En lo que hace a la luz, España no salió mal parada en la creación del universo, pues el día destinado a crear la luz fuimos obsequiados con un abundante manantial de luz natural que nos ilumina de manera radiante en clara ventaja comparativa con los países de nuestro entorno. Cuestión distinta es la gestión de nuestros gobiernos para proveernos de la necesaria luz artificial.
En efecto, más allá de lo que está sucediendo en estas últimas semanas: Aumento desorbitado del precio de la electricidad; esotérica solución de dividir el día en horas punta, llamas y valles; racanería del gobierno en aras a la reducción del coste fiscal existente en el consumo eléctrico, lo cierto y verdad es que en materia energética, España tiene un problema estructural de significativa dimensión. Estamos a la cabeza de los países de la Unión Europea en dependencia energética, dado que solo somos capaces de generar un 25% de la energía que consumimos, por lo que nos vemos obligados a importar anualmente el 75% de las fuentes de energía que necesitamos.
El Gobierno de Felipe González puso el candado a nuestras centrales nucleares, España se ató una soga al cuello, y de aquellos polvos, vienen estos lodos
El dato consignado provoca que, año a año, nuestra balanza de pagos soporte un agujero de 30.000 millones de euros y, de rebote, que la factura de la electricidad que pagan nuestras familias y nuestras empresas supere significativamente lo pagado por nuestros vecinos y por nuestros competidores. Es cierto que carecemos de varias fuentes primarias de energía (gas, petróleo) con el hándicap que ello supone, pero también lo es que, como país, no estamos siendo capaces de afrontar el problema que conlleva lo anterior.
Cuando en los primeros albores de su gobierno, y para dar cumplimiento a su eslogan: “¿Nuclear? No gracias”, el gobierno de Felipe González puso el candado a nuestras centrales nucleares, España se ató una soga al cuello, y de aquellos polvos, vienen estos lodos. Entre otras cosas, porque ningún gobierno posterior se ha atrevido a rectificar lo acordado por aquél. Y, como resultado, soportamos en la misma dimensión que Francia el potencial riesgo que pueda asociarse a las centrales nucleares radicadas al otro lado de los Pirineos, pero sin beneficiarnos de la producción de energía que generan.
Fotovoltaica y otras renovables
No hemos estado tampoco afortunados en el tratamiento dado a las renovables. Especialmente en lo que afecta a la fotovoltaica, cuestión en la que nuestra conducta ha sido absolutamente errática. Empezamos tarde, pese a las magníficas condiciones naturales que atesoramos. Después, nos pasamos en las ayudas a la construcción de instalaciones. Más tarde las rectificamos retroactivamente a la baja incumpliendo los compromisos asumidos como Nación, circunstancia que nos está costando el pago de cuantiosas indemnizaciones por resoluciones de los tribunales y cortes internacionales de arbitraje. Luego vino el parón de las ayudas e incluso las dificultades de todo tipo para el llamado autoconsumo. En fin, un auténtico paradigma de irracionalidad e ineficiencia.
Como resultado de esta nefasta política y por poner un ejemplo cotidiano, a las familias españolas encender la televisión nos cuesta un 50% más que a los franceses. Y nuestras empresas soportan un sobrecoste por el uso del input energético, dificultando así su competitividad, cuestión especialmente grave para aquellas cuya producción es intensiva en el consumo eléctrico. Si como muestra vale un botón, ahí está el ejemplo de Alcoa Inespal, cuya viabilidad presente y futura se encuentra en claro peligro debido exclusivamente al importe de la factura energética que ha de satisfacer.