Opinión

Ducharse sin apagar la cámara

Es inaceptable que el modelo productivo de economías desarrolladas como la nuestra se fundamente sobre que la mayoría de las mujeres sigan trabajando gratis

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La anécdota del concejal de Torrelavega que se duchó por error sin apagar la cámara durante un pleno telemático ha llegado a los medios internacionales. Lo han sacado en el Independent, el Mirror, el Daily Mail y hasta en el Guardian.

El interés se debe, en parte, a que en la distopía actual necesitamos noticias que nos hagan sonreír un rato. Y también a que es fácil imaginarse en una situación parecida. Yo confieso que también me duché una vez en ‘mute’ a toda prisa durante un tostonazo de presentación que se alargó mucho más de la cuenta; ¡eso sí, era una conferencia telefónica y no una video llamada! Bienvenidos al ‘multi-tasking’ del confinamiento: ¿quién no ha tenido que hacer una llamada de trabajo mientras fregaba el suelo; escuchar una presentación mientras ponía la mesa; o participar en una sesión de Zoom mientras vigilaba cómo sus hijos hacían los múltiples deberes inútiles que han tenido esta temporada? (¿de verdad era necesario ponerles deberes de plástica?).

Un aplauso nacional

El concejal en cuestión ha puesto su cargo a disposición del partido. Deberíamos hacerle un monumento por ser el único político de España que se plantea dimitir por algo que ha ocurrido durante la covid. No lo han hecho ni los políticos que permitieron actos públicos masivos a pesar de que tenían información para calibrar sus consecuencias; ni los que una semana antes del confinamiento negaban el impacto económico de la pandemia; ni los que mantuvieron a los ancianos en las residencias en condiciones lamentables; o los que no hicieron acopio de material médico y dejaron al personal sanitario desprotegido. Pero este pobre concejal sí lo hace. Un aplauso nacional es lo que se merece este hombre. 

Ya que hablamos de multitareas, estaría bien saber cómo han gestionado nuestros políticos el reto de seguir trabajando mientras los niños estaban sin colegio y había que reorganizar las tareas de la casa: ¿se ocuparon de todo eso sus esposos, esposas, compañeros, etc.?, ¿colaboraron ellos mismos?, ¿y cuánto?, ¿contaban con ayuda a pesar del confinamiento? Es difícil que lo sepamos, porque toda esa parte de trabajo doméstico y de cuidados que necesitamos para que nuestra economía funcione es un autentico tabú para la sociedad en general y por extensión también para los políticos

Si no solucionamos esas tareas domesticas no podemos trabajar, no podemos producir y no podemos contribuir a la tan necesaria prosperidad de nuestros países

Si hay algo que ha hecho el coronavirus es romper ese tabú: todos, sin excepción, nos hemos dado cuenta de lo mucho que hay que hacer en labores domésticas y el cuidado de niños y mayores para que una sociedad pueda empezar a producir. Ese trabajo ha pasado siempre desapercibido, se ha dado por hecho que ‘alguien’ se ocuparía de él. Pero ahora no tenemos excusa para no saber que es un requisito esencial para la productividad de nuestra sociedad. Si no solucionamos esas tareas domesticas no podemos trabajar, no podemos producir y no podemos contribuir a la tan necesaria prosperidad de nuestros países, que es lo que nos permite a todos costear el estado de bienestar.

En el día a día -y aunque hay, cómo no, excepciones- ese trabajo doméstico se realiza de manera muy desigual entre hombres y mujeres en todos los países del mundo. En promedio en los países de la OCDE, es decir en países desarrollados,  las mujeres dedican 4 horas y 24 minutos al día a tareas domésticas y de cuidado. Eso significa que dedican 1,428 horas por año al trabajo doméstico no remunerado, independientemente de que muchas de ellas también tengan otro trabajo. Para poner esto en perspectiva, en la abogacía, que es mi profesión, pedimos a los asociados que realicen 1.700 horas facturables por año y eso se considera un trabajo duro, pero que al menos se remunera relativamente bien. Las mujeres hacen de media 1.428 horas al año en tareas domésticas y de cuidados y lo hacen sin remuneración alguna, totalmente gratis.

Fomentar la productividad

A pesar de que esto es un asunto que nos afecta a todos y condiciona la productividad de toda nuestra sociedad, no hay ni un solo partido político (no ya en España, sino internacionalmente) que lo haya abordado. Sería estupendo que por fin uno de ellos -uno solo- empezase a considerar no solo cómo reequilibrar esa carga de trabajo entre hombres y mujeres, sino cómo asignar un valor a ese trabajo, cómo reconocerlo como parte de la cadena productiva, y cómo acometerlo de una manera que fomente -y no que obstaculice como ocurre ahora- la productividad.

No es tarea fácil, pues toda sociedad se resiste al cambio. Ya lo vimos después de la Segunda Guerra Mundial, cuando al empezar a lanzarse las mujeres al mercado de trabajo muchos las cuestionaban; y sin embargo ahora, a toro pasado, ya sabemos que ese cambio social fue una de las poquísimas cosas positivas que trajo esa gran tragedia mundial, pues es lo que ha permitido que las sociedades occidentales hayan podido mantener su productividad y costear (junto con la deuda) el estado de bienestar. Siete décadas más tarde es hora de empezar a plantearse un nuevo cambio social: es simplemente inaceptable que el modelo productivo de economías desarrolladas como la nuestra se fundamente sobre que la mayoría de las mujeres sigan trabajando gratis. 

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