a los hablantes de una lengua que regala cultura en abundancia, que ensancha el pensamiento, que se abre a la inteligencia, que ayuda a madurar, que facilita el desarrollo intelectual, que ofrece seguridad, que otorga confianza por el amarre con su larga tradición cultural, que dignifica a quien la usa, y que resulta tan atractiva que unos 22 que millones de personas la estudian para ensanchar su pedigrí.