Fue otro de esos asuntos de Estado que aparecían, casi a diario, entre el turbulento calendario del maltrecho sistema financiero español de 2012. Con el bisturí casi humeante en Bankia, preciso y necesario en el desalojo del cáncer que resultó ser Rodrigo Rato, Oliver Wyman, esa firma desconocida hasta que la banca española tuvo que enseñar todas sus vergüenzas en unas pruebas de resistencia apocalípticas, destripó lo que era un secreto a voces. El empacho inmobiliario de Popular. Su situación no era nada diferente al resto. Su mayor problema, sin embargo, radicaba en un fondo de armario de provisiones demasiado escaso para soportar un cuadro macro tan dañino como improbable. Aquel destape determinó que Popular necesitaba 3.223 millones para resistir con solvencia la llegada del apocalipsis económico. Susto o muerte. Ampliación de capital o petición de ayudas públicas.
El equipo de Ángel Ron se afanó en lo primero para eludir la intervención del Estado en Popular. El objetivo era único: mantener la independencia a toda costa. Salvar los muebles en el famoso grupo cero, el de los campeones del capital, aunque el riesgo de acudir a una ampliación, en aquellos momentos de esa España deprimente a nivel prima de riesgo y en la confianza de los inversores, era superlativo frente al colchón de las ayudas públicas y el desagüe de gran parte del ladrillo tóxico a la Sareb. Hay quien todavía hoy en el Gobierno se lo afea a Ron. “Si entonces hubiera solicitado la asistencia del rescate, el final de Popular hubiera sido otro”. En el entorno de la antigua cúpula se mantiene lo contrario. Lo cierto es que unos y otros tienen su parte de razón. Aquella ampliación de 2.500 millones, anunciada una tarde de domingo de diciembre de 2012, más que una señal de esperanza de futuro significó el inicio de una huida hacia delante de la entidad.
El equipo acabó exhausto, el consejo muy tocado (el portugués Amorim acabó saliendo meses después) y todo el esfuerzo apenas sirvió porque el banco necesitaba más capital"
“El equipo acabó exhausto, el consejo muy tocado (el portugués Amorim acabó saliendo meses después) y todo el esfuerzo apenas sirvió porque el banco necesitaba más capital”, recuerdan estos días varias personas ligadas a aquella operación. En el trazo grueso, la operación fue todo un éxito. Los inversores cubrieron casi toda la ampliación (el 99,92%) a través de los derechos preferentes. En la segunda vuelta, la ampliación se cubrió plenamente con una fuerte sobredemanda. Las acciones se emitieron a 0,401 euros, con un descuento considerable sobre el precio de mercado. El 26% de la ampliación fue suscrita por inversores institucionales. Los accionistas representados en el Consejo de Administración compraron un 21%, mientras que el tramo minorista cubrió en torno a la mitad de la ampliación. En total, la demanda fue de 11.426,8 millones de acciones por importe de 4.582 millones de euros.
En el trazo fino, la operación apenas solucionó problemas. “Se ganó una bocanada de oxígeno pero deberíamos haber comprado la botella”, explican las mismas fuentes. Esos 2.500 millones captados con sangre, sudor y lágrimas se demostraron en seguida insuficientes ante el tamaño del ladrillo tóxico en el balance de Popular. Sin solución de continuidad, se comenzó a hablar de la necesidad de otra segunda ampliación de capital. Popular andaba ya corto de recursos y comenzaba a estarlo de credibilidad ante una mora inmobiliaria que se disparó un 71% entre septiembre de 2012 y 2013. Mucho ladrillo, y malo, y poco capital. Mala combinación. ¿Por qué no se decidió una ampliación mayor?
Santander se comprometía a asegurar hasta 5.000 millones de la ampliación con el objetivo de que Popular dejase de hacerse trampas al solitario con su nivel de capital
No fue un problema de sobredemanda. Ni tampoco del éxito de colocación de una demanda mayor. En la cocina de la ampliación, en medio de los roadshow por las principales plazas financieras, Ron recibió una llamada de Emilio Botín. El presidente de Santander le ofreció un salvavidas a su homónimo del Popular. Mensaje claro y directo. Santander se comprometía a asegurar hasta 5.000 millones de la ampliación con el objetivo de que Popular dejase de hacerse trampas 'al solitario' con su nivel de capital. “Emilio Botín sabía que Popular era un foco de inestabilidad para el sistema y que arreglarlo sería bueno para el sistema, ergo para el Santander”, explica un importante actor de aquella época. Aquél día, Emilio Botín pudo haber salvado a Popular. Cinco años después, su sucesora compró por un euro los deshechos del ‘Popu’. Paradojas de la vida. La oferta de Botín se guardó en el cajón ante el consejo de Jacobo González Robatto, director financiero de la entidad, en la práctica el número dos ante la falta de un consejero delegado, que se apoyó en los múltiples informes de analistas para rebajar la petición a esos 2.500 millones. Aquella decisión, y otra serie de movimientos internos, condenaron a Robatto al ostracismo pese a su intensa puja por convertirse en el CEO que reclamaba el Banco Central Europeo a Ron. El elegido finalmente fue Francisco Gómez. La decisión significó la salida del otro outsider Ángel Rivera al Santander.
La historia del Popular podría haber sido otra de haber aceptado el ‘cheque’ de Emilio Botín en aquella ampliación. Como podría haber sido otra, si a finales del año pasado, cuando las hostilidades en el consejo de Popular aún se movían por el subsuelo, se hubiese logrado la fusión con BBVA. Francisco González sí quería el Popular. Habló entonces con Ron. Y de esas negociaciones salieron números, proyecciones (4.000 millones en sinergias), una interesante inyección de capital para BBVA (alrededor de 6.000 millones) y una millonaria e interesante bolsa de créditos fiscales. Incluso hubo moneda de cambio. FG ofreció a Ron la vicepresidencia de BBVA, un puesto confeccionado ad hoc, un hueco nuevo a compartir con González Páramo y el CEO Carlos Torres. Sin embargo, la operación se frenó desde el Gobierno. El dibujo del Ejecutivo era otro en esos momentos. La fusión con Bankia a cambio de que un grupo de consejeros de Popular, liderados por el mexicano Antonio del Valle, participasen activamente en la privatización de la nacionalizada a unos precios algo superiores a los 1,51 euros por acción de la primera desinversión. Tampoco aquí hubo cuadratura del círculo. Y ya todos sabemos el final de la historia…