¿En qué se diferencia un Estado totalitario del que no lo es? La respuesta no sería difícil de responder si nos encontrásemos en los paisajes de entreguerras y de las posteriores guerras frías, cuando la delimitación conceptual era aparentemente clara gracias a la fructificación de relatos teleológicos y dictadores varios, y se daba una estructura tripartita en la que vivíamos con una claridad y una comodidad que escondía la compleja realidad del poder: por un lado estaban la democracias; por otro, los estados autoritarios y los totalitarios.
El problema lo encontramos en que esa estructura simplificadora ha desaparecido junto a los dogmas totalitarios del siglo XX, vemos cómo algunas democracias, algunos sistemas democráticos, son utilizados, instrumentalizados, para alcanzar los mismos objetivos que buscaban los totalitarismos del siglo XX. Si bien dichas democracias son formalmente democracias porque usan los procedimientos establecidos, están imbuidos en una cruzada esencialista en la que tratan de controlar la vida privada de los individuos despojándolos de su condición de ciudadanos y convirtiéndolos en objeto de reeducación.
Estas democracias, que podríamos denominarlas democracias híbridas, las encontramos en todo el globo, especialmente en el continente europeo, cuyo esencialismo responde a cosmovisiones culturales y lingüísticas territorializadas y mistificadas: desde valores religiosos elevados a condición de imperativo categórico, pasando por deformaciones historiográficas interpretadas como fatalidades históricas o pretendidos determinismos ontológicos basados en el relativismo lingüístico entre otras muchas variedades y matices de esencialismos.
Las democracias híbridas tratan de controlar la vida privada de los individuos, despojándolos de su condición de ciudadanos y convirtiéndolos en objeto de reeducación
En nuestro país tenemos un caso muy particular: la utilización de ese proto-estado llamado Generalitat que utiliza todos los resortes públicos para uniformizar cultural, lingüística y políticamente al mayor número de ciudadanos posibles, esta cínica obsesión uniformizadora la podemos ver en la mayor herramienta de adoctrinamiento en manos del nacionalismo catalán, su televisión pública, y toda la malla de medios que sustenta gracias al erario público.
El último ejemplo lo encontramos en el “reportaje” del programa 30 Minuts titulado “Llenguaferits” (lenguaheridos), en el que podríamos detenernos en las falaces premisas de las que parte, como la de la “hostilidad del Estado español” contra el catalán, cuando dicha supuesta hostilidad pasa por permitir una inmersión lingüística que cercena los derechos y posibilidades de miles de niños catalanes, la imposición de multas lingüísticas a comercios por no rotular en catalán (curiosamente se multan a los comercios que rotulan en castellano pero no a los que rotulan en inglés) o que todas las comunicaciones de las administraciones públicas sean solo en catalán. Y, lo dicho… el Estado mirando para otro lado.
También podríamos detenernos en el lenguaje utilizado en el programa, empezando por este neolenguaje performativo nacionalista , los “lenguaheridos”, con el que vitalizar el victimismo en la sociedad catalana, o el recurso a la hipérbole y al lenguaje agresivo/alarmista con el mismo objetivo: ataque, supervivencia, acoso, desaparición, enfermedad, urgencia… Sin embargo, es cuando dedican un capítulo a la educación cuando más se destila ese esencialismo rancio que impregna todo el relato de este programa y toda la narrativa de TV3.
Los nacionalistas piden medidas urgentes ante la perversión que según ellos se produce cuando los niños catalanes hablan en castellano durante la hora del patio
Veamos, para los ideólogos de este “reportaje” el problema en Cataluña y para la pervivencia de Cataluña (la Cataluña monolingüe y ensimismada) radica en que “hemos perdido los patios de los colegios”. Ven como una perversión que los niños hablen en castellano durante la hora del patio, piden medidas urgentes ante tal perversión y ataque al catalán… la fanática obsesión por controlar la vida privada del individuo llega al paroxismo de pretender estigmatizar a los niños por ejercer su libertad, por someter a la presión social a los padres para que cambien sus costumbres, para limitar su libertad individual y sus libertades negativas.
Este ejemplo es paradigmático de lo que es una democracia híbrida y sirve para responder a la pregunta inicial del artículo: ¿En qué se diferencia un Estado totalitario del que no lo es? Básicamente en que los instrumentos en manos de la democracia son para servir al ciudadano y éste es el centro de los derechos, tanto positivos como negativos. Sin embargo, cuando se usan las herramientas democráticas para reeducar al individuo, cuando desde los poderes públicos se parte de la presuposición de que la libre elección individual, la diferencia, la disensión y la pluralidad son una anomalía a corregir, entonces no estamos ante un totalitarismo de baja intensidad o latente, estamos ante una democracia híbrida que ha pervertido la esencia de la democracia.