El siglo XXI comenzó en España con un gran empuje del crecimiento de la riqueza y del empleo, que posibilitaron una creciente convergencia con Europa en términos de renta per cápita, hasta situarnos al borde de la media de la UE. Sin embargo con Zapatero y Sánchez hemos perdido, a una velocidad inusitada, todo lo ganado por gobiernos responsables anteriores: González, Aznar y Rajoy, sin que ello –extrañamente- parezca importar a muchos españoles, más preocupados por la memoria histórica, el sexo de los ángeles, los carriles bici e incluso del bienestar de las vacas, que por “las cosas de comer”, es decir, nuestra prosperidad económica y social.
Si con González, Aznar y Rajoy España sumó porcentajes de convergencia de renta per cápita con la UE que acumularon un 11,7% en 27 años, Zapatero y Sánchez, en solo 11 años nos han hecho retroceder un 15,5%. Y lo que es peor, no se atisba en el horizonte expectativa positiva alguna. Basta comprobar como todos los datos: crecimiento, empleo, deuda, inflación, bolsa, etc nos sitúan unánimemente como el peor país entre los países desarrollados..
Ahora de nuevo sería posible regresar a un crecimiento sano, sostenido y superior al de la UE, si se hicieran bien las cosas
¿Es irremediable esta cuesta abajo? La respuesta es no: la economía española, cada vez que ha sido gobernada con seriedad ha respondido magníficamente. El Plan de Estabilización de 1959, la entrada en el Mercado Común en 1986, la incorporación al Euro en 1999 y la salida de la anterior crisis financiera internacional en 2014 se saldaron con éxitos; y ahora de nuevo sería posible regresar a un crecimiento sano, sostenido y superior al de la UE, si se hicieran bien las cosas.
Es mucho lo que habría que cambiar, pero siguiendo al maestro Karl Popper y su aparentemente modesta, pero magnífica en cuanto a resultados, metodología de la ingeniería fragmentaria cabría elegir solo dos cosas, que cambiarían para siempre y para bien el destino de nuestra nación.
Frente a las arrogantes reformas utópicas progresistas que ponen “patas arriba las cosas” con resultados desastrosos –como se ha podido comprobar históricamente-, la ingeniería social fragmentaria mediante la sabia práctica de la prueba y el error permite dar pasos adelante a través de “ajustes y reajustes que pueden mejorarse continuamente”. La fórmula popperiana hunde sus raíces epistemológicas en su lógica del descubrimiento científico, que ha permitido a la ciencia dar pasos adelante consolidando los resultados positivos y desechando los malos.
¿Y qué dos cosas habría que hacer en las presentes circunstancias? Aquellas que siendo factibles puedan tener una influencia positiva estructural para lograr un crecimiento económico sostenido e inclusivo –de empleo– basado en una mejora permanente de la productividad del trabajo y por tanto de los salarios reales. ¿Alguien ha escuchado a algún miembro del Gobierno hablar de ello? Más bien no y además sus acciones van dirigidas siempre contra la innovación y la creación de empleo.
Descubramos ya qué es lo que habría que hacer y además, como:
- Desbloquear el mayor obstáculo a la libre creación de empleo y el coste del despido y
- Fomentar la innovación tecnológica: encauzando hacia el mercado
el notable bagaje científico que creamos y desaprovechamos.
Por feliz coincidencia se han dado dos circunstancias, que sería una irresponsabilidad histórica desaprovechar: la “mochila austriaca” y los fondos europeos asociados a la pandemia de la covid
España adolece de una tasa estructural de empleo simplemente vergonzosa de la que apenas se habla, siendo el fundamento de nuestra prosperidad. Necesitamos añadir al menos 10 puntos a nuestro nivel actual para situarnos junto a los países de referencia. Al mismo tiempo, los más serios estudiosos del mercado de trabajo español coinciden unánimemente en que el coste -incluida su judicialización- del despido es un factor muy determinante de la contratación, y sobre todo de la fija, que tanto beneficia a la empresa como al trabajador. Hasta ahora, no ha sido posible salir de este círculo vicioso, aunque se han logrado mejoras con el abaratamiento del despido de la reforma Rajoy que -afortunadamente- va a seguir, pero no suficientes para contratar “sin complejos”.
Es estas estamos cuando por feliz coincidencia se han dado dos circunstancias, que sería una irresponsabilidad histórica desaprovechar, pues permiten que el nudo gordiano del empleo se deshaga: la “mochila austriaca” y los fondos europeos asociados a la recuperación de la pandemia de la covid.
El Banco de España, como ya se ha señalado en esta columna, ha propuesto emplear ocho millardos de euros para resolver para siempre el mayor obstáculo a la creación de empleo, pues dicha “mochila” estimularía el cambio de trabajo, reduciría sensiblemente la temporalidad y complementaría la pensión de jubilación.
Ni los derechos de propiedad industrial, ni las exportaciones de productos y servicios de alta tecnología son comparables con los de los países avanzados
Puestos “todos a trabajar” con la mochila austriaca, resulta que los salarios reales solo pueden subir si lo hace la productividad que se mide por el valor de mercado por hora trabajada, que aumenta con la innovación tecnológica. Ni que decir tiene que más españoles trabajando con una productividad creciente –justo lo contrario de lo que sucede ahora– dispararía nuestra renta per cápita.
El esfuerzo español en I+D, que da lugar a la innovación tecnológica, comenzó a despegar desde 1986 y creció, tanto el público como el privado, de forma continuada hasta 2008. Desde entonces ha declinado. Por el camino, “la ciencia española ha ido ocupando y mantiene una aceptable posición en el escenario mundial, no así sus esperables consecuencia económicas. Ni los derechos de propiedad industrial, ni las exportaciones de productos y servicios de alta tecnología son comparables con los de los países avanzados”, según se señala en la página 136 del libro España en perspectiva (2020).
Ante la realidad descrita, habría que crear un fondo de inversión en nuevas empresas dedicadas a la innovación tecnológica a las que se asignarían recursos suficientes para pagar, durante al menos cinco años, los costes salariales del personal investigador. De este modo:
- Se garantizaría la continuidad del equipo investigador y permitiría apurar todas sus posibilidades de éxito en el mercado, ya que la experiencia demuestra que este, si se alcanza, necesita tiempo.
- En el caso de fracaso, la inversión habría servido para capitalizar tecnológicamente España, ya que cuanto más profesionales de alto nivel de formación tecnológica tengamos más posibilidades habrá de desarrollar proyectos propios o inversión extranjera intensiva en este tan esencial como escaso y valioso recurso.
La cuantía de estas inversiones debería nutrirse, como la mochila austriaca, con los fondos europeos –bastaría una ínfima parte– y estar administradas por un comité de reconocidos expertos en la materia, justamente lo contrario de las comisiones que suele crear el Gobierno.
Caben tres posibilidades
Siguiendo las experiencias muy consolidadas de la industria de capital riesgo de EEUU, es altamente probable que la tasa de retorno de esta inversión en un plazo de 10/20 años sea incomparablemente mayor que la de todos los demás proyectos en juego por las administraciones públicas
Ante esta doble y estratégica apuesta por el desbloqueo de nuestro mercado de trabajo y el impulso de la innovación tecnológica, que sin ninguna duda tendría un retorno a la inversión mucho mejor que todos los oscuros proyectos del gobierno, caben tres posibilidades: ignorarla, refutarla o llevarla a cabo.
Es de suponer, muy tristemente, que este Gobierno optará por la primera; dada su incapacidad para afrontar ni la segunda ni la tercera opción.