Opinión

Un mural dedicado a Ayuso que espanta a los guardianes de la moral

Lidia Falcón lamentaba que a una compañera suya del Partido Feminista le hayan demandado por decir que “los niños son niños y las niñas, niñas”. Los intolerantes han convertido en anatema lo que no les conviene. Ven fascismo en cada esquina

  • La presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, quiere traer la Fórmula 1 a Madrid. -

Sucedió en una cafetería del Paseo de Recoletos de Madrid el pasado miércoles, día engorroso por la Cumbre de la OTAN y por el verano, causa de insolaciones y galbana, pecado capital. Un hombre de algo más de 40 años, bien vestido, con finura en el andar, desayunaba en la terraza del establecimiento y, al terminar, se levantó para pagar. Una vez llegó al interior, observó un mural en el que figuraba la imagen de Isabel Díaz Ayuso con la corona de la Estatua de la Libertad y el rayo rojo facial del Aladdin Sane, de David Bowie.

Al lado de la alegoría de la presidenta madrileña había referencias a algunos otros personajes públicos internacionales. Pero la presencia de Díaz Ayuso amargó la mañana al tipo que desayunaba. Por eso, mientras abonaba la consumición se dirigió a los camareros y criticó la decisión del local de dedicar una parte de su decoración a la política del Partido Popular. "Se mezclan dos símbolos que representan a la ultraderecha. La de Estados Unidos y la española", lamentó.

E insistió: “Es una falta de respeto a los clientes el tener que encontrarse con un mural que politiza el local”. A la cuarta repetición, el educado trabajador del lugar mostraba visibles dificultades para evitar decirle lo más lógico: que dejara de molestar y que no volviera por allí.

Conviene quitar romanticismo a la política porque allá donde se reparten las cuotas de poder suelen aflorar los peores comportamientos de los hombres. El principal atractivo de Ayuso no es ser una gran líder -que no lo es-, ni una estadista, sino el expresarse como una madrileña de a pie. El gran mérito de quien diseñó su campaña de 2021 fue el de rebajar la agresividad de su discurso y hacer que se comportarse como alguien normal. El lema fue 'libertad' porque 'normalidad' es un concepto con poca pegada en una campaña electoral.

Ambos términos tienen algo en común, y es que se ganan y se pierden en los pequeños espacios. En la rutina y en el regate en corto. Son además igual de tramposos: una sociedad entera puede haberse alejado de la normalidad y perdido la libertad sin ser consciente de ello. Los conceptos intangibles son así de traicioneros. Alguien puede desgastarlos y extinguirlos ante el pasmo del resto, que aplaude, pues cree que sigue disfrutándolos. La ceguera colectiva es quizás el mayor mal que afecta a las sociedades desarrolladas.

La pérdida de la normalidad

Hay mucho normal y rutinario que se ha perdido en los últimos años, en los que se ha llegado a imputar por cómplices de asesinato a personas inconscientes de su covid-19; o a impedir la libre circulación entre comunidades autónomas por razones sanitarias que, en realidad, eran políticas. No me refiero a la etapa del confinamiento, sino a la que llegó mucho tiempo después. ¿Cuántos episodios similares se han vivido en este tiempo? Hay decenas de ejemplos. Hoy ya no se puede subir agua a un avión, beber cerveza en la calle, viajar sin un certificado sanitario a muchos países, pagar diversas cosas con dinero efectivo... o hablar de determinados asuntos que hasta hace poco eran sanos, aceptados y frecuentes, pero que ahora alguien ha decidido que forman parte del terreno de lo incorrecto. No hay que pensar en nuevos delitos. Simplemente, en comprar un coche que se mueva con gasolina.

La anormalidad es una enfermedad que se extiende poco a poco en la mente colectiva hasta convertir en subversivo lo que se ha hecho en casa durante toda la vida. Esta patología es tan grave que llega a legitimar la intolerancia si se practica en nombre de una causa aparentemente justa. ¿Cómo se le puede ocurrir a alguien dibujar a una presidenta que legitima a la ultraderecha en la pared de su local?

