Opinión

Cuando lo inmoral es lo correcto

La presencia de etarras en las calles e instituciones vascas no es una afrenta a nuestras costumbres, sino el producto necesario de las mismas

  • El líder de EH Bildu Arnaldo Otegi en una manifestación

Ninguna de las peores noticias de actualidad son en realidad actualidad, en el sentido de novedad. Y tampoco, por tanto, tiene demasiado sentido seguir hablando de ‘noticias’ para referirse a ciertas cosas. Son parte de nuestro paisaje. Es lo que se hace, lo que se ha instalado sin demasiada resistencia. Podríamos hacer a continuación un repaso a lo peor del año, que sería, como hemos dicho, un repaso a lo peor de la década, pero vamos a tomar como punto de partida uno de esos actos periódicos que reflejan mejor que ningún otro lo que somos, y que dan pie a reparar en uno de los aspectos clave de ese “lo que somos”: cómo nos referimos al paisaje, qué palabras usamos.

Crecer en el País Vasco le lleva a uno, aunque no quiera, a una resignificación profunda de ciertas palabras e ideas elementales. Crecer en Galdácano -o en algunas otras localidades vascas y navarras- le lleva a uno a experimentar cotidianamente la cercanía del mal. Al contrario de lo que a veces se piensa, la convivencia con el mal no te hace capaz de comprenderlo mejor. Al contrario. La dimensión del mal aumenta como enigma. Al principio no se ve, luego no se le da importancia, un día te das cuenta de lo que significan ciertas fotografías y a partir de ahí es muy difícil poder ver otra cosa. Está ahí, está en todo, y al mismo tiempo no se comprende cómo puede estar ahí.

Desde hace décadas, en el País Vasco y en las zonas vascófonas de Navarra, la complicidad con ETA es una costumbre muy arraigada que ha generado incluso tradiciones recientes. Tan arraigada que se exhibe en público

En muchos pueblos vascos y navarros en Nochebuena no se celebra el nacimiento de Jesús. No en sus calles. Lo que se celebra no es un nacimiento, sino cientos de muertes. Un paseante desprevenido se encuentra con una mesa dispuesta para la cena pero con sillas vacías en algún lugar céntrico, abierto, visible, muy transitado. Junto a la mesa, un cartel. Y frente a cada plato, la fotografía de cada etarra de la localidad aún en prisión. Según van saliendo de la cárcel, sus fotos y sus sillas desaparecen. En el cartel se explica el motivo de la reivindicación: “Es el momento de llenar las sillas vacías”. Es el momento de que los etarras vuelvan a sus casas, que son las nuestras; a sus calles, que son las de todos. La mesa, el mensaje y el homenaje permanecen en la calle durante horas. Nadie mueve ni una copa.

Covite ha denunciado de nuevo esta práctica, igual que se han denunciado durante años otras similares. Las manifestaciones proetarras con presencia de personalidades, las fiestas populares, la Korrika, la exposición de la obra artística de Jon Bienzobas en la Casa de Cultura, la consideración de victimas en webs memorialísticas de varios municipios para etarras condenados por asesinato, los homenajes, las listas electorales compuestas por terroristas o, como señala también Covite, el hecho de que Mikel Albisu (“Antza”) sea el coordinador del grupo de lectura de dos bibliotecas públicas de Navarra. Nada de eso es nuevo. Nada de eso es noticia. Todo se ha generado y se ha ido instalando con una complicidad absoluta. Por eso el mensaje de Covite está profundamente equivocado. 

No hablaban, no miraban, no discutían

En su mensaje, Covite afirma que este último caso, la posición de Mikel Albisu en bibliotecas públicas navarras, es inmoral. Lo dicen con mayúsculas, además. “Es, como poco, INMORAL”. Pero no lo es. Por desgracia no lo es. Porque inmoral es aquello que va contra las costumbres de un tiempo o un lugar. Y desde hace décadas, en el País Vasco y en las zonas vascófonas de Navarra, la complicidad con ETA es una costumbre muy arraigada que ha generado incluso tradiciones recientes. Tan arraigada que se exhibe en público. Tan arraigada que quien la exhibe no sólo no es condenado al ostracismo, sino que es aupado como referente político, social o -efectivamente- moral.

En el País Vasco el inmoral es quien considera inaceptables todas estas costumbres de simpatía hacia ETA y su entorno. Lo hemos visto en ejemplos cercanos. Todos los que en los 90 denunciaban no sólo los asesinatos, sino el clima social que los justificaba o los relativizaba, pagaron un precio muy alto en sus trabajos, en sus familias, en sus amistades; precisamente porque los inmorales eran ellos. Los demás estaban perfectamente integrados en las costumbres locales. No hablaban del tema, no miraban el paisaje, no discutían, no afeaban el envilecimiento de sus amigos.

Haríamos bien en no confundir los conceptos por inercia o por comodidad. La presencia de etarras en las calles e instituciones vascas no es una afrenta a nuestras costumbres, sino el producto necesario de las mismas.

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