Opinión

Cómo decir a tus padres que sales con uno de Vox

Para ligar en mis años mozos la cosa estribaba en dejarte melena, destrozar canciones protesta - ya venían bastante destrozadas de origen- con una guitarra desafinada, decir que eras de izquierdas, abominar del Caudillo y vestir como si l

  • El líder de Vox, Santiago Abascal. -

Para ligar en mis años mozos la cosa estribaba en dejarte melena, destrozar canciones protesta - ya venían bastante destrozadas de origen- con una guitarra desafinada, decir que eras de izquierdas, abominar del Caudillo y vestir como si la ropa la hubieses obtenido en un todo a cien de Cáritas. Daba igual si salías con alguien rojillo. Nuestros padres estaban curados de espantos entre la guerra, la posguerra, la sequía persistente y el complot judeo masónico en lo político en contubernio con el marxismo en lo social. La mía fue una generación de progres de boquilla donde si uno se apuntaba, un decir, a la Joven Guardia Roja, era porque había una muchacha que te volvía loco, valga para el otro sexo. Como todo simple en aquellos años sesenta-setenta, el fornicio entre la alegre muchachada no era difícil. Con saberte un par de versos de Neruda, dos temas de Víctor Jara y llevar algún libro de Adorno, Gramsci, Hegel o Lenin en el macuto para dártelas de intelectual tenías el pack completo. La cosa erótico-festiva se culminaba con un inocente “Vamos a ver salir el sol a la playa” y que cada uno sustituya playa por Moncayo, la Sierra de la Culebra de Zamora o similar donde las sanas expansiones sexuales se llevaban a cabo con, digámoslo todo, cierta torpeza por la novedad.

Lo de ahora es más complicado y los jóvenes lo tienen más difícil. Me lo contaba el otro día una amiga de antaño que estaba hasta el moño de las trifulcas que tenían en casa a la hora de cenar. Su marido, al que recuerdo como un convergente pesadísimo, se pone en todos sus estados cada vez que ve a su hija sentarse a la mesa con una chapa de Vox en la solapa. Resulta que la muchacha está colgada hasta las trancas de un compañero de carrera afiliado al partido de Abascal y eso es más de lo que el progenitor puede soportar. A la madre, a la que únicamente le importaba de adolescente folgar con apuestos mancebos y jamás tuvo veleidades ideológicas, le importa un pito lo que lleve o no lleve la nena en la ropa. Pero el marido pilla unos mosqueos tremebundos rayanos en lo calderoniano y suelta esas frases que uno creía relegadas a las películas de aquel Agustín González que gritaba como nadie en el cine español. Que si ya te estás quitando esa chapa ahora mismo, que si en esta casa no toleraré que entre el fascismo, que si ese novio te va a hacer una desgraciada, que si continuas así te echo de casa, que si para esto me he sacrificado toda la vida, en fin, lo de siempre pero con una estelada colgada en el balcón y la foto de Puigdemont dándole la mano al pater familias en el lugar más visible del comedor. La chica, que es lista, se ha cuidado muy mucho de decirle al padre que, además, este domingo piensa hacer de apoderada del partido de Abascal porque tampoco quiere matarlo de un ataque cardíaco.

La clandestinidad es lo que tiene. Es bastante molesta pero si uno sabe manejarse siempre puede acabar saliéndose con la suya. Solo hace falta ser más inteligente que los censores de la moral

La madre, mi amiga, le ha dicho a la niña que haga lo que le salga del puro, que se enrolle con quién le apetezca, que ella hace años que vota al PP y el cuitado cabeza de familia no tiene ni idea, y que en esta vida la política no es obstáculo o cortapisa para darse un buen revolcón. Porque, eso sí, la muchacha dice que el chico es un portento en la cama, que la quiere, que la cuida, que es muy bien mandado y que incluso le ha propuesto que en el futuro se casen. Cosa que ella no piensa hacer ni loca, porque es de las que opinan que en la vida siempre hay tiempo para equivocarse.

La clandestinidad es lo que tiene. Es bastante molesta pero si uno sabe manejarse siempre puede acabar saliéndose con la suya. Solo hace falta ser más inteligente que los censores de la moral. Mira mi hijo pequeño, me dijo al final de la conversación mi amiga, es admirador de José Antonio y no suelta ni mú delante de su padre. Mare de Déu!

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