Opinión

Elogio del optimismo

Desde la Segunda Guerra Mundial no se ha conocido en Europa occidental gobierno alguno que con mayor determinación se haya propuesto demoler el Estado de derecho como es el caso del nuestro. Tampoco ningún otro que haya encontrado -como es natural- mayore

  • Manifestación contra Sánchez en Cibeles / -

Desde la Segunda Guerra Mundial no se ha conocido en Europa occidental gobierno alguno que con mayor determinación se haya propuesto demoler el Estado de derecho como es el caso del nuestro. Tampoco ningún otro que haya encontrado -como es natural- mayores resistencias a sus desmanes. Las manifestaciones públicas y los comunicados de las más diversas instituciones en contra de este propósito gubernamental carecen de antecedentes.

Es precisamente esta generalizada resistencia civil la que tiene en sus manos el regreso al orden político democrático contra el que el gobierno de Sánchez y sus acólitos están construyendo un muro, que como el de Berlín, separa el bien del mal. Afortunadamente y en contra del pesimismo que hoy reina en la España constitucional, todo indica que somos más los que ansiamos regresar a nuestros mejores tiempos que los que nos quieren precipitar a un irrevocable precipicio institucional.

No es previsible que aumenten -en contra de la propaganda del gobierno y de sus medios de comunicación- las perspectivas electorales de la estrambótica coalición gobernante de cara a unas próximas elecciones

El camino de espinas del calvario gubernamental no hará fácil su labor. Que un presidente de gobierno no pueda salir a la calle -¿dónde se recuerda algo igual en el mundo civilizado?- y que casi todas sus decisiones, amén de arbitrarias, encuentren legal y legítima oposición, no solo política, sino -y lo que más grave- de las instituciones que tienen que velar por el cumplimiento de las leyes, es algo inaudito y necesariamente erosionante de su diario quehacer.

Los sucesivos atropellos de principios éticos y morales incuestionables, de la dignidad de la nación y del Estado de derecho, tristemente acompañados de pésimos datos de crecimiento económico, empleo, endeudamiento público y resultados educativos, no es previsible que aumenten -en contra de la propaganda del gobierno y sus medios de comunicación- las perspectivas electorales de la estrambótica coalición gobernante de cara a unas próximas elecciones.

Si ya resultó muy cara, para todos los españoles, la reciente investidura del Gobierno, el vergonzoso precio ya comprometido no hará sino aumentar día a día –dada la probada blandura de su presidente- con sucesivas peticiones -de todo tipo, incluso delictivas- de sus socios que, concedidas, contribuirán a aumentar la indignación de cada vez más españoles, espantados con las compraventas de infundadas prebendas con los enemigos de la nación más antigua del mundo. Desde que resultara reelegido presidente del Gobierno, Sánchez no ha conocido casi un solo día tranquilo: no hay frentes políticos en los que no encuentre, o incluso el mismo genere voluntariamente, noticias problemáticas. Y al mismo tiempo, es casi imposible hallar otras que le favorezcan.

Ante este cúmulo de circunstancias inasumibles, la sociedad civil puede y debe resistir las continuas afrentas gubernamentales con todo tipo actuaciones; como las que no cesan de acontecer en los tiempos presentes; resistencia que debe encontrar en las instituciones públicas -Senado, comunidades autónomas, ayuntamientos- los necesarios compañeros de viaje hacia un destino común: la recuperación de nuestra dignidad constitucional.

“El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y progresistas. El negocio de los progresistas está en seguir cometiendo errores. El negocio de los conservadores está en impedir que los errores se corrijan”

Incluso si nuestro sistema electoral posibilita coaliciones políticas integradas por declarados enemigos del orden constitucional, la alternativa política se presenta sólida y capaz de seguir creciendo electoralmente para suceder al actual gobierno. Como continuamos siendo todavía, muy a pesar de la actual coalición política totalitaria, una sociedad abierta en la que seguirá siendo posible cambiar de gobierno, urnas mediante, la sociedad española está moral y políticamente obligada a resistir activamente hasta lograrlo.

De cara a esa nueva y deseablemente pronta etapa, el nuevo gobierno -seguramente liderado por el actual partido que lidera la oposición– ya no se podrá permitir, como en tiempos de Aznar y Rajoy, con ser fieles cumplidores de la célebre máxima atribuida por Roger Scruton a C.K. Chesterton: “El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y progresistas. El negocio de los progresistas está en seguir cometiendo errores. El negocio de los conservadores está en impedir que los errores se corrijan”.

De cara a un deseable cambio de gobierno, el PP hizo público en enero de este año un documento titulado: Plan de Calidad Constitucional, subtitulado La necesaria regeneración democrática, que aunque admite mejoras tiene la suficiente amplitud de miras y seriedad reformista como agenda de la reconstrucción institucional tras los desmanes de Sánchez. Llama la atención que ni sus propios autores ni los medios de comunicación hayan divulgado tan positivo manifiesto.

Tanto Aznar, como sobre todo Rajoy, aun practicando políticas económicas socialistas -de derechas-, registraron resultados muy positivos: mejores que los de los gobiernos socialistas de González en el caso de Aznar y subsanadores de los desastres de Zapatero por parte de Rajoy. Es de esperar que el gobierno del PP que suceda a Sánchez repare cuanto antes sus pésimos registros económicos.

Llegados a este punto, la gran cuestión de nuestro próximo futuro tras la previa, necesaria y persistente resistencia civil frente a las ignominias del actual gobierno, será la reconstrucción y fortalecimiento de nuestros cimientos institucionales gravemente horadados por las aciagas decisiones de éste.

Aunque en los últimos tiempos, es creciente la muy solvente y legítima preocupación entre nuestros más autorizados juristas acerca de la irreversibilidad de las muchas decisiones que están menguando nuestra democracia -España, democracia menguante, publicado recientemente por el Colegio Libre de Eméritos-, los españoles de bien estamos obligados a pensar, creer y trabajar por la reconstrucción de nuestras instituciones de la mano del Estado de derecho, que tanto está desmereciendo y asfixiando Sánchez desde que gobierna.

Avances de verdad

No es tiempo de pesimismos, sino de esperanzas en una nueva España, digna de reverdecer sus mejores tiempos y logros de la mano de un nuevo gobierno que como sucedió con nuestra bendita Transición, nuestra exitosa incorporación a la Comunidad Económica Europea y la integración -previo cumplimiento, en contra de cierto pesimismo, del Tratado de Maastricht- en el sistema monetario del Euro. Tales desafíos recibieron valoraciones previas pesimistas e incluso derrotistas, y sin embargo, España salió siempre adelante con éxito.

Hasta la llegada de Zapatero al poder y su engendro político conocido como Pacto del Tinell que aspiraba a excluir de la alternancia política a quienes no profesaran la fe socialista e independentista y la vuelta al gobierno de un PSOE electoralmente muy debilitado con Sánchez, España consolidaba avances de verdad, no como reza la actual y mentirosa propaganda gubernamental.

El gran desafío de la actual España es pasar página cuanto antes del socialismo del siglo XXI, que remorando al del primer tercio del siglo XX solo ha traído desgracias morales, políticas y económicas. Algo que estará en nuestras manos remediar, como señalaba Julián Marías en los albores de la Transición, en unas próximas elecciones. Hasta entonces nos toca resistir con dignidad, para encomendar en ellas la reconstrucción de nuestra querida democracia.

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