Se llenaron hace tres años los escaparates de los comercios madrileños de unas pegatinas con la bandera arcoíris que decían: “Local libre de homofobia”. Nadie que no sea un animal permitiría que en su negocio se discriminara a otras personas por su orientación sexual, pero todo eso tenía trampa. ¿Y qué hay de quien no sea homófobo, pero no tenga a bien colocar el distintivo?

Un ejemplo lo encontramos en el caso del Ayuntamiento de Madrid. Las asociaciones LGTBI -las que escupían a los políticos que no querían que desfilaran en el desfile del Orgullo- exigieron al alcalde que colocara su bandera en el balcón del Palacio de Cibeles. No lo hizo, dado que lo impide la ley, así que le han tildado de contrario al movimiento. Al psicólogo y profesor universitario José Errasti (Nadie nace en el cuerpo equivocado, Deusto) le tildaron de transfobo por asegurar que el alma no existe y que, por tanto, es una estupidez el afirmar que un hombre nace mujer por una especie de error del auxiliar administrativo del 'Altísimo'. Incluso amenazaron con quemar la librería donde se iba a presentar su libro en Barcelona por explicar que el mero hecho de que a un hombre no le atraiga un travestí no implica que tenga alguna fobia hacia esos individuos.

A Lidia Falcón -histórica líder feminista y marxista- la denunciaron por lo mismo. Sobre ella pesó durante un año una querella por un delito de odio. Este miércoles, recordaba a quien firma este artículo que a una compañera suya del Partido Feminista le hayan demandado por decir que “los niños son niños y las niñas, niñas”. Cuando los sectarios cuentan con la complicidad de la masa, pasiva, y empujan cada día a la sociedad hacia el terreno de las creencias, al final suelen conseguir que la mentira sea considerada como la 'verdad aceptada'. Y la verdad, un anatema.

Isabel Díaz Ayuso y la verdad

Glorificar a Diaz Ayuso es tan estúpido como la demonización a la que le somete la izquierda. O los antiguos gerentes de su partido. Basta con enfermar y tratar de acudir al centro de salud para cerciorarse de que en Madrid -pese a las tablas de datos seleccionados que exhiba su Gobierno- hay servicios que no son ejemplares. Porque ni siquiera funcionan bien. O son inoperantes. Pero quienes desde la oposición escupen odio contra su figura -por el mero hecho de existir- deberían reflexionar al respecto de ellos mismos. Como dirigentes y como individuos.

Porque cuando alguien medra por transmitir normalidad, o simplemente por celebrar las virtudes de una ciudad; y cuando los electores tienen eso más en cuenta que los fallos de un modelo de gestión o sus boutades (como la de comparar el aborto con las becas, menuda idiotez), es porque hay algo profundamente equivocado en el adversario. En este caso, es la agitación, las marcianadas sociales y las películas de suspense, con cartas, balas, cloacas y demás asuntos similares. En resumidas cuentas, la anormalidad.

La épica suele funcionar bien en política en determinadas situaciones. Pero cuando una ideología manipula la realidad para adaptarla a su catecismo, coacciona y transmite a los ciudadanos conceptos en los que no creen, pues no existen, se convierte en innecesaria. En prescindible e indeseada por quien aspira a reconocer el terreno sobre el que pisa y prever sus amenazas. Porque eso está en lo más profundo del instinto humano. Concluía un juez hace unos días que un niño de ocho años estaba legitimado a cambiar de sexo porque ya es lo suficientemente maduro para tomar esa decisión. Pues bien, quien escuche a algún partido respaldar el contenido de esa sentencia -que es incomprensible- seguramente se aleje de esa opción política y apueste por la que le hable en un vocabulario que entiende. Sin chifladuras ni excentricidades. Como la de reconocer ese derecho a un crío. Las deducciones de la gente corriente son más simples y rotundas de lo que puede parecer desde las alturas. Afortunadamente.

En fin..., el cliente dijo al camarero que Díaz Ayuso legitima a la ultraderecha y el fascismo. Y el trabajador podría haber respondido, sorprendido: ¿pero me habla de esa ultraderecha que no me dejaría poner en mi local la foto que me dé la gana? ¿Quién es aquí el autoritario?

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