“Al PNV siempre le va bien cuando recoge las nueces, en cambio le sale mal cuando agita el árbol, por ejemplo con el plan Ibarreche”. La frase es de un político vasco, todavía en activo a pesar de todos sus adversarios, que conoce a la perfección al PNV, partido hegemónico y dominador de todo lo que se mueve en el País Vasco. Nada se hace en el País Vasco sin el PNV. La realidad de los hechos demuestra que no les interesa la independencia porque, a diferencia de los separatistas catalanes, no quieren líos con una Unión Europea que se pone en guardia con el nacionalismo y mucho más después del Brexit. Bien al contrario, se trata de terminar de hacer un Estado dentro de otro, en este caso España, sin que parezca que se ha roto. Ni el euro ni la autoridad bancaria son ya competencia del gobierno español con lo que se trata de borrar, sin posibilidad de enmienda, la presencia estatal en el País Vasco. La verdadera España vaciada la está terminando el PNV desde su amplio poder e influencia.
En la mesa de negociación de la investidura de Sánchez han estado las dos joyas con las que el PNV pretende completar el muestrario de alhajas del nacionalismo vasco: pensiones y prisiones. En ambos casos hay truco. En el primero no se rompería la caja única, no habría “pensiones vascas”, basta con transferir la gestión de los euros. El PNV, perdón, el Gobierno vasco será el pagador y a los jubilados les llegará la nómina desde Vitoria directamente sin el sello de la Tesorería General de la Seguridad Social española. Respecto a las prisiones no hay más que reclamar lo que en Cataluña ya tienen.
En el caso vasco, incluye la llave de las celdas de los terroristas de ETA y para el PNV es una baza frente a su adversario ante la clientela nacionalista de todos los colores, es decir, el partido donde militan los herederos de ETA, empezando por el inhabilitado Otegui. El PNV va a aprovechar que el líder legatario de los etarras no puede presentarse a las elecciones autonómicas para tener en su mano el control de las cárceles gracias a un Gobierno, el de Sánchez, que además va a dar facilidades para el traslado de los etarras a las cárceles bajo control del Gobierno vasco.
Ortuzar atiza y Urkullu habla sereno. Lo mejor es que ambos se quedan en su paz tras cada actuación como demostraron con Rajoy
El PNV no tiene dos almas, sino dos caras. Una amable y otra aguerrida. Urkullu y Ortuzar se reparten. Mientras el lehendakari participa activamente en la organización del homenaje a Gregorio Ordoñez, Ortuzar saca la escoba supremacista, tan propia del cualquier nacionalista, para barrer con su dialéctica de demolición a los de “allí” que no caben “aquí”. El PNV ha sido capaz también de ponerse el paraguas de partido refugio del sistema. Además de ser la bandera del nacionalismo, el PNV ha conseguido, en el eje izquierda-derecha que luego cruza como quien se cambia de camiseta, representar al voto útil frente al peligro de un tripartito de los socialistas, Podemos y Blidu. Ortuzar atiza y Urkullu habla sereno. Lo mejor es que ambos se quedan en su paz tras cada actuación como demostraron con Rajoy. Después de apoyar los presupuestos que todavía siguen en vigor, traicionaron a Rajoy porque vieron una tajada mayor si ponían a un Presidente con menos escaños al frente del Gobierno de España. Cuanto peor, mejor para el guiso.
El PNV gobierna en coalición con los socialistas y lo que haga falta. Y si el PP desparece, mucho mejor porque el votante del centro-derecha ya no dudará nunca más. El partido de Casado y Alonso lo tiene, como diría Luis Aragonés, “en japonés” para repetir los 9 escaños de 2016. Ahora mismo, ni la mitad. Por supuesto que Ciudadanos y Vox no van a ver ni una miga porque el sistema electoral vasco hace que muy poco en Alava dé lo mismo que mucho en Vizcaya. Da igual, porque como en el fútbol, el PNV es Alemania, siempre gana. Desde 2015 a 2019, con la nueva política, solo ha habido un superviviente, el viejo PNV. Le basta y le sobra con que su portavoz en el Congreso demuestre, cada vez que se sube a la tribuna, que es el único adulto presente, siempre dispuesto para recoger las nueces durante la consolidada agitación adolescente de la política española.