La mayoría de los seres humanos tiene diques morales. Han sido levantados por las dos principales fuerzas que han moldeado la especie: la Evolución y la Civilización. Véase en destacado lugar lo concerniente al incesto. Algo común en el inicio de los tiempos. Pero. La Evolución comprobó, por así decir, que era una práctica que empobrecía la especie y producía crías defectuosas, y eso debilitó la práctica hasta la invención del Pecado y la Moral, que crearon en la especie una repulsión instintiva ante semejantes actos. Y los convirtieron en un crimen. El ser civilizado lo es porque ha interiorizado, hasta convertirlos en parte de su naturaleza, un gran número de diques morales.
Por poner un ejemplo de dique moral que me atañe, en la isla pavorosa donde nací, mi madre, casi analfabeta pero gran filósofa, me enseñó a no coger lo que no me pertenecía, a respetar a las personas en general y a las personas mayores y las mujeres en particular, a ser decente, que equivalía a vivir acorde a los preceptos morales alcanzados tras siglos de proceso civilizatorio y gracias a la cultura cristiana a la que pertenecíamos. Amén de esto, en el mundo moral de mi madre, resultaba esencial “no ser un mierda”. Este sofisticado apartado de su código de integridad, incluía la honestidad, el desprecio a la traición, el amor a la libertad, a la individualidad, y un orgullo que se manifestaba en una especie de arrogancia ante las penurias propias de nuestra pobreza.
Todo esto cristalizaba en el más atesorado, por mí, de sus apotegmas: “Cuando uno no tiene se jode, pero no se humilla ante nadie”; proferido en ocasión de que una vecina que tenía televisor (lo que en el barrio de mi infancia, era un lujo raro y extremo) nos echó de su casa, a la que acudimos a explorar la posibilidad de que nos permitiera, aunque fuese por una ventana, ver una popular serie de aventuras de aquellos años. Ese apotegma, siempre después de un buen pescozón, fue el mejor instrumento didáctico para sus hijos y, muy importante, nos ayudó a no sumarnos a la ola de envilecimiento que la Gran Revolución exigía a quienes, de cualquier forma, se rendían ante ella.
Los diques morales son muy importantes. Hablo de esto porque, por desgracia, padecemos a un jefe de Gobierno que carece de ellos. Han abundado en la política española, a partir de la instauración de la democracia, políticos ruines, mentirosos y corruptos, es cierto, pero tenían, hasta donde yo he podido conocer gracias a los libros, benditos sean, ciertos límites, líneas que sus diques morales no les permitían sobrepasar. Con las excepciones de rigor. Y excluyendo a los etarras y sus cómplices, por supuesto, porque para recurrir al asesinato político en democracia hay que estar vacío de cualquier rastro de decencia y moralidad.
El dique moral español está representado actualmente por un puñado de jueces, una escueta parte de la prensa que aún no ha sido comprada o cuyas figuras pertenecen a generaciones a las que no les lavaron tanto el cerebro
Bajo el sanchismo, la ausencia de diques morales ha ido expandiéndose y colonizando las actividades políticas y gubernamentales. La estrategia de Sánchez consiste, sumariamente, en crear un estado a su imagen y semejanza. Lo que significa oficializar, normalizar y hasta socializar su inmoralidad. O. Para decirlo en términos de mi santa madre, convertir España en un país gobernado por “mierdas” a quienes votan “mierdas”. Por desgracia, Sánchez y sus aliados etarras y separatistas antiespañoles, han conseguido llevar adelante su plan desmoralizador y bajo su mandato España se ha convertido en un país alineado con la maldad (léase inmoralidad) del mundo: Hamás, islamismo, wokismo (y su nuevo enemigo asignado, el hombre blanco heterosexual), mujerismo, negrismo, Venezuela, Cuba, China, Agenda 2030, o Rusia (ojo a las compras de petróleo ruso); no hay que hacer mucho caso a la demagogia sanchista a favor de Ucrania.
El dique moral español está representado actualmente por un puñado de jueces, una escueta parte de la prensa que aún no ha sido comprada o cuyas figuras pertenecen a generaciones a las que no les lavaron tanto el cerebro en las universidades marxistas y maoístas españolas, gente menos afectada por el relativismo moral y la infección igualitaria. No es mucho, pero es lo que constituye el dique moral que nos separa del populismo neocomunista y castro–chavista que encarna Sánchez.
Falsear las elecciones
Si continúa este proceso de colonización, y la consecuente desmoralización de las instituciones, ¿qué dique moral evitará que Sánchez, que carece de ellos, como ha demostrado una y otra vez, altere a su favor el resultado de las próximas elecciones generales?
Toda la acción del Gobierno de Sánchez, desde que llegó al Poder mediante una treta palaciego–judicial sancionada por los enemigos de España (etarras, neocomunistas y nacionalistas tribales), está destinada a preparar las condiciones para falsear, a favor de Sánchez y el PSOE, el resultado de las próximas elecciones generales. Y si esto sucede. Qué alternativa queda, ¿poner una denuncia? No me hagan reír.